Si las carreteras hablaran… aunque en realidad quizá sí lo hacen. ¿Y qué nos pueden contar las de acceso a San Vicente del Raspeig, como la de entrada desde Alicante, con puerto de mar? ¿De qué nos habla la concatenación avenida de Novelda, calle Alicante, Ancha de Castelar y carretera a Castalla, un vial que plantaba en sus primeros flancos una gran cerámica?
Nacida allá por 1887 o 1888, la Cerámica Alicantina se iba a convertir en un foco de atracción humana, como después lo sería, pese a los problemas médicos emboscados en su morral, la cementera, desde el 27 de abril de 1927 (con antecedentes desde 1913). Aunque ya mucho antes la localidad se convirtió en importante polo de atracción inmigratoria.
Ejemplo hollywoodense
Hollywood tiene algunas muestras que nos pueden dar ideas sobre lo de llegar a una tierra de promisión. Tanto en la novela original de Edna Ferber, editada en 1929, como en las dos versiones cinematográficas de esta, la de Wesley Ruggles de 1931 y la de Anthony Mann de 1960, ‘Cimarrón’ nos habla de cuando se da el pistoletazo de salida a la ‘conquista del Oeste’.
Eso, claro, desde un punto de vista agrario. Las carretas, con sus respectivas familias en el regazo, iniciaban una carrera en busca de tierras que labrar, pasando por mil problemas (el principal, llegar a donde fuera que pudieran hacerlo, pero también el clima extremo, los indios, en realidad los habitantes originales…). Bueno sustituyamos esos ‘mil problemas’ por otros más nuestros: ya se sabe, ‘sequet però sanet’.
Cerámica Alicantina se iba a convertir en un foco de atracción humana
Orígenes agrícolas
Los archivos demográficos de San Vicente abundan en señalar oleadas semejantes. Las primeras, lógicamente, no vinieron de mano de la industria, ni siquiera de la cerámica, por más que el municipio, como el colindante de Agost, abunde en tierras arcillosas. Se independizaba de Alicante ciudad en 1848, tras cederle a la urbe, en contraprestación, un buen puñado de pedanías. Y empezaba a parcelarse en serio.
Había que arar, sembrar, cosechar, trillar… Para hacerlo, iba a llegar mano de obra procedente de Alicante, Agost, Ibi, Tibi o Xixona, pero también de Albacete, Jaén o Granada. Tal y como señalan las crónicas. La seca San Vicente como polo de atracción agraria, ¿quién lo iba a decir? De una agricultura, claro, que primaba los cultivos secanos. Almendros, cítricos, higueras (brevas), olivos, tomates, vides (en especial de la uva moscatel).
Había que arar, sembrar, cosechar, trillar… con mano de obra externa
Riego por boqueras
Por donde el parque Adolfo Suárez, allá por las cercanías, por ejemplo, del hospital, aún quedan recuerdos de fincas que nos retrotraen a aquel San Vicente incluso anterior al daguerrotipo, aquellas primitivas cámaras fotográficas que al cabo se difundían oficialmente a partir de 1839. En la actualidad, es la ultraparcelada, entre chalet y chalet, partida del Raspeig la que conserva aún, mayoritariamente, este agro primigenio.
Continúa siendo productivo, eso sí. Al cabo, aquí se le fraguó el nombre al lugar: un ‘raspeig’ puede venir, según los filólogos, ‘ras de la pixera’, ‘llanura elevada’ de riego por boqueras o ‘pixeras’, encargadas de captar avenidas y escorrentías. Que el asunto atesoraba antigüedad lo patentiza el hecho de que el agricultor que, según las crónicas, se le quejó a San Vicente Ferrer lo hizo durante la prédica de este en el municipio, en 1411.
La cementera pudo sobreponerse a la Guerra Civil
Censos veteranos
¿Y qué hacemos ahora con todas estas fechas? Consultemos los censos, por si nos cuentan tanto como las carreteras. De intentar vislumbrar las oleadas inmigratorias. Remachemos el año en que se independiza San Vicente de Alicante ciudad: 1848. Así, el primer censo del municipio que nos ofrece al respecto el Instituto Nacional de Estadística registra el año de 1857, anotando 3.566 habitantes (3.221 ‘establecidos’ y 345 ‘transeúntes’).
Entendamos esos transeúntes, o sea, que está de paso, como un trashumante, quien viene con el ganado (otra de las labores desarrolladas en territorio sanvicentero). Bien, pues en el siguiente asiento demográfico, el de 1860, donde, en tan pocos años, ya vemos un significativo repunte, con 3.593 personas, de las que 3.590 se anotan como establecidas y tres de paso.
Guerras y epidemias
Abreviemos: para 1897, tenemos ya una población ‘de hecho’ de 4.056 residentes (4.012 ‘establecidos’), que no hará sino crecer. Sujeta, eso sí, a los vaivenes propios del vivir: guerras, epidemias y demás; así, en algunas tablas se añade un apunte de 1842 con 4.647 habitantes, justo cuando el cólera cabalga mortalmente la hoy Comunitat Valenciana. Así, de 1910, con 4.705 registros, a 1920, con 4.408.
Nos enfrentábamos a la terrible gripe española (unas 186.000 víctimas en toda España), desde 1918 a 1920. Sin embargo, la cementera pudo sobreponerse a la Guerra Civil (1926-1939). Si en 1930 anotábamos 4.807 registros, para 1940 ya teníamos 6.166. Y de un desarrollista 1960, con 8.799 anotaciones, a 1970, con 16.333, la carrera ascendente no iba a parar hasta los 60.269 según censo de 2024. Si las carreteras hablasen.