En un momento aciago en que la DANA dejó a su paso un rastro de caos, muerte y destrucción, afectando muy severamente a 35 municipios valencianos, la Fundación Ayuda Una Familia se ha convertido en un rayo de esperanza para miles de personas.
Su labor, que ya era encomiable, dedicada a prestar auxilio a las personas sintecho y los núcleos de chabolas del área metropolitana de Valéncia, se ha visto ampliada hasta límites inimaginables.
Desde que aconteció el desastre, comenzaron a pisar el barro de la zona cero y sólo unos días después ya estaban repartiendo hasta 4.500 raciones diarias de comida caliente, desafiando no solo al problema logístico, sino también a las barreras emocionales y a sus propias limitaciones como organización no gubernamental.
«Hemos visto a personas llorar al recibir su plato; no solo por el hambre, sino porque sienten que alguien los cuida» Marisé (coordinadora)
Respuesta inmediata
Marisé García, coordinadora de la Fundación, vive este desafío sufriéndolo en sus propias carnes. “El día de la DANA me pilló repartiendo mantas a personas sintecho en Torrent. No me llevó la riada de milagro, y en lugar de ir a casa me dirigí a nuestros almacenes porque, sin ser del todo consciente de la magnitud del desastre, sabía que esto iba a ser muy gordo”.
Continúa diciéndonos que “al día siguiente, estaba cargando camiones con agua, mochos y linternas para llevar a los afectados. Cuando vi las montañas de coches y el barro me di cuenta de que era aún peor de lo imaginado y me asusté muchísimo”, recuerda.
La lentitud a la hora de actuar por parte de las administraciones contrasta con la respuesta instantánea de Ayuda Una Familia. “Estábamos preparando la inauguración de una cocina más grande, queríamos hacer algo bonito, pero la emergencia nos obligó a abrirla antes de tiempo y ponernos a cocinar a toda máquina”.
Lo que empezó como una ayuda puntual para quienes no tenían luz ni gas se convirtió en rutina. La Fundación pasó de repartir 1.100 raciones tres veces por semana a 4.500 de lunes a domingo, estableciendo cinco puntos de reparto en la zona cero: Algemesí, Paiporta, Catarroja, Picanya y Aldaia, además de un camión que se mueve por otros pueblos.
En su momento más crítico, la Fundación llegó a repartir 4.500 raciones diarias en cinco puntos estratégicos
El coste de la ayuda
El menú diario es un reflejo del cuidado con el que trabajan: ensaladas, guisos, potajes, macarrones y fruta componen los menús que van variando en la medida de sus posibilidades. Incluso han adaptado las comidas a las necesidades dietéticas de distintas comunidades, asegurando que todos reciban algo que puedan disfrutar. Además, añaden productos de primera necesidad y de limpieza.
Mantener este nivel de actividad tiene un coste considerable. Estiman desde la Fundación que, a grandes números, cocinar un plato de comida tiene un coste de 2,50 euros. Estamos hablando de un gasto de 15.000 euros diarios en alimentación y esa es sólo una parte de su labor.
Aunque cuenta con donaciones en especie, requieren complementarla adquiriendo otros alimentos, así como recipientes adecuados para entregar la comida y que llegue caliente.
Comida, apoyo emocional y esperanza
Cada plato de comida caliente es mucho más que alimento. Para las familias afectadas representa un abrazo, el recuerdo de que no están solas. “Hemos visto a personas llorar al recibir su plato. Gente que llevaba días sin comer caliente, incluidos bomberos y policías que estaban trabajando en las zonas afectadas”.
La conexión con estas familias se ha hecho profunda: “Nos vemos a diario, les decimos que esto pasará, que estamos aquí para ayudarles a salir adelante”, indica Marisé.
No es solo la comida lo que llevan. Han adquirido cocinas camping gas, deshumidificadores, lavadoras, neveras o microondas para atender necesidades básicas que las familias han perdido. La coordinadora relata con cariño cómo unos días atrás entregaron estos artículos a unos jóvenes en Picaña, cuya casa quedó devastada: “No tenían nada, y pudimos ayudarles. Son historias como esta las que nos impulsan a seguir”.
