Entrevista > Ana Pascual / Actriz (L’Alfàs del Pi, 16-agosto-1979)
Para Ana Pascual, la 37ª edición del Festival de Cine de l’Alfàs del Pi no ha sido una más. La actriz, pedagoga teatral y coach de interpretación ha vivido este año con una emoción especial gracias a la proyección de dos cortometrajes en los que ha participado.
Sin embargo, su conexión con el certamen va mucho más allá de una edición concreta. “Mis padres empezaron el festival junto con Juan Luis Iborra cuando yo tenía ocho años”, recuerda. Desde entonces, su vida ha estado íntimamente ligada al evento, desde aquellos primeros años vendiendo chapas y camisetas en la calle del Cine Roma hasta su actual implicación profesional en el mundo audiovisual.
Pascual ha recorrido todas las etapas del festival, creciendo a la par que el certamen. “A los dieciséis ya empezaba a ser un poco auxiliar de producción y a los dieciocho me encargaba de los viajes de los invitados”, rememora. A los treinta, ya conocía todo el engranaje organizativo, lo que le permitió asumir la subdirección cuando su padre pasó a dirigir el festival tras la salida de Iborra.
Vocación temprana
Su pasión por el cine no nació de forma repentina. “Me quería dedicar a esto desde el momento en que era vecina de un cine”, explica. Mientras sus amigas acudían a las discotecas ‘light’ de Benidorm, ella se escapaba sola al cine. Recuerda con especial emoción una edición en la que Reyes Abades convirtió la calle en un plató: “Hizo que nevara, lloviera, explotaran coches… y pensé: quiero formar parte de esto”.
Aunque de niña soñó con ser actriz, con el tiempo descubrió que lo que realmente le apasionaba era contar historias, sin importar si estaba delante o detrás de la cámara. “Ahora me da igual estar frente a la cámara o ayudar a un actor a hacerlo mejor. Lo que me mueve es formar parte de ese proceso”.
«Mis padres empezaron el festival cuando yo tenía ocho años»
Por motivos obvios, con esos dos cortos seleccionados y de los que ahora hablaremos, esta edición del Festival de Cine ha sido muy especial para ti, pero tu relación con el certamen viene de muy largo. De hecho, podríamos decir que habéis crecido de la mano.
Claro, mis padres empezaron el Festival junto con Juan Luis (Iborra) cuando yo tenía ocho años. Recuerdo vivirlo en la calle del Cine Roma, básicamente todo el rato y ayudando a lo que podía. De repente, había merchandising de aquella época y me tocaba vender las chapas, las camisetas o recoger entradas. Pero todo para que estuviera cerca y controlada, básicamente.
Luego, ya de más adolescente, me mandaban a hacer fotocopias y a los dieciséis ya empezaba a ser un poco auxiliar de producción. A los dieciocho empecé a encargarme de viajes, invitados… hasta que a los treinta ya conocía todo el funcionamiento y cuando Juan Luis dejó el festival, mi padre se puso a dirigirlo y yo asumí la subdirección.
Entiendo que, como todo en la vida, viviste el festival de forma diferente según ibas pasando etapas de niña a adolescente y a mujer. En ese sentido, ¿cómo era tu visión de todas aquellas estrellas que venían a l’Alfàs cada verano y a los que tenías acceso privilegiado? Al fin y al cabo, eras una persona que podía tratar de tú a tú con personajes que el resto de gente de esa generación sólo veíamos en la tele o el cine.
Sí, la verdad es que era bastante normal. Para mí ese ambiente de verano era como un juego y lo que más me gustaba era meterme en él. Ya no por la gente famosa, venía Paco Rabal, Verónica Forqué o Maribel Verdú… Era más el poder colarme en el gallinero del Cinema Roma a contemplar las películas que podía ver… y las que no podía ver. Eso era de niña lo más divertido.
Luego, en la adolescencia, es verdad que uno se vuelve más fanático. Recuerdo que venía Eduardo Noriega o Jorge Sanz y me ponía nerviosísima. Pero lo vivía con bastante naturalidad porque en casa era normal. Eran así los veranos.
Decías que te colabas a ver las películas que no debías ver. ¿Cuál fue la incursión clandestina más inconfesable?
No recuerdo el nombre de la película, pero era una de las primeras películas porno de cine mudo. Mis padres, evidentemente, me prohibían ver ese tipo de cine, pero de vez en cuando me colaba al gallinero y las veía.
«Me escapaba al cine sola mientras mis amigas salían»
¿Recuerdas algún momento catártico en el que se despertara en ti el deseo de dedicarte a esta industria?
