Los romanos lo tenían muy claro: a la actual Santa Pola, llamémosla Portus Ilicitanus (puerto ilicitano, de la colonia Iulia Illice, o simplemente Illici); y lo que hoy es el municipio de Crevillent, denominémoslo el Ager Ilicitanus (el palabro derivaba del término griego ‘agros’, el campo). A Crevillent le tocaba la provisión alimentario interior, porque no tenía mar. ¿O sí?
La realidad es que el municipio, por la época, se encontraba mucho más cerca de las aguas mediterráneas que ahora, asomado a un imponente estuario. De hecho, parte del hoy área municipal respiraba bajo aguas marinas. Quizá ello ha llevado a que surjan, incluso desde la orilla científica, teorías de que Crevillent pudo ser, o tener, puerto de mar. ¿Cabe esta posibilidad?
La calzada romana
Vaya por delante que este artículo no pretende desmontar nada, más cuando aún no se han completado en modo alguno las catas arqueológicas que podrían confirmar o desmentir tales aspiraciones. Pero sí al menos veamos con qué razones contamos para considerar posibles las especulaciones. De afirmar o refutar ya se harán cargo las evidencias. ¿Y cuáles tenemos? ¿Hay o no hay restos que pudieran delatar ese pasado marino?
De momento, que haya trascendido, no directamente. Si en la época romana abundan ya monedas de Narbona, es cierto que estas pudieron haber llegado por la Vía Augusta, recorrido de unos 1.500 kilómetros que unía la en su origen fenicia Gades (Augusta Urbs Julia Gaditana, ya enlazada con la hoy Comunitat Valenciana gracias a las cordilleras Béticas), precisamente con Narbo Martius (Narbona). Y gracias a la calzada, ya con el resto de Roma clásica.
Roma fue diligente en su conquista de la Península Ibérica
Llegan los romanos
Roma fue diligente en su conquista de la Península Ibérica: si en el 218 a.C. llegaría a controlar la colonia de Emporiae (Ampurias o Empúries, ‘puerto de comercio’, por tierras gerundenses), dominaría en el 197 a.C. prácticamente toda Hispania. Y por aquí se daban de bruces con una a ratos isla, en otros península, que, como una de las jambas del imaginario portón, les daba acceso a la rada.
Hablamos, claro, del actual municipio de Santa Pola. Por la época, eso sí, esta era sobre todo la sierra, un imponente montañón de tierras carbonatadas, a 144 metros sobre el nivel del mar y recuerdo de un atolón (madrepórico, de coral, como todos los atolones) surgido en la época Messiniense o Mesiniana (hace entre 7.246 y 5.332 millones de años).
Los íberos crevillentinos, los contestanos, manejaron monedas fenicias
Los primeros crevillentinos
El Sinus Ilicitanus o Golfo de Elche había comenzado a formarse entre el 4000 y el 3000 a. C., y realmente no llegaba a ser deglutido por nuestra provincia hasta el XIX, transmutado en El Hondo o Fondo, pero también con reminiscencias como las salinas santapoleras o el Clot de Galvany. A Elche, de todas formas, le resultaba un tanto más cercana la opción santapolera para montar su fondeadero con ciudad de servicios asociada.
¿Pero qué pasaba con Crevillent? Pues que, como nos cuenta, por ejemplo, el contenido del nutritivo Museo Arqueológico del municipio, en la Casa del Parque Nuevo, por esta localidad ya había pobladores. Los íberos (los habitantes de Iberia, ‘tierra de conejos’): ilercavones (Teruel, Tarragona y Castellón), edetanos (Castellón y València) y contestanos (Alicante, València, Albacete y Murcia). Y los contestanos crevillentinos manejaron monedas fenicias.
La sierra permitía vigilar las tierras interiores y la rada
Arriban los fenicios
Más que posiblemente, buena parte de estas transacciones comerciales (recordemos que hablamos de entre los siglos VI al I a. C.) se hicieron antes vía marítima que terrestre, aunque es bien cierto que los fenicios desembarcaban en la península en la hoy Cádiz, hacia el 1100 a.C., para fundar la factoría de Gades, luego romanizada. No solo hubo comercio, sino también asentamiento, en la sierra de Crevillent.
La ciudad de Herna, fenicia, es uno de los muchos descubrimientos del yacimiento de la Penya Negra crevillentina. Se establecía, al cabo, sobre un lugar estratégico, una mole calcárea, con pinos y esparto, que sirve para vigilar, por un lado, las tierras interiores y, por otro, entonces a aquella extensión acuosa, cuando hace unos dos mil años poblaciones como Almoradí, Catral, Daya Nueva o Dolores se encontraban bajo aguas marinas.
Orillas interiores
Otras como Albatera, Benejúzar, Bigastro o Granja de Rocamora directamente orillaban las aguas de la ensenada, y hasta Elche o Crevillente se situaban en una cercanía que hacía razonable la existencia de puertos marinos. Bueno, muchas de estas poblaciones aún no existían. No lo harían hasta las repoblaciones por censos enfitéuticos del XVII y el XVIII (se había expulsado a los moriscos, musulmanes convertidos a la fuerza, entre 1609 y 1613). Pero Elche o Crevillent sí, ya estaban.
No obstante, hasta el momento no parece que haya aparecido por Crevillent algún hallazgo como los restos de anzuelos, arpones y demás, de sílex (en el Eneolítico, entre el 8000 y el 3500 a.C.), descubiertos en la Ereta del Pedregal, en la valenciana (e interior) Navarrés. Nada nos lo confirma, pero al menos aún nada nos niega que el Ager Ilicitanus, desde antes, ya macerara una cultura pescadora.