ENTREVISTA > Cristina García / Enfermera (Elche, 18-julio-1983)
A pesar de los desafíos diarios, como la sobrecarga laboral y la escasez de personal, el colectivo de enfermeros de hospitales ejerce en su mayoría con entrega, y su vocación les impulsa a seguir adelante, incluso en los momentos más difíciles.
Son muchos los que ven su trabajo como una forma de ayudar y acompañar a quienes atraviesan situaciones de salud complejas. Escuchar, tratar y cuidar son tareas que asumen con naturalidad en su mayoría, en medio de un sistema que muchas veces no les valora como merecen.
Entre sus principales reivindicaciones piden una jornada laboral de 35 horas, que se les reconozca como una profesión de riesgo, y la jubilación a los sesenta años.
Vocación
Hoy conocemos a Cristina García, enfermera de vocación con veinte años de profesión, que de pequeña, y a raíz de un problema de salud de un familiar y sentir la necesidad de ayudar, entendió que lo que quería ser de mayor era enfermera.
¿Cuál fue tu primer trabajo?
Tenía veintiún años y mi primer contrato fue en una UCI de neonatos. La primera semana lloré muchísimo porque me partía el corazón ver a niños tan pequeños luchando por vivir.
Tuve la suerte de tener grandes compañeras que me ayudaron muchísimo, y cogí tanto cariño a esa unidad que finalmente me saqué la especialidad de enfermera pediátrica. Una especialidad que he desarrollado muchos años, aunque en la actualidad estoy en la planta de cardiología del hospital general universitario de Elche.
«Estuve tres meses sin poder tocar a mis hijos por miedo al contagio»
¿Qué es lo más gratificante?
Para mí lo más gratificante es la sonrisa de mis pacientes. Entrar por la mañana a ver enfermos que están muy mal y que te reciban con una sonrisa es lo mejor del día. Muchos se prestan a que les gastes una broma, o comentarles cualquier cosa que les distraiga y les haga pensar en otras cosas y transmitirles empatía.
¿Ese es para ti el significado de la vocación?
En gran parte sí. Algunos hasta vuelven a verme una vez recuperados del todo. Eso es lo más grande y lo que te hace recuperar la verdadera vocación que me llevó a ser enfermera, porque los tratamientos son los que les curan, pero el cariño que recibes, tanto los pacientes como nosotros, son también muy sanadores.
«Para mí lo más gratificante es que un paciente me sonría»
¿Cómo se aprende a no llevarte los problemas a casa?
Me ha costado, pero es necesario. Aprendí en un hospital de Palma de Mallorca, donde estuve en la unidad de cuidados paliativos con pacientes que sabes que se van a morir. Doy las gracias a ese equipo con el que trabajé. Me enseñaron las técnicas de como desvincularme, como sobrellevar el duelo por los pacientes perdidos, y los límites de implicación que tienes que marcarte en ese tipo de casos para no sufrir tanto.
Sin duda, para mí esto es lo más duro de mi trabajo y tenía que aprender a gestionarlo, aunque es inevitable que ciertos casos te traspasen, especialmente cuando son niños.
¿Y lo peor que recuerdas de estos veinte años de trabajo?
La pandemia (se emociona). Mis hijos eran muy pequeños y estuve tres meses sin poder tocarlos por miedo a portar el virus. Muchas veces ni volvía a mi casa por ese miedo. Lo recuerdo todo como algo surrealista y borroso que el cerebro parece que quiere borrar.
Al principio era todo como la peor de las pesadillas. No había ni mascarillas, la gente se las hacía con lo primero que pillaban, no había conocimiento de lo que estaba pasando. No dábamos abasto con tantísimos pacientes que no paraban de llegar, doblábamos los turnos y físicamente no podíamos más. La gente se moría delante de ti y no podías hacer más. Sin duda es la peor de las experiencias que nos ha tocado vivir.
«El cariño también cura»
¿En algún momento pensaste en marcharte?
Nunca. He visto caer no solo a pacientes, sino también a compañeros, y en ningún momento te planteas abandonar, sino todo lo contrario, es cuando más debes demostrar si de verdad te importa tu trabajo.
Ni yo ni ninguno de mis compañeros hizo otra cosa que intentar salvar vidas, incluso a riesgo de perder la tuya.
¿Hay alguna anécdota que te haya marcado especialmente?
En estos veinte años muchas, pero si tengo que destacar una, y con final feliz, lo tengo claro, fue mi primera noche en la planta de maternidad.
Hacía el turno de noche y me llamaron desde una habitación, me encontré a una mujer que supuestamente le quedaban horas de dilatación, de pie agarrada a la pared y el bebé ya asomaba la cabeza. No había tiempo que perder y con la ayuda de su marido que le cogía las piernas la tumbamos y atendí el parto yo sola. Cuando llegó la matrona ya había hasta cortado el cordón umbilical.