En Alicante existen los primeros indicios de los jesuitas en el siglo XVII bajo el reinado de Felipe IV en el año 1629. A partir de entonces, se establecieron en la capilla de Nuestra Señora de la Esperanza.
Desde la capital, y llamados por la Marquesa de Rafal, emprenden un viaje liviano para los tiempos de hoy, pero intenso por antaño, hasta Orihuela. Evidentemente ven mermada su influencia y su labor pastoral en nuestras tierras tras el decreto de expulsión de Carlos III en 1767.
Con fuerte calado social
Desde entonces, la labor pastoral de la Compañía de Jesús en la provincia ha sido destacable, influyendo a través del apostolado organizativo promoviendo el diálogo social y la caridad.
Papel activista destacable desde la labor educativa hasta las herramientas sociales, como el surgimiento de Nazaret mediante la labor vocacional y providencial de Francisco Javier Fontova en 1957, o por no hablar del Centro Loyola, entidad en la que llevan a cabo acompañamiento de diferentes índoles, además de organizar conferencias que tuvieron un gran calado años atrás en Alicante trayendo a la palestra a personajes de trascendencia intelectual y mediática.
Los jesuitas llegaron a Alicante en 1629
Más papistas que el papa
La trascendencia jesuita en la Iglesia tuvo su culmen con la elección del papa Francisco en el 2013. Se ha hablado mucho de un presunto distanciamiento del pontífice con sus compañeros de congregación, de presuntamente haber renegado de unas raíces ignacianas que le han hecho ser lo que es, de haber proyectado ese aura más aterrizado que el de anteriores herederos de San Pedro.
Haciendo eco en ese pasado batallando en Argentina con aquella situación compleja han corrido ríos de tinta, con las diversas especulaciones que han rodeado a su alargada figura, un papa que parecía que iba a ser de transición, a pasar sin pena ni gloria, pero que para muchos será recordado como uno de los grandes de la Iglesia Católica.
Comentan que Francisco no era más que un reflejo de espíritus como el suyo, uno que toma acción en la vida, que se pregunta qué has hecho hoy por los demás
Nos reciben unos incunables
Me recibe el hermano Carlos, un hombre de mediana edad, de cuerpo atlético fruto de sus intensos entrenamientos en uno de los equipos de fútbol del colegio. Tiene eso de lo que disfrutan la mayoría de los sacerdotes, una paz interior que transmite en la primera impresión con su rictus innato.
Gestos que proceden de un discernimiento ignaciano pulido tras horas de reflexión. Es afable, me enseña su casa, la pequeña ala residencial en la que los pocos jesuitas que quedan en Alicante se resguardan en sus cuarteles de invierno tras defender a Dios en la batalla.
Como si hubiese sido profético, antes de que el hermano Carlos me dijera que San Ignacio de Loyola, fundador de la orden, sólo quería a gente ilustrada y competente en sus filas, nada más adentrarnos en su cuartel general nos reciben unos incunables, unos libros de hace cientos de años.
Mientras me los enseña, y abre alguno de ellos con suma delicadeza, me pongo las manos en la espalda deteniéndome a mí mismo por si mi memoria muscular me juega una mala pasada y tengo la tentación de meter el dedo en uno de los lomos, como pequé cuando era un crío e hice lo propio en el Palacio de Doña Urraca en León. Por cierto, Carlos es de Salamanca, lleva un año en Alicante y enarbola el reino leonés, es de los míos.
Rechazan los comentarios que hablan de la frialdad del papa con los jesuitas
Terapia de grupo hablando de Francisco
En cuanto atravesamos la parte de las habitaciones aparece Luis, un chico joven que está instruyéndose para ser un soldado de Dios. Fue una vocación temprana, quería ser sacerdote y la llamada ignaciana hizo que la llama se avivase más en ese acto de fe sacramental.
Nos acompaña al hermano Carlos y a un servidor a la sala de estar, presidida por una televisión (que Francisco no viese la tele no quita para que ellos sí vean ‘La Ruleta de la Suerte’).
Nada más llegar, el anfitrión se apura para dejar libre una mesa central adornada por unas revistas con el papa jesuita en portada. Me asegura que no estaba preparado, que ha sido puro azar providencial.
Cuando empezamos a hablar del sexo de los ángeles y de Francisco, aparece otro hermano de unos cuarenta años, es uno de los pocos consagrados que hay en España sin el sacramento sacerdotal (me entran de repente unas tentaciones indecentes de hacerme un selfie con él).
Se une a la ronda, a esa cuadrilla providencial que por momentos toma tintes de terapia de grupo o de programa de Jordi Évole. Hablamos del papa Francisco, el hermano Carlos rechaza todos esos mitos malignos que le proyectaban como un obispo altivo en Argentina. Reflexiona sobre la conquista de cargos eclesiásticos como uno de los motivos por los que algunos jesuitas renegaron de él.
El padre Fontova
Durante el ‘focus group’ papal aparece varias veces el nombre de Francisco Javier Fontova, fundador de Nazaret. Hablan de que Francisco no es más que un reflejo de espíritus como el suyo, uno que toma acción en la vida, que se pregunta, cómo al salir del colegio Jesuitas de Alicante, qué has hecho por los demás hoy.
Antes de irnos, contemplamos un gran mapa mundi de color azul en el que se señala la implantación de los jesuitas en el mundo. No puedo evitar mirar el gran vacío en China, feudo milenario que los ignacianos llevan intentando asaltar desde que Mateo Ricci predicara en el desierto asiático desde 1583.