Sobre tablaos va el asunto, de taconeo y duende cuando nos arrancamos por alegrías, bamberas, bulerías, cañas, fandangos de Huelva, farrucas, seguiriyas, soleás, tarantos o tientos. Pero que igual solo va de cante y guitarra. Aun así manda mucho. Entonces: cantes de trilla, martinetes, peteneras, tonás o vidalitas. Esto del flamenco es lo que tiene, palos mil.
Desde aquellos primitivos: las ya citadas cañas, los romances, las saetas, las temporeras, tan ligadas al agro, o las señaladas tonás (también campestres: aceituneras, sementeras…). Aunque también trae en las alforjas una panspermia, una distribución, realmente importante, en especial sobre suelo español, donde la Comunitat Valenciana no queda exenta de ello. Eso sí, aún no ha generado aquí gran firmamento propio en el género.
Cantes en Murcia
Carece de un poso como el de la murciana La Unión, que además desde el 13 de octubre de 1961 cuenta con un prestigioso festival al respecto, el de Cante de Las Minas. Al cabo, la localidad y áreas limítrofes, junto a la mayor parte de Andalucía, incluidos campos y marismas, así como las dehesas extremeñas y parameras castellanomanchegas, se consideran cuna del flamenco, allá por la recta final del siglo XVIII.
Quizá esto ha hecho que quedara relativamente escondido a la producción discográfica, la de editores como el hoy mítico, madrileño, Mario Pacheco (1950-2010), quien desde el sello Nuevos Medios (1982-2011, aunque reabierto en 2014) se ocupó también del llamado “nuevo flamenco”, que incluía la fusión de este con otros géneros. Pero además otras empresas como Aspa (1987-1996). Con todo, no se pueden obviar nombres.
Todavía no ha generado gran firmamento propio en el género
La escuela castellonense
El flamenco, por estas tierras, aparece capitaneado por uno de los más grandes cantaores, el castellonense, de Burriana, Juan Varea (1908-1985), si bien es cierto que la crianza de este se iba a desarrollar en el desaparecido barrio de chabolas barcelonés de Somorrostro, entre los actuales distritos de San Martín y la Ciutat Vella. En pleno Barrio Chino, el mítico y desaparecido tablao Villa Rosa fue el trampolín de lanzamiento para Varea.
Fue allí donde lo escuchó cantar el legendario coplero, y vallecano, madrileño, Angelillo (Ángel Sampedro Montero, 1908-1973), quien lo enrolaba en su compañía. Creció física y artísticamente hasta ganar un tronío que iba a sentar cátedra entre los flamencos de la hoy Comunitat Valenciana. También lo harían quienes le acompañaban, o a quienes acompañaba, en sus regresos a la patria chica regional.
Al contrario de La Unión, carece de un poso como aquella
Quejíos del alma
Ejemplo: Vicente Escudero (1988-1980), vallisoletano. Idolatrado (con razón) bailaor y coreógrafo, teórico del arte en cuestión y, si tocaba, que tocó, cantaor, fue uno de ellos. Y el Niño Ricardo (1904-1972), sevillano, uno de los más grandes guitarristas y, para muchos estudiosos, uno de los principales creadores del flamenco contemporáneo, otro. Sobre ellos se armó, y se arma, toda una manera de entender el cante, el baile o el guitarreo.
Sirvan de muestra algunos cantores autóctonos, en muchos casos descendientes directos o en segunda o más generaciones de inmigrantes andaluces, una de las causas para la extensión del flamenco. Como El Niño de Elche (Francisco Contreras Molina), lógicamente ilicitano, quien partiera del flamenco más puro y profundo, el cante jondo en su máxima expresión, “quejío del alma” que dicen, para tocar también los palos de la fusión.
Lo capitanea uno de los más grandes cantaores, Juan Varea
Bailaores, cantaores, guitarristas
Con su generación podemos anotar también otros cantaores, como el castellonense, de Almassora, El Niño de Aurora (José Luis Villena Panadero) o Manuel Fernández Reyes, quien fuera fichado como profesor de canto por el valenciano Conservatori Professional de Dansa (Conservatorio Profesional de Danza), entidad independiente desde 1993, aunque sembrada en 1937. O los valencianos El Tete (Javier Calderón) y Tomás de los Cariños (Tomás González González), también guitarrista.
O La Negra (Alba Díaz), cantaora en permanente gira por el área metropolitana valenciana. También guitarristas como Javier Zamora, Santi de Santiago (además, cantaor), padre del también instrumentista Juan de Pilar. O la cantaora, bailaora y actriz teatral Isabel Julve. Si nos acercamos a las últimas generaciones, el listado se acrecienta más allá de los límites de este artículo. ¿Y no hay más certámenes?
Unos cuantos festivales
Que las sevillanas, unos de los palos en que lo folklórico mixturiza con lo flamenco, se hayan popularizado tanto, en celebraciones generalmente promocionadas por las distintas Casas de Andalucía existentes en la Comunitat Valenciana, aparte del rebrotar del fervor a las saetas, cuando lo jondo trasciende espiritual, han avivado una llama que no miman ni las enciclopedias de música autóctona.
Así, el Festival Flamenco Mediterráneo, a fin de año y compartido entre Alicante y Murcia, y cuya última edición celebrada, de octubre a diciembre, fue la octava. O el de Onda Flamenca, en la población castellonense del mismo nombre, en mayo pasado en su tercera entrega. Y el veterano, el de Torrent, que se arrancaba alegrías y quejíos en 1997. Aún queda duende ‘nonrio’, nuestro.