Aseguran los cronicones que en Alfafar hubo un pequeño puerto, cuando la Albufera era todavía mucho del golfo de València, y llegaba a abarcar 31.000 hectáreas (310 kilómetros cuadrados), frente a las 21.120 (211,2 kilómetros cuadrados) habituales en la actualidad. Así, el municipio, ayudado por la pesca, la agricultura y, con el tiempo, el comercio, fue creciendo y amasando un más que rico acervo cultural.
De la importancia de dicho acervo dan cuenta las sucesivas acciones institucionales encaminadas a rescatar lo rescatable de este y a proteger todo. Así, en el documento inicial estratégico del catálogo de protecciones de Alfafar, fechado en septiembre de 2016, se avisaba de que, al no existir tal catálogo, “su rico patrimonio cultural, natural y paisajístico se encuentra en una situación de desprotección y peligro de degradación e incluso desaparición”.
Las definiciones
Primero, aclaremos qué entendemos por patrimonio cultural. De entre todas las mil y una, o más, definiciones, quedémonos, por su relativa claridad, con esta del Servicio Nacional del Patrimonio Cultural chileno: “un conjunto determinado de bienes tangibles, intangibles y naturales que forman parte de prácticas sociales, a los que se les atribuyen valores a ser transmitidos, y luego resignificados, de una época a otra, o de una generación a las siguientes”.
Y rescatemos una palabra que usamos antes, acervo, que para la Real Academia Española de la Lengua es el “conjunto de valores o bienes culturales acumulados por tradición o herencia”. Uno de sus sinónimos, por cierto, el patrimonio histórico, se compone del “conjunto de bienes de una nación acumulado a lo largo de los siglos, que, por su significado artístico, arqueológico, etc., son objeto de protección especial por la legislación”.
El documento estratégico inicial de 2016 hablaba del peligro de degradación
Conversión a museos
Bien, a lo largo de los siglos, Alfafar ha ido acumulando un importante acervo o patrimonio cultural, que las guías resuelven, simplificando, en la Església Parroquial de Nostra Senyora del Do (iglesia parroquial de Nuestra Señora del Don), el Sindicat Arrosser (sindicato arrocero), la Casa de la Vila (de la villa, la casa consistorial), el Monument a l’Aigua (monumento al agua) y, por supuesto, la alquería del Pi, del pino, o de Sapatos.
Un plantel realmente variado. En concreto, la antigua alquería (finca agrícola) fortificada, construida entre el XVI y el XIX, se ha transformado en la actualidad en un centro de interpretación (o sea, un museo, preferentemente interactivo) del cultivo del arroz, tras ser declarada Monumento de Interés Local en 2009 y aprobarse en pleno municipal de 2018 su rehabilitación con fines sociales y educativos.
La antigua alquería fortificada es hoy Museo del Cultivo del Arroz
Conexiones romanas
Pero ya vemos que existen otros elementos no menos importantes para patentizar la relación entre Alfafar y su entorno, y que señalan muchas fuentes que arrancó gracias a una más que probable cercanía a la Vía Augusta, que llevaba desde Gades (Cádiz) o Augusta Urbs Julia Gaditana hasta la Narbo Martius (la francesa y occitana Narbona), pasando previamente por la hoy provincia alicantina, unida a tierras gaditanas gracias a la cordillera penibética.
Para muchos, una de las principales arterias del Imperio romano. Que conectaba Alfafar con el resto de aquella civilización, aparte de permitir que se creara la población, y le inyectó comercio y, con ello, fondos. El monumento al agua, de principios del XX, muestra la cara amable de la huerta, con los niños jugando. El Sindicat Arrosser, además de retratar una de las grandes ocupaciones alfafarense, contiene la biblioteca municipal.
Alfafar arrancó gracias a una probable cercanía a la Vía Augusta
Autor valenciano
Aunque este edificio abarrocado de finales de la década del veinte del siglo anterior compite también con un templo parroquial cuya primera piedra se hincaba en 1736, con apoyo popular, y la última presumiblemente antes de su apertura al culto en 1748. Y con una casa consistorial, frente a Nostra Senyora del Do, que es patrimonio en sí misma, diseñada por Sebastián Monleón y Estellés (1815-1878), arquitecto y empresario.
Autor además de los valencianos jardines de Monforte (1859) o la plaza de toros del ‘cap i casal’ (1860), entre otras muchas obras sobre todo para la València capitalina, de la que también delineó su ensanche en 1858, Monleón y Estellés se aplicó aquí en un edificio que posee, aparte, un bien artístico como es la pintura del cubano, habanero, capitalino, Armando Menocal (1861-1942), con una minuciosa y pletórica ‘Jura de Santa Gadea’ (1888).
El cuadro del conde
El episodio en concreto, se cree hoy que más legendario que real, fue el de cuando Rodrigo Díaz de Vivar (El Cid Campeador, 1048-1099) obligó a jurar a Alfonso VI de León (1040-1109) que no había matado a su hermano, el rey Sancho II de Castilla (1039-1072). Lo cierto es que la pintura confeccionada por Menocal habría de convertirse en el recurrente icono para el hecho narrado plásticamente.
La obra, por cierto, que había sido presentada a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1887, fue adquirida por Carlos Romrée Paulin (1840-1919), conde de Romrée y padre de María Romrée Palacio (1879-1959), la madre del escritor, dramaturgo y cineasta, además de aventurero, Edgar Neville (1899-1967). Toda una historia, la de los mecenas de Alfafar.