Las tenemos muy presentes por el Levante español. No digamos ya en la Comunitat Valenciana. Nos paseamos, por ejemplo, por el Coliseum Parc de les Palmeres de Alfafar (l’Horta Sud) y su nombre ya lo dice todo: ‘Parque de las palmeras’. O el Jardí Botànic de la Universitat de València, en el ‘cap i casal’, con más de ochenta especies, y bastante más de trescientos ejemplares en total.
Y si viajamos a Elche (Vinalopó Bajo), el asunto se nos torna superproducción. Más de 200.000 ejemplares, ante todo datileras. El palmeral más grande de Europa, uno de los más veteranos en el ámbito mundial y declarado Patrimonio de la Humanidad desde el 2000. La palmera, aunque no fuera originaria de estos mismos lares, se ha convertido en enseña, en icono, de muchas poblaciones autóctonas. Y parte insustituible de nuestros paisajes.
Calurosas procedencias
En realidad, nos aseguran los botánicos, las palmeras, palmas, palmáceas (aunque en realidad el palabro deriva de ‘palmae’, ‘palma’, la de la mano, y no de ‘palmaceae’) o arecáceas (‘arecaceae’, del dravídico ‘areca’ o ‘ādekka’, ‘denso racimo de frutos’, más el sufijo latino ‘-aceae’, ‘con la naturaleza de’) proceden hoy de regiones tropicales africanas, americanas y malasias. No obstante, antaño los humores tropicales estuvieron ubicados en otras zonas.
Actualmente, se tiene por cierto que comenzaron a evolucionar y, por consiguiente, a diversificarse en pleno cretácico (entre unos 145 y 66 millones de años), precisamente la época en que se generó al menos la mitad del petróleo existente. Lo curioso no estriba en que en aquella época botánica y zoológicamente generosa surgieran las arecáceas, sino dónde: la actual Alemania septentrional (el norte, vamos).
Se ha convertido en enseña, en icono, de muchas poblaciones autóctonas
Llegan los dátiles
¿Y cómo fueron a parar aquí, por estas tierras? Podemos servirnos, como ejemplo, de la más mediática, la datilera (‘Phoenix dactylifera’), cuya llegada a tierras provinciales la memoria popular atribuye a la invasión árabe iniciada en nuestra península en el 711, cuando a las tropas de Tarik (fallecido en el 720) les dio por hacer turismo salvaje, y en el 713 se aposentaban las tropas y lo que trajeran en los zurrones.
Pero, sin descartar que ya hubiera ejemplares desde tiempo de los íberos, posiblemente llegaran en el equipaje de los fenicios. Este pueblo del Cercano Oriente arribaba a puerto peninsular hacia el 1100 a.C. para fundar la factoría de Gades (Cádiz), y de allí se extenderán sus negocios y, con ellos, una pragmática cultura provista de alfabeto, acuñación de monedas, tornos alfareros y otros cultivos, como el del olivo (‘Olea europaea’).
Surgieron en pleno cretácico, en el norte de la actual Alemania
Dulce o amargo
Añadamos de todas formas que, si nos apetece un rico (y dulce, cuando madura) dátil de estas palmeras, y hablamos ahora al margen de normativas municipales, habrá que fijarse muy bien, porque puede tratarse de una palmera canaria (‘Phoenix canariensis’), un endemismo (seres vivos propios de un solo lugar) de las llamadas ‘islas afortunadas’ (vamos, como también las Azores, Madeira, las Salvajes o Cabo Verde) que ha prendido y bien en estas tierras.
Si no somos expertos, al final lo acabaremos notando, porque el dátil de la canaria, que tiende a volverse más rojizo, simplemente sabe fatal. La diferencia entre endulzarle a uno el alma o amargarle el día. Pero es que, además de las datileras, hay más palmáceas por estos pagos, como el asiático palmito elevado o palma excelsa (‘Trachycarpus fortune’) o la palmera del Senegal (‘Phoenix reclinata’).
Posiblemente las datileras llegaron en el equipaje de los fenicios
Otras especies
La lista, por supuesto, abarca más, como la estadounidense, de los colindantes Estados de California y Arizona, palmera de Washington o filifera (‘Washingtonia filifera’), el mediterráneo, autóctono, palmito o margallonera (‘Chamaerops humilis’, que en la Península Ibérica sólo parece arraigar en el Levante y el sur españoles) y el antaño endémico, allende el océano, palmito texano (‘Sabal texano’).
¿Y qué decir del clásico cocotero o ‘Cocos nucifera’? O la recurrente, a título interiorista, palmera de salón (‘Chamaedorea elegans’, la camaedorea o pacaya). Las palmeras se han hecho uno con el paisaje por estos lares, y en ocasiones incluso le dan nombre, como en el caso del Desierto de las Palmas (Plana Alta), llamado así por la abundancia de palmitos o margalloneras.
Comerciando productos
A las datileras, aún conservadas en sus oasis, como las distintas áreas que conforman el palmeral ilicitano, gracias a variantes sucesivamente modernizadas de los sistemas de regadío diseñados durante el mandato del príncipe omeya Abderramán I (731-788), se le han ido sumando una gran diversidad de especies de las más de 2.500 registradas como palmeras (o árboles de palma). Ya hemos visto que algunas incluso propias o convenientemente naturalizadas.
Sin olvidarnos de la parte económica del asunto, si nos atenemos al comercio de las diferentes artesanías manufacturadas desde la Comunitat Valenciana, gracias a elementos procedentes de diferentes especies de arecáceas (la artesanía del palmito se consolidaba en València a partir del siglo XVIII), y sin dejarnos de lado, claro, los aproximadamente 100.000 kilos al año de dátiles que producen de media las palmeras ilicitanas. Ecología, manufactura, industria, sombra y decoración. ¿Alguien da más?