Entrevista > Esther López / Psicóloga, terapeuta familiar y criminóloga (San Vicente, 21-julio-1982)
La felicidad, ese sentimiento que tanto buscamos y que, con el tiempo, comprendemos y asumimos que llega en pequeñas proporciones o dosis. ¿Cómo es la de los niños de hoy en día?, tan distintos a los de hace tres o cuatro décadas. Ciertamente la infancia y adolescencia actual está muy condicionada por las pantallas, las redes sociales y la soledad.
Esther López, psicóloga, terapeuta familiar y criminóloga, considera que esa felicidad parte de numerosos aspectos de nuestra vida, “en muchos chicos si soy reconocido en un grupo y formo parte como un igual, pues carecen de herramientas de habilidades sociales básicas”.
También analizará, desde su amplia experiencia -iniciada precisamente en la gerontología, en personas mayores-, los factores, traumas y daños que pueden sufrir nuestros menores, así como los errores comunes que cometemos los padres. “Todo se ha multiplicado tras la pandemia”, lamenta.
Roles cambiados
Sin duda, sostiene, los roles han cambiado y hay mucha más comunicación entre padres e hijos. “La función madre o padre, que es como se les llama, ya no están tan determinadas por el género”, opina, porque muchas madres ‘empujan’ a sus hijos a que vean mundo, al tiempo que infinidad de padres desarrollan excelentemente esa parte más emocional.
Recordemos que la parte frontal de un cerebro, “todas sus conexiones cerebrales”, no se completan hasta los veinte años, y “ahí es donde está el mando del control, cómo planifico las cosas, cómo me autocontrolo, me regulo”. Por eso los adolescentes gestionan los problemas peor, apunta.
«Los jóvenes actuales deberían tener una buena red de amistades, pero sucede todo lo contrario»
¿Los niños actuales son felices?
Uf, es difícil responder. Sí que hay niños felices, pero les estamos enseñando a vivir en una sociedad en la que no hay espacio para el aburrimiento ni para las relaciones sociales tal y como las entendíamos antes.
Veo en ellos mucha soledad, pese a estar hiperconectados con el tema de las redes sociales. Me llegan a consulta muchos jóvenes que deberían tener unas buenas redes de amistades, pero sucede todo lo contrario. Las pantallas realmente dan mucha soledad.
No pueden vivir sin el móvil.
Disponer o no de él no les va a dar más o menos amigos, a pesar de que muchos padres temen que su hijo será el marginado que no posee móvil. Bien al contrario, el teléfono muchas veces es una manera por la que sufren situaciones de acoso.
¿Muchos callan ese acoso?
Por supuesto, porque la cuestión es cómo luego intervenimos los padres. Suele haber dos versiones, totalmente opuestas: la primera es la sobreprotección e intervención, es decir, retirar al niño con aquella frase “¡ya lo arreglo yo!”.
No le das las herramientas para que lo solucione tu hijo, porque consideras que no puede o no sabe. Ahí le mandamos un mensaje negativo hacia su autoestima.
«Durante la individuación, en la adolescencia, dejan de querer ser como su padre o su madre por ser ellos mismos»
¿Y la segunda opción?
La de los padres más ausentes, los que opinan que su hijo ya puede estar solo, por ejemplo, cuando hay muchos menores que no tienen esa capacidad. No es que les abandonen, pero sí hay cierta negligencia porque a su hijo le puede estar pasando algo y no sabe qué es.
Obviamente todo se multiplica en padres separados.
En muchas ocasiones recibe una doble educación, desde dos puntos bien distintos. Además, uno puede ser más equilibrado, mientras el otro es más extremista (protege o está ausente), como indicaba anteriormente.
Y ello genera, que los hijos estén perdidos, siendo habitual en la adolescencia que “elija” el estilo educativo que más le conviene.
¿Qué traumas les pueden provocar?
Debemos tener en cuenta que los menores establecen su sistema de apego de los cero a los tres años, básico en cómo después se va a vincular a las personas. Suelen ser sus figuras principales -madre, padre o abuelos- y no tendrá problemas de relación si se establece un vínculo seguro con esas personas de apego.
El problema aparece si esas figuras no están disponibles, por diferentes razones, como la pronta separación de los padres o un problema de depresión, adicciones, etc. En ese momento, que el niño los necesita, no están presentes. Se genera una situación de indefensión, creando un apego inseguro.
«Marcar una norma sobre el tiempo de utilización del móvil es complicado, depende de la madurez del niño»
Es decir, ¿les afecta mucho menos si son adolescentes?
En esa etapa el sistema familiar deja de ser tan importante y entra con más fuerza el sistema de iguales. Durante la adolescencia empieza el proceso de la individuación, en el que dejan de querer ser como su madre o su padre: anhelan ser ellos mismos y se tienen que encontrar.
Se trata de un instante en el que los padres tenemos mucho que hacer, manteniendo la conexión, acompañando en el proceso y haciéndoles reflexionar.
¿Deberíamos regularles el tiempo con el móvil?
Marcar una norma para todos es sumamente complicado, depende de la madurez del niño. Existe una prueba sencilla que los padres pueden hacer ya en primaria, que es dejarle el móvil y comprobar si no le cuesta devolverlo cuando ha pasado el tiempo.
Si no me tengo que pelear para que me lo devuelva, es buena señal. Por el contrario, si me pide más tiempo y al final se lo tengo que ‘arrancar’ de las manos, mala señal, porque muestra un perfil con más dificultad de regulación.