«Es como si fueran mundos distintos: en un lugar sacan barro y coches aplastados y a pocos kilómetros todo parece normal» Rafa (voluntario)
Obstáculos y resiliencia
El camino no ha sido fácil. A las complicaciones logísticas se suman las trabas administrativas, por increíble que parezca. En varias ocasiones los voluntarios tuvieron que enfrentarse a las autoridades para garantizar que la ayuda llegara a tiempo.
“Hubo días en los que me planté en rotondas delante de la policía diciendo que no me movería hasta que me dejaran pasar. Llevaba miles de comidas que la gente estaba esperando”.
La solidaridad inicial que desbordó a la Fundación en las primeras semanas también ha menguado. “Tuvimos 150 voluntarios al principio, pero ahora somos la mitad. Lo mismo pasa con las donaciones: parece que la gente comienza a olvidarse de la DANA. Yo duermo cuatro horas al día, porque hay que seguir ayudando”, admite Marisé.
Historias que conmueven
Cada día surgen historias que reflejan el impacto de su labor. “Cuando empezaron a llegar niños, cambiamos los menús. Conseguimos nuggets y gominolas para ellos. Ver sus caras de alegría al recibirlos es algo que no se olvida”, comparte con una sonrisa.
También recuerdan momentos duros, como ser testigos de la extracción de cadáveres en los garajes inundados o la desesperación de los afectados que hacían largas colas para obtener agua potable.
La Fundación lamenta no contar con instalaciones base en los pueblos para poder realizar mejor su labor. “Hemos pedido a los ayuntamientos que nos cedan espacios dignos para repartir, pero seguimos en la calle, salvo algún propietario que nos ha permitido instalarnos en un bajo arrasado. Seguiremos porque aquí es donde nos necesitan”.
Cada plato tiene un coste de 2,50 euros. Con 15.000 euros diarios, mantener la labor es un reto titánico
Un esfuerzo colectivo
La Fundación no solo ha contado con voluntarios locales. Personas sin hogar que habían recibido su ayuda en el pasado también se han unido, “gente a la que hace años ayudamos ahora están aquí, dispuestos a cocinar, repartir e incluso a quitar barro de las casas. Eso me llena de orgullo”, dice la coordinadora de la Fundación.
En las señaladas fechas que estamos, surgen nuevas necesidades. “Hemos organizado esta Navidad una campaña de juguetes nuevos para los niños. Queremos que en cada vivienda en la que sabemos que hay niños pequeños se pueda mantener la magia de los Reyes”, comenta.
Sin embargo, los recursos son cada vez más escasos. “Nos hacen falta donaciones económicas para comprar envases, gas y productos básicos. Seguimos adelante, pero necesitamos más manos y más apoyo”, recuerda Marisé.
Beatriz, manos expertas
Beatriz, vecina del municipio de L’Eliana, es una de las voluntarias veteranas de la Fundación Ayuda Una Familia, y su experiencia y compromiso muestran la labor fundamental que realizan en las cocinas. Desde hace cinco años colabora con la Fundación, habiendo comenzado en una nave más pequeña donde preparaban 350 raciones de comida, principalmente para personas sin hogar en la zona del río Turia.
Nos explica cómo la llegada de la DANA marcó un punto de inflexión: “Nos juntamos aquí muchísima más gente, muchos más voluntarios, y hemos llegado a cocinar para más de 4.000 personas al día. Ya perdemos la cuenta”, comenta, reflejando la magnitud del esfuerzo colectivo.
Ella misma trabajó sin descanso durante la primera semana de emergencia, “dedicándonos no solo a cocinar, sino también a repartir alimentos directamente en las zonas más afectadas, como Catarroja”, comenta. Ahora que se reduce el número de voluntarios, Beatriz sigue al pie del cañón.
«Hay personas que solo comen lo que les damos. Si pudiéramos ofrecer más comidas diarias, cambiaríamos vidas» Beatriz (voluntaria)
Experiencia traumática
El impacto emocional de esta experiencia es evidente. Beatriz describe lo traumático que resulta ver de cerca las consecuencias del desastre, pero también lo reconfortante que es recibir el agradecimiento de las personas a las que ayudan. “La gente te abraza, te agradece, y necesitas hablar un ratito con ellos. Es muy enriquecedor poder estar ahí día a día echando un cable”, asegura.
