Entrevista > Guadalupe López Íñiguez / Violonchelista e investigadora (14-diciembre-1983)
Guadalupe López Íñiguez, violonchelista, doctora en psicología de la música y última pregonera de la Feria de Utiel, repasa su trayectoria desde sus inicios en la Unión Musical Utielana hasta su labor investigadora en Finlandia. Vinculada profundamente a su tierra natal, defiende una educación musical más humana para niños con altas capacidades.
¿Hubo algún momento que despertara en ti la pasión por la música?
En el colegio en el que yo estudié, el Canónigo Muñoz, el profesor de música hizo un test improvisado en clase para ver quién tenía aptitudes musicales. Todos excepto yo dieron positivo en esas habilidades. A ellos les animó a apuntarse al conservatorio, pero a mí me dijo que no tenía potencial. No porque no lo tuviera, sino porque me bloqueé por timidez.
Lejos de ser un obstáculo, eso fue para mí un impulso. Y no solo resultó que sí tenía habilidades, sino que tenía más de la media. Hoy lo catalogaríamos como altas capacidades para la música.
¿Cómo surge el interés por la psicología de la música?
Cuando entré en el Real Conservatorio de Madrid con 16 años, empecé a descubrir las relaciones humanas. Siempre fui una gran lectora, me encantaban la filosofía y la comprensión del ser humano. Esa inquietud me llevó a interesarme por la pedagogía, la psicología y, en particular, por cómo se desarrollan las relaciones de enseñanza y aprendizaje.
Veía que había compañeros más sensibles que yo que sufrían mucho. Así que cuando terminé la carrera de música, me fui a la Universidad Autónoma a estudiar pedagogía e investigación.
¿Fue entonces cuando decidiste que querías implicarte en mejorar ese sistema desde dentro?
Había vivido la presión desde dentro. Aunque en casa siempre me apoyaron, el entorno también te exige. Cuando la gente ve que eres buena, quiere más. Todo el mundo espera algo de ti, y eso te lleva a una confusión sobre tus propias motivaciones: no sabes si interpretas por amor a la música o para satisfacer expectativas.
Ahí me di cuenta de que eso le pasaba a más gente. Así que decidí investigar. Después de mis posgrados, empecé el doctorado en Psicología aplicado a la música. Lo compaginé con un máster en interpretación en Helsinki.
«Pensaba que ser pregonera quizá me llegaría cuando estuviera jubilada»
¿De Madrid a Helsinki?
Ahora vivo en Helsinki, trabajo en la Academia Sibelius como investigadora titular acreditada como catedrática. Mi trabajo es en Psicología de la Música, pero todo se aplica a la pedagogía: cómo educamos a los niños, cómo influye eso en su bienestar psicológico.
Y decidiste centrarte en la investigación.
Me sentía realizada como violonchelista: participé en concursos, grabé repertorio de Mendelssohn, Gabrielli, Scarlatti, toqué como solista… Pero vi que en la investigación era mucho más necesaria.
«Mi contribución a la sociedad es mayor desde la investigación»
¿Qué te llevó a esa conclusión?
Hay miles de violonchelistas buenos en el mundo, pero pocas personas que hagan investigación al nivel que yo la hago. Mi contribución a la sociedad era mayor desde ahí, y también me permite estar completamente presente en la vida de mi hijo.
Has recibido muchos premios, como el Premio Bankia en la Comunidad Valenciana. ¿Qué supone para ti ese reconocimiento en tu tierra natal?
Me han dado reconocimientos en Australia y en la Academia Sibelius —que está entre los mejores centros del mundo—, pero los premios en España, y especialmente en la Comunidad Valenciana, tienen un valor emocional incomparable.
El Premio Bankia fue un sueño, que se me reconociera fue muy especial. Pensaba que mi trabajo no se conocía tanto en España, pero con ese premio sentí que sí, que se me valora en casa.
«Los premios en España, y especialmente en la Comunidad Valenciana, tienen un valor emocional incomparable»
Y llegamos a uno de los momentos más simbólicos: el pregón de la Feria y Fiestas de Utiel. ¿Qué supuso para ti?
Fue la guinda del pastel. Pensaba que quizá me llegaría cuando estuviera jubilada, pero me llamó el alcalde y me quedé sin palabras.
Estar en el balcón del ayuntamiento, con cientos de personas abajo, recorriendo las calles del pueblo con todos mirando desde los balcones… es indescriptible. Mi marido, que es finlandés, no entendía por qué era tan importante. Pero cuando lo vivió, se dio cuenta de lo que significaba.
Para cerrar, háblanos de tu proyecto actual: ‘Las políticas del cuidado en la educación profesional de niños con altas capacidades para la música’. ¿En qué consiste?
Está financiado por el prestigioso Consejo de Investigaciones de Finlandia y se centra en cómo cuidar y proteger a los niños con altas capacidades para la música, más allá de su talento. Porque, aunque tengan habilidades extraordinarias, no dejan de ser niños.
Casos como los de Michael Jackson, Mozart, Britney Spears, Joselito… muestran cómo se puede explotar a estos niños, física, psicológica o profesionalmente. Y con la sobreexposición tecnológica actual, esto se agrava aún más.
El proyecto investiga cómo desarrollar su talento respetando sus derechos: descanso, privacidad, relaciones sociales… Queremos cambiar el sistema educativo musical para que deje de ser una ‘caja negra’ donde los niños están a expensas de adultos que pueden, aunque no siempre, ejercer poder de forma dañina. La idea es prevenir y, cuando sea necesario, intervenir. Visibilizar lo que no se ve y proteger la infancia. Porque estos niños no son prodigios, son personas.