Durante mucho tiempo, a las angulas (de la adaptación vasca de la palabra latina ‘anguilla’, serpiente) se las consideró una especie aparte, independiente, pese a sus semejanzas (ya detectadas entre quienes las nombraran por vez primera), de la orden de los peces anguiliformes (anguilas, morenas y congrios). Nada impedía, pues, su sobre explotación: con aceite, ajo, sal y guindilla, deliciosas.
¿O qué tal, por ejemplo, la guardamarenca, vegabajense, tortilla de angulas (aceite, dientes de ajos cortados pequeños, sofreír, añadir los alevines de la anguila, la sal y, tras una vuelta a los ingredientes, incorporar los huevos batidos hasta cuajar)? La constatación definitiva, y científica, de que se trataba de la mismísima juventud anguilera dio un vuelco a su comercio. Así como saber que podían extinguirse las anguilas, y sus hijas.
Zonas de humedales
En una zona con profusión de humedales, como la Albufera valenciana o el alicantino El Fondo, o la compartida Marjal de Pego-Oliva, aparte de salinas varias (todos, restos de inmensos golfos que antaño dominaron el litoral de la hoy Comunitat Valenciana), la anguila titular (‘Anguilla anguilla’) inició su retirada por el foro pescatero. En algunas lagunas dejaron de existir; en otras, se pudo recurrir a las piscifactorías.
Las anguilas, en verdad, ya se habían hecho con las sociedades que las pescaban, que las cocinaban, influyendo en sus ritos de vida, montados en torno a las capturas. Teníamos, por tanto, que enfrentarnos a una más que posible realidad que podemos resumir en una palabra: extinción. Al acabamiento definitivo de una especie, o de varias emparentadas (en biología, taxones, de ‘táxis’, ordenamiento).
En una zona con profusión de humedales, la anguila inició su retirada
En cantidades industriales
Extinciones localizadas se han dado muchas, algunas famosas, como el pájaro dodó (‘Raphus cucullatus’) o dronte, de la isla Mauricio (cercana a la africana de Madagascar e independiente desde 1968), o el australiano diablo o demonio de Tasmania (‘Sarcophilus harrisii’), que si bien aún se encuentra en la isla que le da apellido, fueron desapareciendo todas las variantes continentales. Pero también se han dado extinciones masivas.
Como la del Pérmico-Triásico, hace 241 millones de años, que acabó con el 96 por ciento de especies debido a una sucesión de eventos, incluidos episodios de erupciones masivas tras estrellarse un colosal meteorito sobre la superficie terrestre, igual que en la del Cretácico-Paleógeno (hace 66 millones de años, llevándose al 76 por cien de especies), que acabó con buena parte de los dinosaurios que aún campaban por aquí (los que sobrevivieron, parte hoy los tenemos enjaulados).
Las desapariciones más pequeñas nos afectan de una manera más cercana
Por el ser humano
Pero nos interesan ahora las extinciones más pequeñas, porque, al cabo, son las que nos afectan de una manera más cercana. Provocadas sobre todo por el propio ser humano y que llevaron a la creación en 1872 del pionero Parque Nacional de Yellowstone o en 1909 de la Liga Suiza para la Protección de la Naturaleza (Pro Natura desde 1997), madre, entre otras organizaciones, del Fondo Mundial para la Naturaleza (World Wildlife Fund for Nature), de 1961.
¿Qué ocurre en nuestra Comunitat Valenciana, aquí y ahora? Para contar con un catálogo bastante actualizado, podemos dirigirnos a una parte del mismísimo meollo administrativo, en concreto al Diari Oficial de la Generalitat Valenciana, número 9285 (24 de febrero de 2022, páginas 12.677 a la 12.687). Los dramáticamente generosos listados se incluyen en cinco anexos: especies de flora amenazadas, de flora protegidas no catalogadas, de flora vigiladas, de fauna amenazadas y de fauna protegidas.
La contaminación de las aguas se ha cebado con el pez fartet
Pez paradigmático
Dirijámonos, por ejemplo, al cuarto anexo (especies de fauna amenazadas), que en su primer apartado habla directamente de las que se encuentran en peligro de extinción. Y bien, aquí los planteamientos administrativos nos juegan una pasada en el ámbito ‘a pie de calle’. ¡Solo se incluyen los nombres científicos y ninguna referencia a los digamos ‘populares’! Bueno, pero ya es algo. En la lista, ya puestos, contamos con un ejemplar paradigmático, el ‘Aphanius iberus’.
Por estos pagos, lo conocemos más como el diminuto fartet, fartonet o peixet de sequiol (pececillo de acequia pequeña). La contaminación de las aguas (habita canales, humedales, embalses) o la introducción de especies invasivas para acabar con las algas se han cebado con este autóctono semáforo natural de la calidad de su hábitat, aparte de, como omnívoro, un perfecto limpiador de insectos.
Emblemáticas muestras
La lista resulta más amplia, por desgracia abundante. Anotemos también el águila perdicera o de Bonelli (‘Hieraaetus fasciatus’), la prácticamente endémica alondra ricotí o de Dupont (‘Chersophilus duponti’), nuestras emblemáticas cercetas pardillas (‘Marmaronetta angustirostris’), la versión levantina del galápago europeo (‘Emys orbicularis’), el murciélago ratonero patudo (‘Myotis capaccinii’; para muchos, ‘lo rat penat’ de nuestro escudo) o nuestra variante del sapillo pintojo meridional (‘Discoglossus jeanneae’).
A las que nos descuidemos, nos quedamos también sin los endémicos (del Xúquer) peces loina o madrillas (‘Parachondrostoma arrigonis’), o el samarugo o samaruc (‘Valencia hispanica’). Cada especie que se pierde, aparte de afectar a la biodiversidad, arrastra consigo una o, más bien, varias cadenas alimentarias. Una extinción por especie o taxón, pues, genera una progresión geométrica de fauna desaparecida, con sus respectivas cadenas afectadas.