Rafael Calatayud / Autor teatral
Rafa Calatayud (València, 25-mayo-1955) es, sin duda, una figura determinante en el teatro valenciano del último medio siglo, primero como actor, aunque casi de inmediato focalizado en la dirección. Fundó la compañía teatral ‘La pavana’ (1983), con la que ha dirigido la mayoría de sus casi cincuenta montajes, siendo ‘La mujer de negro’ posiblemente el más conocido.
Entre sus trabajos más recientes, ‘Valparaíso’ -magnífico duelo interpretativo entre Marta Chiner y Manu Valls- ha cosechado numerosos éxitos y “sigue de gira”, nos apunta Calatayud, para quien el teatro es “vida”. Confiesa además que “en las direcciones hay que tener mucho tacto, pero lo disfruto tanto… ahora también desde la experiencia”.
“El tiempo nos hace más sabios”, sostiene, y fruto de estos mayores conocimientos será su próximo posible proyecto, ‘Baratijas’, adaptación de una de las postreras obras de Tennessee Williams. De la misma forma, nos hablará de la realidad del teatro en nuestra tierra, “con muchos de nosotros trabajando por un salario muy inferior al de hace veinte años”.
¿Desde pequeño querías dedicarte a la interpretación?
Realmente fui un niño especial o diferente. Recuerdo que no me gustaba en absoluto ir al colegio: cuando llegaba cerraba los ojos y los abría al entrar, como si de un fundido abierto se tratase. Me imaginaba que lo que allí sucedía era como una película.
Era como vivir una ficción constantemente. Después fui un estudiante regular: siempre andaba pensando en otros mundos, mucho más creativos, como las singulares películas que hice en Super 8 con veinte años.
«La dirección teatral me conmueve y estimula, y gozo con cada uno de los procesos creativos»
¿Cómo te fuiste introduciendo?
Hice unas pruebas para ‘El engañado’, obra que iba a dirigir Antonio Díaz Zamora. La ensayamos alrededor de tres meses, pero finalmente no se llevó a cabo. Seguidamente, por medio del propio Antonio me matriculé en la Escuela de Arte Dramático y trabajé con él en ‘Flor de otoño’ -estrenada en El Principal-, ‘Orquesta de señoritas’ y ‘Tres sombreros de copa’.
En mi cabeza ya estaba muy clara la idea de dirigir, además de actuar, porque el teatro me fascinaba. La dirección me estimula y me conmueve, ya que disfruto mucho con todos los procesos creativos.
¿Fue entonces cuando creaste ‘La pavana’?
Exacto, arrancando con ‘Supongamos que no he dicho nada’, un espectáculo de cabaret de suburbio, con escasos medios. Fue una mezcla de estilos y textos, con varios autores, sumamente dispares, comulgando en una misma pieza.
Nos constituimos como empresa y empezamos a proyectar una forma de hacer, encontrando poco a poco nuestro lugar. Una de las cosas que a día de hoy más me satisface es que el público reconoce mi estilo, mi sello, que se consigue a través del tiempo.
¿De quién te has ido nutriendo?
El cine ha estado muy presente en mi vida, especialmente el italiano (Federico Fellini, Luchino Visconti o Roberto Rossellini). Me ayudaron a afianzarme en un estilo, en un modo de contar las cosas, y también de dirigir y cuidar a los actores, quererlos. Para mí es fundamental que disfruten, y yo con ellos.
«Soy muy exigente, sin perder jamás el sentido del humor, la franqueza, la sinceridad y la comunicación»
¿Tanto ha cambiado la forma de hacer teatro?
Sin duda, a veces no para bien. Falta mucha alma, al menos así lo aprecio. Asimismo, en la actualidad es difícil hablar de ciertos aspectos: cuando la política se mezcla con la cultura se prohíben cosas. Se convierten en dogma o doctrina, mermando la cultura en general.
¿Te gusta más dirigir que actuar?
Siempre me han gustado ambas facetas. Hay montajes que los he disfrutado mucho. Lo último que hice como actor es ‘Poder y santidad’, un texto de Manolo Molins en el que interpretaba dos personajes excesivamente convulsos: el Papa Joseph Ratzinger y un cura pederasta sufriendo en su propia cárcel existencial.
Necesitaba concentrarme una hora antes para poder asumir sus miserias. No son personajes para llevárselos a casa, ¡se sufre! Así que, terminada la función, se quedaban en el camerino.
Al ser actor, ¿empatizas más cuando diriges?
Así es, pues me pongo en su lugar. Soy muy exigente, sin perder jamás el sentido del humor, además de la franqueza, la sinceridad y la comunicación. De hecho, tanto yo como todos los actores con los que he trabajado nos sentimos agradecidos de haber disfrutado del proceso. Pese a que haya pinceladas de crisis, intento tomármelo con mucha calma e infinito cariño, ¡es importante!
«Durante el estreno, me ubico nervioso en la última fila del patio de butacas, esperando reacciones»
¿Cuál ha sido tu mejor obra?
Ha habido muchas. En ‘La mujer de negro’, por ejemplo, hicimos una primera función en el Talia, cuando estaba todavía en ruinas, a mediados de los ochenta, y fue un éxito total, gracias también a actores como Juli Cantó, Paco Balcells y Victoria Salvador. Ese teatro comenzó a recuperarse y a programar nuevas funciones.
Luego se repuso en diferentes etapas, con diferentes repartos -Emilio Gutiérrez Caba, Carlos Vicente, Pep Cortés…-, pero la que más me impactó a nivel de dirección fue la primera, porque logramos transmitir el terror desde la más absoluta intimidad.
