Para Alfafar la Pista de Silla (V‑31) ya no es solo una carretera, se ha convertido en una especie de columna vertebral que ha condicionado nuestro desarrollo económico, el urbanismo y, en parte, la forma de vida. Lo que comenzó como un acceso principal a València acabó trazando los límites de expansión del municipio, marcando el ritmo de su crecimiento comercial… y también sus contradicciones.
Crecimiento acelerado, preguntas abiertas
No cabe duda: la Pista ha sido clave en la transformación de Alfafar. Zonas como Els Alforins o el entorno de Ikea y MN4 crecieron en buena medida gracias a su cercanía con esta autovía. Polígonos industriales, centros comerciales y servicios se instalaron aquí precisamente por eso: por la conectividad.
Y con ellos, llegaron el empleo, la inversión y un flujo continuo de visitantes. Especialmente los fines de semana, la V‑31 se convierte en una arteria saturada, un trasiego de coches y personas que deja beneficios económicos, sí, pero también algunas grietas en la convivencia urbana.
Ese mismo éxito ha traído consigo nuevos retos de planificación urbana. La elevada afluencia de vehículos a las zonas comerciales, con la Pista como principal vía de acceso, ha incrementado notablemente la circulación en las rotondas y accesos principales. Las calles interiores de Alfafar también registran un flujo creciente. Desde el Ayuntamiento, se trabaja ya en soluciones que permitan adaptar este modelo a una movilidad más eficiente y sostenible.
Gracias a la Pista de Silla, el municipio ha crecido y se ha consolidado como un polo comercial del área metropolitana
Ampliación que no convence a nadie
En ese contexto, el proyecto estatal para ampliar la V‑31 encendió todas las alarmas. Lejos de suponer una mejora clara, ha sido recibido como una amenaza al equilibrio logrado con esfuerzo. Empresarios, grandes superficies, vecinos y el propio Ayuntamiento de Alfafar han levantado la voz: reducir salidas y convertir la vía de servicio en autovía implicaría más atascos, menos accesos y, sobre todo, el riesgo de aislar zonas clave del municipio.
No es una protesta puntual. Municipios como Sedaví y Massanassa se han sumado al rechazo. Hay estudios de tráfico que respaldan estas preocupaciones, y las alegaciones al Ministerio no han sido pocas. No se trata de oponerse por oponerse, sino de proponer alternativas que respondan a la realidad del terreno.
Hoy, más que nunca, la V‑31 necesita ser pensada no solo como infraestructura, sino como espacio compartido
Moverse sin esperar al Estado
Mientras tanto, Alfafar ha decidido no quedarse de brazos cruzados. El Ayuntamiento ha impulsado en los últimos años una nueva salida conectada con la calle Pérez Llácer para aliviar el cuello de botella en la zona comercial. También se han planteado mejoras en la avenida Orba, cruces más eficaces hacia el ecobarrio, y una reordenación de los accesos con financiación propia procedente de venta de suelo municipal.
Es decir, si no llegan las soluciones desde arriba, se intentan construir desde abajo. Con recursos limitados, pero con una hoja de ruta clara: descongestionar sin frenar el dinamismo económico.
En paralelo, tras la DANA el Ministerio ha ejecutado una renovación del alumbrado en varios tramos de la autovía, instalando iluminación LED que mejora la visibilidad y reduce el consumo. Puede parecer un detalle menor, pero en una vía como esta, con miles de vehículos a diario, cualquier mejora cuenta. Y, además, se alinea con esa imagen que Alfafar quiere proyectar: un municipio que crece sin dejar atrás la sostenibilidad.
Desde el Ayuntamiento se han puesto soluciones para descongestionar el tráfico ante la pasividad del Estado
Un equilibrio difícil
El debate sobre la V‑31 también tiene un componente simbólico. Porque esta vía corta, literalmente, parte del territorio. A un lado, el comercio, el cemento, la expansión urbana. Al otro, la huerta, la marjal, el Parque Natural de la Albufera.
Entonces, el reto no es solo técnico: es político, social y ambiental. ¿Cómo crecer sin comerse lo que nos hace únicos? El alcalde ha insistido en varias ocasiones en esa necesidad de equilibrio: que el progreso económico no se haga a costa de la identidad ni del entorno.
Del golpe al impulso
La trágica DANA dejó su marca también en esta historia. Las lluvias torrenciales afectaron a infraestructuras clave y obligaron a frenar obras ya planificadas en la V‑31. Pero esa interrupción también trajo reflexión. Reforzó la idea de que el desarrollo urbano no puede ir desligado de la resiliencia climática. Las inversiones posteriores, muchas con fondos europeos, no solo reparan lo dañado, ayudan a mirar la autovía con otros ojos. Como algo que hay que integrar, no solo usar.
Desde que se construyó, la Pista de Silla ha sido más que una carretera para Alfafar, ha sido frontera y puente, obstáculo y oportunidad. Gracias a ella, el municipio ha crecido y se ha consolidado como un polo comercial del área metropolitana. Pero también gracias a ella, se han abierto debates fundamentales: sobre movilidad, sostenibilidad y el tipo de ciudad que se quiere ser.
Hoy, más que nunca, la V‑31 necesita ser pensada no solo como infraestructura, sino como espacio compartido. Y Alfafar lo está haciendo.