Otra buena alternativa es ponerles un temporizador, que muchos adultos también necesitaríamos, porque las redes sociales están hechas para generar contenidos que enganchen, ¡a todos! Mi recomendación es que menores de doce años no tengan móvil, e ir introduciéndolo entre los doce-quince años en función de cómo es el menor.
«Aplicaciones como Instagram generan mucha frustración, al ver como otros llevan una vida que no podrás tener»
Extrapolado a la realidad ¿eso sucede?
¡Nunca! He tenido sesiones con chicos de ocho años que llegan y ponen el móvil en la mesa. Ahora es común que sea el regalo de la comunión, que suelen realizarla el año que cumplen nueve o diez.
Aparte de las adiciones, ¿qué otros daños les puede provocar?
Primeramente, baja autoestima. Los móviles actuales -con un sinfín de aplicaciones- les permiten seguir a chicos musculosos, cuando el menor tiene quizás trece años y todavía no ha desarrollado su cuerpo.
Aplicaciones como Instagram generan mucha frustración, al ver como otros -más afortunados- llevan una vida que no podrás tener. Ahora muchas jóvenes, de entre dieciocho y veinticinco años, se operan (pechos, labios, pómulos…), porque no se ven guapas al compararse con esas modelos que admiran en las redes, o no son capaces de publicar fotos sin usar filtros.
Otras, incluso menores, de diez u once, empiezan a hacerse el skincare, una especie de limpieza facial, poniéndose cremas u otros productos, ¡asusta!, y los dermatólogos ya lo están advirtiendo. Además, en este tema existe una diferencia de género a tener en cuenta.
¿Dónde está el límite?
Los padres y todos en general deberíamos hacer mucha más autocrítica. Es muy común criticar lo que sucede en la escuela o instituto, porque pensamos que allí se les va a educar, y no es así.
Educar se les educa en casa y, como decía antes, el poder de las familias se ha perdido. Echamos balones fuera, sin reflexionar qué resultados está teniendo la educación que le brindo.
«Tiene que haber límites y una claridad en la relación: como padre debemos decirles que no muchas veces»
¿Les damos las herramientas correctas?
Nuestra obligación es ofrecerles las mejores para que puedan resolver problemas en un futuro. Los hijos no los tenemos para vivir la vida que me hubiera gustado tener, y yo disfrutarla desde fuera. ¡No!, son seres independientes a los que enseñamos conceptos para que con dieciocho o veinte años puedan lanzarse al mundo.
¿Pero están preparados para recibir un “no”?
Nosotros somos de una generación con unos padres totalmente diferentes, mientras la actual, insisto, está mucho más polarizada, en padres ausentes, que dicen “déjales”, son más colegas que padres, o sobreprotectores.
No les proporcionamos las herramientas para que se frustren, porque ¡soy tu padre o madre, no un amigo! Tiene que haber normas, límites y una claridad en la relación. Como padres debemos decirles que no muchas veces.
Háblanos de la importancia de los amigos.
Es una influencia importante, porque nos referimos a habilidades sociales básicas, aquellas que vamos adquiriendo desde que tenemos un año y conectamos con el mundo. Entre siete y doce años los amigos son las primeras experiencias en cuanto a cómo me siento cuando me rechazan o no quieren jugar conmigo, y así voy poniendo en marcha las habilidades sociales complejas (que tienen relación con la inteligencia emocional).
«Entre los jóvenes de hoy en día, la nula tolerancia a la frustración conlleva graves problemas en el mercado laboral»
¿Es bueno que se enfaden?
El enfado es una emoción que debemos aprender a manejarla y expresarla, porque me va a ayudar a decir que no y a poner límites.
A los niños se les dice “no enfadaros”, y yo pienso “noooo” si le han quitado su juguete es normal que se moleste, debe hacerlo. Lo que tenemos que ver es qué hace con ese enfado, cómo lo gestionamos. Si lo hacemos bien, acompañando y siendo modelos sanos, le devolvemos a ese niño la confianza -una habilidad social- de enfrentarse a esa situación.
¿Pueden arrastrar estos traumas a la edad adulta?
Hay dos vertientes. Con algunos niños podemos trabajar a partir de habilidades sociales (no existe trauma, solo es mejorar las áreas que le generan dificultad), pero también están aquellos casos con patologías -depresión, ansiedad o trastornos de personalidad-, que requieren una ayuda profesional a lo largo de su vida.
Muchos de los menores que presentan un perfil obsesivo o ansioso coinciden con otro parecido en casa, padre o madre, es decir, hay una parte genética y otra aprendida. Los adultos no solemos comprender que, determinante en la buena salud mental del hijo, es nuestra salud mental propia.
Tanto individualismo ¿qué consecuencias puede tener?
Ese aspecto y la nula tolerancia a la frustración conlleva graves problemas en el mercado laboral, con muchos chicos que no disponen de herramientas para estar en un trabajo de atención al público, o relacionándose con compañeros.
Si no tengo una buena tolerancia al malestar, ¿qué va a pasar cuando surja un problema? porque la molestia forma parte de nuestro día a día. Por fortuna cada vez veo a más jóvenes que quieren poner remedio a ese problema.
¿Otras consecuencias? Una menor natalidad, ansiedad, baja autoestima, trastornos de la conducta alimentaria, depresión… Por ello, fomentar las habilidades sociales desde la infancia es una estrategia efectiva para contrarrestar los efectos negativos de la creciente individuación.