¿Cómo percibes la conexión con el público?
Cuando diriges debes tener presente al público, que suele ser muy variopinto. Existe aquello que llamamos la conexión, que no la puedes perder, porque el espectador es fundamental para cualquier creativo, tanto actor como director.
Durante el estreno suelo estar nervioso y me ubico en la última fila del patio de butacas, esperando reacciones. Si es absolutamente positiva, resulta muy satisfactorio, al darte cuenta de que el público disfruta, lo entiende y conecta.
¿Desde tu butaca intuyes si será un éxito?
Por supuesto. Noto la reacción del público y sé si gustará o no. Así fue en ‘Valparaíso’, que el público se ponía en pie al final de la función, para aplaudir a los actores. El boca a boca después cuenta mucho.
Tanto el día del estreno como los demás me gusta ser ‘pesaete’, en el sentido de que quiero estar en el teatro, ver todas las funciones, cómo evoluciona, tomando notas, porque cada una es diferente de la otra.
«Fundamental para un actor teatral es la capacidad de sorprenderse a sí mismo en cada representación»
¿Un actor no se puede cansar de repetir?
Hace lo mismo, pero la energía puede ser distinta. Lo fundamental para un actor es la capacidad o el valor de sorprenderse a sí mismo en cada representación, aunque sea la misma. Debes hacerla como si fuera la primera vez; a veces es complicado, sobre todo si llevas trescientas.
Ese automatismo soy capaz de descubrirlo en un escenario, y no me gusta. Al igual que no me agrada el actor que alardea de su actuación: el ego escénico no es bueno, te puede traicionar. Prefiero la sencillez y sinceridad.
¿Tu forma de dirigir también se ha ido modulando?
Uno siempre cambia según las edades. El tiempo, pienso, nos hace más sabios; al preparar una función -en la intimidad- leo, releo, dialogo con los personajes y los visualizo, así como el espacio y todo lo que lo envuelve.
También, para trabajar, necesito escuchar música, que luego traslado a mis obras. Me sitúa en la función y me acompaña en todo el proceso creativo.
¿Esa misma música la empleas?
En muchas ocasiones sí. Por ejemplo, en ‘Valparaíso’ toda la música la he interiorizado previamente. Me han preguntado varias veces quién es el compositor, porque cuadra todo.
De igual forma, la música me inspira: el texto de una obra de teatro es como una partitura de emociones, con picos, notas, respiración, contención… Imprescindible para que un actor esté en todas las caras que precisa el personaje.
«Al preparar una función leo, releo, dialogo con los personajes y los visualizo, así como todo el espacio»
Has dirigido con éxito en valenciano.
Sí, indistintamente. Ejemplos tengo varios: ‘El mussol i la gata’, ‘Estimat mentider’, ‘El rufià en la escala’… ¡Y también en euskera! Monté ‘Terapiak’ -adaptación de ‘Teràpies’- en el que disponía de un traductor en todo momento, porque el euskera es supercomplicado.
¿Hacerlo en valenciano tiene más complicaciones?
A nivel de gira por la Comunitat Valenciana resulta importante tener siempre una doble versión. En Requena o Utiel, por indicar algunos municipios, se habla castellano, mientras en los pueblos de la Ribera la lengua mayoritaria es el valenciano.
Si sales fuera, véase Madrid, Andalucía o Galicia, obviamente te la van a pedir en castellano, por eso es determinante la doble vertiente.
¿Qué representa ser miembro de la Academia de Artes Escénicas de España?
Es contribuir un poco a que el teatro se mantenga en el sentido oficial. Entrar en contacto con otros académicos, conocer sus puntos de vista, siempre es positivo dentro de este panorama artístico, tan en crisis.
València es un poco caos, por la dificultad que tenemos para sobrevivir, con actores y directores que trabajamos por miserias.
«En la actualidad se importa más cultura que se exporta; y lo autóctono, lo de aquí, está como abandonado»
¿La compañía ‘La pavana’ cuándo y por qué cerró?
Fue un par de años antes de la pandemia. Finalizó por dificultades económicas, se había convertido en algo inviable. Para empresas históricas, como lo era la nuestra, la lucha diaria por defender lo que tienes -tras haberlo demostrado todo o casi todo- es muy dura.
Es una pena, pero el teatro siempre ha estado en crisis, aunque lo que vivimos ahora… A veces pienso que ojalá no sea el final y los responsables de la cultura hagan algo, porque como sabemos, un país sin cultura es un país muerto.
Es nuestra realidad.
En la actualidad se importa más cultura que se exporta, y lo autóctono, lo de aquí, está como abandonado, en cuanto a programación y producción. Deberíamos exportar cultura y apoyar no únicamente a las compañías veteranas, sino a las nuevas tendencias.
Clave en todo ello es el criterio, qué quieres hacer y cómo lo quieres hacer. Hay muy poco criterio ahora, una pena.
¿Qué estás preparando ahora?
Aparte de la gira de ‘Valparaíso’, llevo hace años en un proyecto, del que he organizado lecturas, sobre una adaptación de ‘La mutilada’, de Tennessee Williams. Yo la titulo ‘Baratijas’, siendo parte de la última etapa, la más oscura, del autor americano.
La escribió en un momento en que ‘vomitaba’ los textos, muy lejos de la lógica de sus grandes ‘La gata sobre el tejado de zinc’ o ‘Un tranvía llamado deseo’. Lo he transformado en un musical ‘sui géneris’.
Otro proyecto es recuperar el repertorio de grandes autores (Jean Anouilh, Thomas Bernhard y Thornton Wilder), en el fondo un gran aprendizaje, tanto para los directores como para los actores y el público.