Eran los ‘años locos’ del turismo. La democracia en España estaba ya completamente consolidada, el Mundial de 1982 había lanzado una imagen a color del país a todo el mundo y faltaba poco para que aquel mágico 1992 supusiera la revolución que, para lo bueno y lo malo, marcaría no pocos años posteriores.
Benidorm, como venía haciendo desde hacía décadas, seguía peleando su posición hegemónica en el ámbito turístico a codazos con destinos consolidados y otros emergentes. Esa competencia venía de otros muchos puntos del Mediterráneo, siendo feroz la de aquella Yugoslavia que caería en el abismo no mucho más tarde, y de otros puntos de España que habían llegado tarde a la fiesta.
Siempre algo nuevo
Desde aquel año de 1986 hasta ahora han cambiado muchísimas cosas, pero otras quedan inalteradas. Una de esas cuestiones que no ha sufrido ninguna variación es la competencia tremenda que existe en la industria turística. En ella, hasta los destinos más consolidados (como Benidorm) tienen que reinventarse constantemente y ser capaces de ofrecer algo nuevo prácticamente cada temporada.
Como es lógico, en esas apuestas muchas veces se acierta y otras… no tanto. Eso es lo que sucedió con un elemento que formó parte fundamental del paisaje de la capital turística durante casi dos décadas y que rivalizó, en popularidad, con la isla: el géiser.
Se inauguró en 1986 y se desmanteló de manera definitiva el 30 de enero de 2014
Idea copiada en Portugal
Se instaló en 1986 frente al mirador de la Punta Canfali y el potente chorro de agua que lanzaba al cielo se elevaba hasta cien metros sobre el nivel del mar del que se nutría. En una época previa a las cámaras digitales, a los teléfonos inteligentes y las redes sociales; su silueta sigue presente en miles de álbumes fotográficos (de los de papel) en toda Europa y, seguro, en no menos postales enviadas por los alegres visitantes para mayor envidia de los que se quedaron en casa.
Tal fue su fama que algunos destinos competidores de Benidorm decidieron apostar por la misma idea, con la intención de aumentar el flujo de viajeros a sus costas. Eso es lo que pensaron los responsables de la localidad portuguesa de Oeiras, en plena costa atlántica. El final de ambos artefactos fue el mismo: su desaparición.
Más de veinticinco años de actividad
El chorro benidormense se disparó por primera vez en 1986… y cesó por completo en algún momento de finales del año 2013. Luego, el 30 de enero de 2014, hace ahora algo más de diez años, se retiró el transformador que lo alimentaba y que se ubicaba en la cercanísima playa del Mal Pas.
Lo que sucedió durante aquellos algo más de veinticinco años de funcionamiento fue, de alguna manera, el reflejo perfecto de lo que supusieron aquellas décadas de desarrollo desbocado, que fueron de los sesenta a finales del siglo XX. Una lección bien aprendida: tener en cuenta todo aquello que puede salir mal antes de poner algo en marcha.
Visible desde todas las playas de la ciudad, el chorro alcanzaba los cien metros de altura
Duchas de agua salada
Desde 1986 hasta el año 2004 el géiser de Benidorm funcionó de forma casi ininterrumpida durante los días de verano, y de forma esporádica en temporada baja. Era visible desde cualquier punto de las playas de Levante, Poniente y Mal Pas, así como desde el visitadísimo Castell. De hecho, si el viento soplaba en dirección a la costa, la ‘ducha’ de agua salada en el Mirador del Mediterráneo estaba asegurada.
Eso, que resultaba divertido y, sobre todo, refrescante en plena canícula, debería de haber sido advertido como una importante señal de alarma, como veremos en breve, pero pasó desapercibido o, quizás, se quiso pensar que no era para tanto habida cuenta del buen rédito turístico del invento.
Erosión acelerada
Pero pasó lo que tenía que pasar. Lo que, en el fondo, la naturaleza misma nos ha enseñado a todos que pasa en un periodo mucho más prolongado de tiempo: el agua puede, incluso, con la piedra más dura.
El continuo goteo de agua a presión impactando contra las rocas de la Punta Canfali, saliente sobre el que se asienta el Castell, provocó una erosión más que preocupante, que, de haber continuado, podría haber incluso puesto en peligro el propio conjunto.
Su agua provocó una rápida erosión en las rocas de la Punta Canfali
Averías y quejas vecinales
Además, el ambiente salino en el que tenía que trabajar aquel chisme no jugaba a favor de su durabilidad. Con el tiempo, las averías se hicieron cada vez más frecuentes, provocando ‘apagones’ que, primero, eran breves y contados, y que, poco a poco, se fueron haciendo más habituales y prolongados.
Aquello, claro, provocó muchas quejas vecinales, porque lo que había nacido para dar una imagen moderna de la bahía de la capital turística de la Costa Blanca, se había convertido en un ‘muerto’ a la vista de todo el mundo. Una espina que salía del mar sobre una plataforma marrón que, por su inactividad, muchos no entendían qué pintaba allí.
Un espejismo en la memoria
Ahora han pasado ya diez años desde su desmantelamiento definitivo y algunos meses más desde la última vez que alguien puedo ver, en una región en la que no existe lava bajo el suelo y, por lo tanto, no se puede dar este fenómeno de manera natural, salir un chorro de cien metros de altura desde el mar.
Sin embargo, para los no tan jóvenes del lugar y algunos turistas que regresan a la ciudad después de muchos años de ausencia, su perfil sigue siendo una suerte de espejismo que, de vez en cuando, se les aparece cuando recuerdan aquellos años locos que, en muchos casos, están vinculados a la juventud y a circular, por qué no, bajo el agua en su regreso al mar mientras se navegaba en colchonetas o ‘pedalos’. Algo, en todo caso, nada recomendable.