Edgar Neville (1899-1967) no dejaba de resultar, cuanto menos, una persona, disfrazada en cierta manera bajo un cuidadosamente auto elaborado personaje, de lo más peculiar. Cineasta, escritor teatral, ‘bon vivant’ (el término francés significa literalmente buen vivir). Noble por parte materna, y además madrileño de lo más castizo, nacido en la calle Trujillos (o de o de los Trujillos), pleno barrio de Sol. Pero de infancia alfafarense.
Analicémoslo. Su padre era un ingeniero de cuna alemana (de Hamburgo) y crianza y nacionalidad inglesa, Edward Hermann Neville (1862-1902), que se vino a Madrid a trabajar, se renacionalizó, españolizó su nombre (Eduardo Neville Rivesdalle) y casó con María Romree (o Romrée) Palacio (1879-1959), condesa de Romrée por su padre, Carlos Romree Paulin (1840-1919), fallecido precisamente en Alfafar, donde vivía.
Una larga relación
Bueno, aquí ya se nos dan pistas de la relación entre Edgar Neville y Alfafar. Las crónicas cuentan de veraneos en el municipio, en el palacio familiar, además de la segoviana Granja de San Idelfonso, aunque las crónicas del propio creador español hablan de su infancia como de un feliz periodo sobre todo alfafarense. Es más, dadas las amistades labradas aquí, lo cierto es que Neville retornaría una y otra vez.
Las notas de sociedad, de hecho, afirman que Edgar Neville no solo fue el último habitante del palacio (comenzado en 1857), sino de que además convirtió la inicialmente quinta de recreo, que anteriormente perteneció a la aristócrata María Josefa Inés Paulín de la Peña (1825-1895), nacida en Cullera y también dueña del desaparecido palacio-castillo valenciano de Ripalda (1887-1967), en el Llano del Real (donde hoy la Torre Ripalda, ‘la Pagoda’), en segunda casa.
Hablaba de su infancia como un feliz periodo alfafarense
Espíritu inquieto
¿Quién era Neville? Como señalaba el actor, director y escritor Fernando Fernán Gómez (1921-2007), Neville fue capaz de presentarse como un refinado aristócrata y un “radical barriobajero”. Dualidad que llevó a extremos como militar primero en la izquierda, más tarde en la derecha y, sin embargo, acoger siempre entre sus amistades a gente de todo color y condición. A él, persona tremendamente creativa, le interesaban la creatividad y la humanidad.
Esto le provocó no pocos problemas en ambos bandos antes, durante y después de la guerra civil (1936-1939). Espíritu inquieto, participaría activamente en la creación y desarrollo de la revista humorística ‘La Codorniz’ (1941-1978), hija de ‘La Ametralladora’ (1937-1941, en la que también colaboró Neville), madre de ‘Hermano Lobo’ (1972-1976), ‘El Papus’ (1973-1986) y ‘Por favor’ (1974-1978), y abuela de ‘El Jueves’, de 1977 (aún activa) y ‘Orgullo y satisfacción’ (2014-2017).
Participó activamente en crear la revista humorística ‘La Codorniz’
De aquí para allá
Sus vaivenes vitales le llevarían a Marruecos (se alistó con los húsares, la caballería ligera húngara, tras un desengaño amoroso), Granada (para terminar sus estudios de abogado, y allí de paso conoció a Federico García Lorca, 1898-1936, y a Manuel de Falla, 1876-1946), y de ahí a Estados Unidos (como secretario de embajada). Vivió en Washington D.C. y Los Ángeles, epicentro de la industria del cine hollywoodense.
Allí se hizo amigo de Charles Chaplin (1889-1977) y ejerció de extra, traductor, guionista, dialoguista, y se volvió a España con unos conocimientos técnicos que le permitieron, a su carrera teatral y literaria, añadir la de cineasta. Capaz de lograr cumbres como la cinta fantástica ‘La torre de los siete jorobados’ (1944, retitulada en Estados Unidos como ‘The Tower of the Seven Hunchbacks’) o la comedia romántica fantacientífica ‘La vida en un hilo’ (1945).
La residencia cayó bajo la piqueta constructora en 1965
Un gran cineasta
También, por ejemplo, el policíaco ‘El crimen de la calle de Bordadores’ (1946, ‘The Crime of Bordadores Street’). Filmes de culto, como taquillera su amplia obra teatral, y muy leídos sus relatos. Mucho de ello publicado tras fallecer Neville, quien curiosamente temía notablemente al éxito artístico o de público, bastante más si se combinaban ambos. Tuvo, dicen, la costumbre de hacer correr un curioso rumor antes de cada estreno suyo.
Contaba que estaba afectado de una enfermedad grave, que agonizaba. Consideraba que la envidia española no acepta los éxitos, así que había que hacerse perdonar de antemano. Bien, este fue el inquilino del que llegó a ser conocido, con orgullo, como el palacio de Alfafar, cuyos sucesivos propietarios mejoraron incluso con cesiones de terreno al municipio para, por ejemplo, que Alfafar contase con un apeadero de tren.
Sin recuerdos
Del palacio nada queda: una calle como recordatorio. Desde la más amplia de Mariano Benlliure, accedemos a la del Conde de Romrée, de ahí a la del Palacio (paralela a Benlliure, nace en la misma intersección), que termina al virar a la derecha, a la de Edgar Neville, que desemboca en Benlliure, rodeando entre las cuatro una manzana de viviendas. Casi una biografía comprimida de la residencia.
Como con el ecléctico palacio-castillo de Ripalda, especie de pre-Brigadoon, la casona-alcázar de Charles Foster Kane, el personaje de ‘Ciudadano Kane’ (‘Kane Citizen’, 1941), de Orson Welles (1915-1985), otro enamorado del Madrid ‘golferas’ de Neville, el de Alfafar también cayó bajo la piqueta constructora. Antes incluso: en 1965. Edgar Neville, ya enfermo (fallecería de paro cardíaco en Madrid), quedaba apartado de las imágenes de su infancia, y estas, simplemente, desaparecieron.