Hubo un tiempo, ya lejano, en el que transitar entre las dos comarcas de las Marinas, o sea, de Altea a Calp, no era, ni mucho menos, una tarea sencilla. El Barranco Salado, ese corte que hoy en día el TRAM d’Alacant y el tráfico rodado salvan por sendos puentes o viaductos, era una frontera insalvable y gracias a ese profundísimo tajo se explica esa máxima, más o menos cierta, de que en la Marina Alta se ‘mira’ más a València como ciudad de referencia que a Alicante.
Y aunque hemos empezado diciendo que ese tiempo de incomunicación es ya muy lejano, en realidad no lo es tanto porque, visto con perspectiva, siglo y medio supone apenas un suspiro en la larguísima historia de la zona y del Mediterráneo eterno.
Antes de crearse el puente, los viajeros debían de cruzar el Barranco Salado por el llamado ‘Collado de Calpe’
Camino intransitable
De hecho, no fue hasta finales del siglo XIX cuando se llevó a cabo una obra que, en cierta medida, desafiaba los límites de la ingeniería del momento: la construcción del primer puente del Mascarat. Un viaducto cuya dificultad, más que en su longitud o diseño, estribaba en la gran altura a la que debía de elevarse, algo que hoy en día, sustituido ya hace tiempo por el nuevo puente, hace las delicias de los amantes del ‘puenting’.
Aquel puente supuso, en definitiva, la solución de las muchas y grandes dificultades con las que se habían encontrado los viajeros que transitaban entre las dos Marinas, y que se veían obligados a pasar por el llamado Collado de Calpe, una senda intransitable que durante siglos fue el único paso que permitía atravesar este accidente geográfico.
El puente, para el final
El caso es que el puente se convirtió en una necesidad bien entrada la segunda mitad del siglo XIX. A mediados de esa centuria, en la década de los cincuenta, se había ido creando, a uno y otro lado del barranco, un camino (más o menos coincidente con la actual N-332) apto para carros. Poco más tarde, en la segunda mitad de la década de los sesenta, se perforó la montaña y se crearon los túneles que se asomaban al vacío: sólo quedaba tender el puente.
Pero la casa y, en este caso el puente, no se puede comenzar por el tejado, sino siempre por los cimientos. Para ello, se tuvo que crear un nuevo camino, esta vez en la base del barranco, para que trabajadores y materiales pudieran llegar a los puntos en los que se ubicarían los sillares del viaducto.
La prensa de la época se hace eco de los retrasos y corruptelas que sufrió la creación de la infraestructura
Retrasos y corrupción
Ocho años después del inicio de las muchas obras que debían desembocar en la creación del puente, los trabajos llevaban un retraso ingente y todos los dedos acusadores apuntaban a la misma persona: el contratista Joan Thous.
Acusado de ‘cacique’, muchos apuntaron a que el propio responsable de la creación de la infraestructura estaba retrasando el proyecto a conciencia, ya que, por motivos que no han llegado muy aclarados a nuestros días, se beneficiaba económicamente de las derivadas (algunos documentos hablan de miseria) de la dificultad de la conexión entre Altea y Calp.
Plazo de ejecución: 120 años
Así, la prensa local del momento hizo una regla de tres: si en ocho años apenas se habían levantado dos pequeños zócalos de mampostería sobre los que se debían asentar las columnas del puente, el mismo tardaría, al menos, 120 años en ejecutarse por completo si se seguía a ese ritmo.
Para ejemplificar la enorme necesidad de que ese puente se inaugurara cuanto antes, basta con releer una carta al director publicada el día 1 de octubre de 1876 en ‘El Constitucional’ y en la que un lector tiraba de ironía, asegurando que “si quiere pasar usted un rato delicioso véngase, aunque no sea más que por pasar el tan famoso Collado de Calpe, eterno purgatorio de los desgraciados habitantes de esta rica comarca”.
Y continuaba: “Pero aconséjole que antes de emprender el viaje deje sus cosas arregladas y designe sucesor en la dirección del periódico, pues corre usted peligro de no volver a ver sus patrios lares”.
Pese a la importancia del puente, no se dispone de una fecha exacta de su inauguración
Destrucción por un temporal
Haciendo bueno aquel refrán de que ‘a perro flaco, todo son pulgas’, la obra del puente que debía unir la Marina Baixa con la Marina Alta fue víctima, en 1877, de uno de esos devastadores temporales que de tanto en cuanto sacuden la zona, y que convierten los barrancos en ríos bravos cuyas aguas, como pasó en este episodio, se llevan por delante todo lo que encuentran, incluidas obras inacabadas, materiales acopiados, trabajadores o maquinaria.
Ante la cada vez mayor presión popular y la aparición todavía muy puntual en la zona de un invento que lo iba a cambiar todo, el coche, la Diputación de Alicante asumió su responsabilidad y decidió intervenir para acelerar las cosas, no sin antes, y como medida temporal, volver a habilitar el camino del Collado para que pudiesen transitar por él los carruajes y conectar con los tramos ya terminados de la carretera.
Un antes y un después
Y tras tantos avatares, se podría esperar que la inauguración final del puente fuese un acontecimiento magno y registrado en los anales de la provincia… pero no. De hecho, hoy en día no se sabe a ciencia cierta cuándo se inauguró, ya que algunos textos sitúan ese acontecimiento en 1886, pero otros afirman que una riada se llevó por delante el puente sólo un año más tarde, aunque de esto tampoco ha quedado constancia clara.
Lo que sí es seguro, por los textos periodísticos del momento, es que el puente se encontraba plenamente operativo en 1892 cuando, en lo que supuso un antes y un después para las comunicaciones y la economía de las dos comarcas, “el viandante, después de atravesar el túnel, se asoma estremecido por la contemplación del abismo a la baranda del puente, cuya clave se eleva 59 metros sobre el fondo pedregoso del barranco”.