Por Alicante, según dicen, “hasta el 40 de mayo no te quites el sayo” (o sea que, por si acaso, no descartes esa vestimenta que te cubre incluso las rodillas hasta los calores del verano, o más). Así que por estas fechas, inclusive en los inviernos más suaves, ya hay que cuidarse la garganta, y arroparse bien, que el frío suele rascar.
Aquí ha llegado a helar en marzo, y en este 2025 hasta el 20 de ese mes no es primavera. Un invierno de 88 días y 23 horas. Porque con enero comienza un nuevo año, todo rellenito de esperanzas por cumplir. Y el pico de entrada aún es navideño. ¿Cómo vivíamos antes aquello a pie de calle? ¿Por ejemplo en una década tan crucial para el país como fueron los años setenta?
Elección tras elección
El período no puede tener mejor telón de fondo. Una época de cambios. Políticamente, se da un ramillete de circunstancias: muere Francisco Franco (1892-1975), y su régimen político, iniciado tras la Guerra Civil (1936-1939), comienza a desmantelarse. Arranca la transición política tras el referéndum para la ley de Reforma (1976), más las Elecciones Generales de 1977, las primeras totalmente democráticas desde la Segunda República.
Y también la votación sobre la Constitución Española (1978). ¿Pero cómo influía en la ciudad? En el día a día, lo suyo continuaba siendo lo mismo de ayer y mañana. Los microcambios siempre van a rebufo de los macrocambios y van impregnando poco a poco. Al principio como al final de la década, y posiblemente la anterior, enero comenzaba con el nuevo año y el fin de las vacaciones navideñas, sobre todo para la chavalería.
Había taxis y microtaxis, un servicio más barato e interbarrial
Mucho tráfico
Una Alicante navideña y postnavideña atestada de tráfico. Con autobuses, porque el tranvía nos había abandonado en noviembre de 1969. Ese mismo año, las estadísticas nos hablaban de 14.354 vehículos matriculados (11.120 turismos, 66 ómnibuses, o sea autobuses, más 2.422 camiones, 731 motocicletas y 15 tractores). Sí, eran datos provinciales, pero en una ciudad, la alicantina, con 184.716 habitantes al principio de la década, amenazaba lío.
Había taxis y microtaxis, se supone que un servicio más barato e interbarrial, aunque se acusa hoy que sus conductores buscaban trayectos más largos. Triunfaron aquí, en Bilbao y Madrid. Por estos pagos estuvieron operativos desde 1956 hasta 1976. Domeñando todo esto, las navidades españolas en general, y las alicantinas en particular, nos dejaron otra estampa: guardias municipales bajo sombrillas rodeados de regalos navideños.
Quedaba la estampa de guardias municipales rodeados de regalos navideños
Un municipal famoso
Esta imagen se asocia mucho, en el inconsciente colectivo de la ciudad, con aquel eficiente municipal de tráfico que, con elegancia, amabilidad y pases casi de torero, dirigía el tránsito generalmente en las más peliagudas intersecciones. Hablamos del Sargento Moquillo, cuya popularidad traspasó fronteras: locales y hasta nacionales. Pero realmente esto sucedía hasta los setenta: desde 1963 hasta su jubilación (1983), Antonio Pomares Espinosa (1924-1992) fue castigado.
Le puso una multa a la mujer del gobernador y fue relegado a dirigir el tráfico en el desaparecido parque infantil del Monte Tossal. Sin embargo, la labor que desempeñó allí, también en navidades, aún acrecentó su figura. Mientras la chavalería esperaba sus juguetes de Reyes Magos, claro. Mayormente alicantinos, se adquirían en los tenderetes que montaban en diversos puntos de la ciudad.
La expresión ‘cuesta de enero’ procede de las bambalinas teatrales
Comprando juguetes
Así, por la avenida de Aguilera, en la acera de la hoy plaza de Babel, frente al Botánico, y edificio anexo, hubo una hilera de tenderetes donde adquirir los juguetes. Luego, la noche de Reyes, ya se quedarían los padres sin dormir preparando la juguetería correspondiente en el salón familiar, entre sillones y sofás de escay (material sintético imitando al cuero) y mesas de madera o similar que se protegían con manteles de hule (goma) para comer.
Había muñecas de Onil para las niñas (como la Nancy, que hasta vistió de festera alicantina), pero se popularizaron dos productos barceloneses, de la extinta Exin (1951-1988), totalmente ‘unisex’: Exin Castillos (1968), juego de construcción con ladrillos de plástico ensamblables, tematizado en la Edad Media, y Tente (1972), lo mismo pero de tema libre. Y los padres insomnes, montándolos según el modelo de la caja. Y la chavalería desmontando luego a lo bruto.
Suelos caros
Pero tras los Reyes, las Navidades se quedaban, desde el día siguiente, como que muy atrás. Había que volver al trabajo, al día a día casero (cuando desde arriba se vigilaba la persistencia del concepto “ama de casa”), al colegio o a los estudios. Y entonces, tachán, la cuesta de enero. La expresión procede de las bambalinas teatrales, a finales del XIX, que quedaban sin público ese mes económicamente doliente.
Los gastos de las fiestas, el inicio del nuevo año administrativo y fiscal o los aumentos en las tarifas de los servicios públicos, se adaptaban muy bien a la metafórica expresión. Por Alicante no nos privábamos de nada: la década comenzaba con la constatación de que teníamos el suelo más caro de España, y que el Ayuntamiento se negaba a limitar a ocho las alturas de los edificios. Al final, todo subía.