Asentada ya como una potencia turística apenas dos décadas después de empezar su despegue en el sector, la Costa Blanca del último cuarto del siglo XX podría verse, al menos desde el prisma actual, como un lugar mucho más naif y costumbrista; pero aquello es lo que se llevaba en la época. Los últimos estertores, si se quiere, del ya trasnochado concepto fundacional del ‘Spain is different’, que acuñó Manuel Fraga en su etapa de ministro de Información y Turismo franquista.
Y no se trata -algo tenía que ver también, claro- de que la sociedad española del momento todavía anduviera relativamente virgen de influencias exteriores, ya que eran los propios visitantes, esa primera generación de ‘curritos’ del Viejo Continente surgida de la posguerra que se podía permitir viajar durante sus vacaciones, los que pedían una experiencia inmersiva impensable hoy en día, en la que no desentonaban (de hecho, eran un ‘must’) la sangría de dudosa calidad, la postal de la flamenca y una tarde de toros.
La idea surgió a principios de los setenta por iniciativa de un británico residente en la zona
Una nota de color
En aquella España todavía en blanco y negro, el turismo se esforzaba en poner una nota de color para que el visitante europeo no saliera espantado por las barbaridades que el dictador y los suyos seguían perpetrando en no pocos frentes político-represivos. Quizás por ese empeño de pintarlo todo de forma optimista, se eligió para el primer tren turístico del país el llamativo nombre de ‘Limón Express’.
Aquel exitoso producto nació el día 1 de junio de 1971, justo antes del arranque de la temporada alta estival, para unir, sobre las vías del trenet de las Marinas, las localidades de Benidorm y Gata de Gorgos (tras un breve periodo inicial en el que se llegaba hasta Dénia); y sirvió, además de para enamorar a los turistas, para poner sobre la mesa la urgente necesidad de mejora de la línea Alicante-Dénia.
Idea británica
De hecho, la idea no surgió de la iniciativa local o patria. El Limón Express nació de la inquietud de un británico afincado en la Costa Blanca, David Simpson, que sabía del gran interés y cariño que sus compatriotas sentían (y siguen sintiendo) por uno de los grandes símbolos de la Revolución Industrial, tan ‘british’ ella: el ferrocarril.
En aquella época Ferrocarriles Españoles de Vía Estrecha (FEVE), la operadora pública que se encargaba de explotar las líneas de ese tipo de ancho, tenía abandonados a su suerte unos cuantos vagones de madera que en algún momento dieron servicio en la línea que unía Dénia y Carcaixent, y que esperaban pacientes su único destino posible: el desguace.
Inicialmente el servicio llegaba hasta Dénia, pero pronto fijó en Gata de Gorgos su punto final
Ejemplo pionero
La idea de Simpson comenzó entonces a tomar forma y, tras el correspondiente proceso de negociación con la operadora pública, el emprendedor pudo comprar aquellos viejos coches, restaurarlos y ponerlos en servicio creando el Limón Express, el primer tren turístico que jamás existió en España y que sirvió como ejemplo para la posterior creación de otras líneas en distintos puntos del país. Algunas de ellas, como el Transcantábrico o el Tren de la Fresa, siguen funcionando hoy en día.
Ya sea por el costumbrismo de aquella vieja maquinaria que transportaba a sus viajeros no sólo en el espacio (entre la Marina Baixa y la Marina Alta), sino también en el tiempo (usando un tren de otra época) o por la belleza de los paisajes que se podían contemplar desde la ventanilla, aquel Limón Express se convirtió, casi de inmediato, en un éxito comercial y en una de las experiencias que nadie podía dejar de disfrutar durante su viaje vacacional.
Del amarillo al verde
Tanto es así que, una vez que se decidió prescindir de la parte final del viaje y convertir Gata de Gorgos en el punto y final del trazado en detrimento de Dénia, el operador tuvo que doblar los servicios para poder atender a toda la demanda existente, lo que hizo que durante los periodos de máxima ocupación de la región (y especialmente, durante la primera mitad de los años ochenta), se llegaran a organizar dos excursiones diarias.
Poco a poco el turista iba exigiendo cada vez más y mejores servicios en los destinos que visitaba. Europa estaba cambiando y el ‘sol-y-playa’ de toda la vida ya no bastaba para competir con destinos emergentes (especialmente los de una Yugoslavia que se asomaba a un negrísimo precipicio), y eso provocó una restauración casi completa del Limón Express, que se evidenció, en primer lugar, en su imagen exterior, pasando del amarillo chillón al color verde.
El tren de la Costa Blanca sirvió de ejemplo para otras líneas turísticas en el resto de España
Inicio del declive
Ocurrió en 1987 coincidiendo con el cese de operaciones de FEVE en la línea Alicante-Dénia, que pasó entonces a ser explotada (como en la actualidad) por Ferrocarrils de la Generalitat Valenciana (FGV). Se modernizaron los vagones, se cambió su color, se aumentó la seguridad y, además, se añadieron dos coches-bar que, incluso desde el exterior, eran fácilmente reconocibles por estar pintados de marrón.
También fue en aquella época cuando las viejas locomotoras iniciales fueron sustituidas por las más modernas diésel-eléctricas del fabricante Alstom, y que recibieron los nombres de ‘Benacantil’, ‘Ifach’ y ‘Montgó’, en un claro guiño a puntos geográficos de la provincia que ya despertaban gran interés entre los turistas.
Triste final
Pero el encanto del Limón Express no volvió a ser nunca el que fue. Tras varios años de declive, en el que el desgaste de los materiales acabó provocando varios descarrilamientos sin víctimas, se optó por un parón temporal del servicio con el objetivo de volver a mejorar los trenes.
Aquello sucedió en 2005, pero desde entonces sólo se ha producido un tímido e infructuoso intento de restaurar todo aquel material, que sigue depositado en los hangares de El Campello, sin que parezca que se puedan dar las circunstancias para que el Limón Express vuelva a circular jamás.