Después de años cuchicheando o directamente señalando, aunque los mayores digan que está feo eso, en 1999 se producía el pequeño gran milagro: se unían los gremios de constructores de hogueras y fallas, focalizados en la provincia de Alicante, la de València y la localidad castellonense de Borriana o Burriana. Ya, a punto entonces de entrar en otro siglo, no cabían más zarandajas.
Que si un monumento es más estilizado, o minimalista, o en cambio barroco o rococó, no es cuestión de gentilicio, sino de estilo autoral o, en su defecto y quizá combinado, presupuesto. Pero, en todo caso, lo primero que reflejaba aquella noticia es que, después de todo, aún existían oficios a los que aplicarles el apellido de ‘gremiales’. ¿Y de qué va eso?
Oficios bajo control
Maestros, aprendices (que se parece pero no coincide realmente con el actual concepto de ‘becarios’). Tener que pasar un examen teórico y práctico, tras una época de aprendizaje, generalmente en ayudantías, para acceder al reconocimiento del dominio de un oficio. Estructuras interprofesionales nacidas al rebufo del fin de la Edad Media (siglos V al XV) y el comienzo de la Moderna (XV al XVIII).
Se diluía el Antiguo Régimen, el feudalismo, sistema piramidal basado en el vasallaje (vínculos de dependencia y fidelidad de una persona hacia otra) y comenzaban a cobrar fuerza el comercio, la burguesía o los artesanos. Estos, para supervisar sus respectivos oficios, necesitaban de asociaciones que los defendieran de intrusismos y presiones, y que al tiempo controlaran la calidad de sus productos, fruto de un aprendizaje. Nacían los gremios.
Si un monumento es más estilizado o barroco no es cuestión de gentilicio
Antes de la Guerra
Nada quedaba al azar en muchas de estas asociaciones laborales. El gremio de zapateros, de ‘sabaters’, del Regne, el Reino, de València (equivalente, que no igual, a la actual Comunitat Valenciana), posiblemente el más veterano por estos lares (se creaba en 1238), del que ya hablamos aquí (noviembre de 2024), constituye un buen ejemplo.
València, por cierto, por mor a su mayor antigüedad, que ya se podría anotar monumentos festeros de forma más o menos oficial a finales del siglo XVIII, comenzó a agremiarse bastante antes que Alicante. Venciendo a las, en cuestión de asociaciones (bueno, y muchas otras cuestiones), restrictivas leyes franquistas, se conseguía en octubre de 1945, tras comenzar a plantearse en 1942, aunque no anotara sus primeros socios hasta el 2 de enero de 1946.
Comenzó València a agremiarse bastante antes que Alicante, en 1945
Con la democracia
Bien es cierto que antes de la Guerra Civil (1936-1939) ya hubo, desde noviembre de 1932, una Associació d’Artistes Fallers (asociación de artistas falleros), ligada al Círculo de Bellas Artes valenciano, surgido en 1894 gracias al impulso de, entre otros artistas, el oriolano Joaquín Agrasot (1836-1919) o el valenciano Joaquín Sorolla (1863-1923). Duró, claro, hasta la contienda.
Alicante, eso sí, tuvo que esperar hasta la democracia. La fiesta aquí, puesta en marcha en 1928 por un equipo de ‘prohombres’ comandados por el gaditano, que trabajó en las Fallas valencianas, José María Py (1881-1932), no iba, por tanto, a agremiarse tan pronto. Sería en 1982 cuando la asociación escuchase su pistoletazo de salida, e iba a contar como primer presidente al hoy llorado Juan Capella, nacido, por cierto, en 1928 (fallecía en 2006).
Una agrupación que hasta ahora solo contaba con otras dos mujeres
Reparto de campanillas
Capella no fue artista de grandes premios, pero sí de prestigio consagrado, pese a cierta decadencia, a decir de los expertos, en los setenta, solventada por un brillante renacer en los ochenta. Hijo del también artista constructor Manuel Capella (1896-1955), procedente de Borriana (Castellón), cuyo Gremi Provincial d’Artistes Fallers nacía en 1977, y padre del también creador foguerer Francisco Javier, iniciaba un auténtico reparto de campanillas en la asociación alicantina.
Porque la realidad es que por la presidencia del Gremio alicantino han ido pasando varios de los artistas más sonados. Pascual Domínguez, Ángel Martín, Pedro Soriano… Nombres hoy retirados que, con grandes o pequeños premios, con especiales y ‘primeras’ en su currículo, o solo bajas categorías, pintan de oro la historia creativa de las Fogueres. Y llegan nuevos creadores.
Unas tres mujeres
El hecho de que constructores foguerers y falleros vayan ahora de la mano, que “se está haciendo menos presente el DNI de los artistas”, como señalaba desde estas páginas (marzo de 2023) el eldense Joaquín Rubio Yáñez, presidente de la Federación de Artistas Falleros y de Hogueras de la Comunitat Valenciana (o más propiamente, el Gremis d’Artistes Fallers i Foguerers), y también del gremio alicantino, ha abierto muchos campos en este oficio.
Nuevos rostros, nuevas firmas, renovadas creatividades. Sin ir más lejos, en 2023 se incorporaban a la asociación alicantina dos nombres nuevos: David Guzmán y Rubén Davó. Y en 2024, tres: Antonio Benavente e Iván Gómez, más Fátima Garballú, representación femenina en una agrupación que hasta ahora solo contaba con otras dos mujeres: María del Carmen Baeza (Carbae) y Rocío Torreblanca. Mientras siga corriendo savia nueva…