Su testimonio también resalta las carencias que enfrenta la Fundación, tanto en recursos como en reconocimiento. “Lo que cocinamos es lo único que muchas personas comen caliente en todo el día. Si tuviéramos más recursos, podríamos darles más raciones, pero necesitamos más donaciones para eso”. Beatriz subraya que muchas de las personas a las que ayudan no tienen acceso a medios para calentar su comida, lo que hace que un plato caliente sea vital.
Además, señala la importancia de conseguir visibilidad y apoyo por parte de las administraciones y la sociedad en general: “Sería genial que hubiera un mayor reconocimiento, no por nosotras, sino para que la gente tome conciencia y nos ayude a llegar a más personas”. Su dedicación no solo es una muestra de solidaridad, sino también una llamada de atención para quienes tienen el poder de marcar una diferencia más allá de la ayuda puntual.
Un joven comprometido
Rafa es uno de los voluntarios más recientes en la Fundación Ayuda Una Familia, pero en poco tiempo ha demostrado un compromiso excepcional. Su labor principal consiste en transportar comida caliente y productos no perecederos al punto de entrega en Paiporta, asegurándose de que las personas afectadas por la DANA reciban el apoyo necesario.
Lo curioso de su historia es cómo comenzó su colaboración. “Pasé por la puerta el lunes después de la DANA porque quería llevar agua a Catarroja. Me dijeron que hablara con Marisé, y desde entonces estoy aquí, encantado”, nos cuenta Rafa. Gracias a su experiencia en conducción y logística, rápidamente encontró su lugar dentro del equipo, desempeñando tareas de transporte y almacenaje, siempre con una sonrisa en el rostro.
Dedica seis días a la semana a esta labor, descansando solo los domingos. “Durante un mes trabajamos sin tregua, pero llegó un punto en el que todos necesitábamos parar. Marisé, por ejemplo, estaba trabajando de ocho de la mañana a once de la noche todos los días, durmiendo apenas cuatro horas. Ahora tratamos de repartirnos mejor porque esto se alarga”, explica.
Otro ejemplo de su compromiso, aunque vive en Huesca, es que se ha trasladado temporalmente a casa de su madre en L’Eliana para estar disponible mientras sea necesario.
«Es una organización pequeña en comparación con otras ONG, pero aquí le ponen un corazón increíble» Rafa (voluntario)
Impacto y contraste
La experiencia de repartir alimentos en las zonas más afectadas por la DANA es profundamente impactante. “Muchas veces te dan las gracias, pero también es un caos. La gente está muy necesitada, algunos están crispados, otros emocionalmente devastados. Recuerdo a una señora que salió por primera vez de su casa quince días después del desastre, y se quedó llorando en un rincón”, relata Rafa.
Este tipo de situaciones reflejan el trauma que enfrentan muchas personas, algo que el equipo trata de mitigar con cada entrega. Para él, el contraste entre las zonas afectadas y las áreas cercanas no dañadas es abrumador. “Es como si fueran mundos distintos. En un sitio están sacando barro y coches aplastados, y a pocos kilómetros todo parece normal. Es como tener el tercer mundo a diez kilómetros de distancia”, describe, destacando lo surrealista de la situación.
El espíritu de la Fundación
Rafa también destaca el enfoque único de la Fundación Ayuda Una Familia, que mantiene su independencia y proximidad a las personas más vulnerables. “Es una organización de tamaño pequeño en comparación con otras ONG, pero aquí le ponen un corazón increíble. Se nota que todo lo que hacen es para aliviar el sufrimiento de la gente”.
Para él esa dedicación personal es lo que diferencia a la Fundación de otras organizaciones más grandes. “Quieren ser libres para realizar su labor, todo bien controlado y con su propio criterio. Saben a quién ayudar y lo hacen de manera directa”, comenta.
Subraya, además, la importancia de las donaciones para mantener esta labor. “Hace falta mucha ayuda, tanto económica como material. Aquí intentan llegar a los más necesitados y darles lo mejor que pueden. Es un trabajo que merece ser difundido y apoyado”.