Me quería dedicar a esto desde el momento en el que era vecina de un cine. No sé si era una niña más, pero recuerdo que mientras mis amigas iban a Benidorm, a las discotecas ‘light’ y estas cosas, yo me iba al cine. Me iba sola. Con trece, catorce o quince años.
Tenía una relación con el cine muy directa y me gustaba lo que me provocaba, los lugares a los que me llevaba. De algún modo, sabía que quería formar parte de eso.
Un año trajeron a Reyes Abades, que era un maestro de los efectos especiales e hicieron que nevara en la calle del Cine Roma y en la Federico García Lorca, y que lloviera, que hubiera explosiones y coches volando… Recuerdo estar dentro y decir: quiero estar ahí, quiero formar parte de esto.
¿Siempre tuviste claro qué rol querías desempeñar dentro de esta industria?
De pequeña verbalicé que quería ser actriz. Es algo que le pasa a mucha gente porque tiene que ver con estar en el punto de mira. Pero luego, con la edad, vas entendiendo que lo que quieres es construir historias. Ahora a mí me da igual estar delante o detrás de la cámara. Me gusta, por ejemplo, estar ayudando a que un actor haga mejor su trabajo. Lo que quiero y lo que deseo es formar parte del hecho de contar historias.
Y de repente te encuentras en la 37ª edición del festival con dos pelis tuyas.
Dos cortometrajes…
«Reyes Abades me hizo soñar cuando hizo nevar en la calle del Cine Roma»
¿No es lo mismo? Me da la sensación de que, gracias al auge de las plataformas, la consideración histórica de que el corto es un subproducto, una forma de entrada al largo, se ha quedado atrás y que ya hay mucho consumo específico.
Sí, digamos que se trabaja exactamente igual, con la misma pasión, con la misma seriedad, con la misma formalidad. Pero hay una diferencia y es que en el largometraje el 99% de las ocasiones es remunerado y en el cortometraje, el 1% de las ocasiones es remunerado.
Por eso se suele diferenciar, básicamente. No por la importancia de la historia, sino porque se entiende que en una zona has cobrado por tu trabajo y en otra hay una cuestión de amor al cine.
En todo caso, imagino que tener dos producciones en cualquier festival supondría una enorme alegría, pero mucho más haberlas tenido en el festival de tu casa.
¡Muchísima! Cada vez que tenemos una selección es como que el corazón te late un montón. Pero cuando me enteré que era en l’Alfàs, aparte de mucha alegría, sentí muchísima responsabilidad.
Soy espectadora y a lo largo de las 37 ediciones de este festival he conocido a muchísima gente y he hecho muchos amigos. Que vean mi trabajo supone… fíjate tú la tontería. Supone una responsabilidad muy grande. Pero en todo caso, fue una alegría enorme.
Como has dicho antes, el cortometraje anda mucho más ajustado de presupuesto y eso supongo que hará que cada uno haga más cosas de las que supuestamente tiene delegadas por ‘contrato’. ¿Cuál ha sido tu involucración en ‘Kimchi’ y en ‘Pastís y Corcó’?
En ‘Pastís y Corcó’ fue apoyar a Héctor Jenz, al director, en toda la logística, porque fue un día muy exprés. En ‘Kimchi’, como, aparte de actriz y pedagoga teatral, soy coach de actores, sí que me pidió que le ayudara a dirigir un poco a los actores. En esa producción, mis labores fueron las de actriz y ayudante de dirección.
«Lo que me mueve es formar parte del proceso de contar historias»
¿Cuál de las dos te ha dejado mejor recuerdo?
Me quedo con ‘Pastís y Corcó’ porque es una historia que me movió mucho. Me llegó con una semana y en cuanto la leí, dije: por favor, quiero hacerlo. Me gusta mucho lo que se cuenta y cómo se cuenta en ese cortometraje.
Y a partir de ahora, ¿qué? Tener este éxito, ponle las comillas que quieras a la palabra, ¿te cambia la perspectiva de futuro?
La verdad es que no. Cuanto más tiempo llevas en esta profesión, más te vas dando cuenta de que es un camino de largo recorrido y que hay cosas que aparecen y luego desaparecen. De repente, sientes que tienes un éxito (que es una palabra muy relativa, muy grande) y luego te tiras un año y medio sin trabajar.
Entonces, a trabajo hecho, pones el enfoque a la siguiente cosa. Para mí, lo siguiente es, el curso que viene, estrenar una película en la que he participado, que además es de producción valenciana llamada ‘Looking for Michael’; y que se estrene la segunda temporada de ‘Poquita Fe’, que también tengo una pequeña participación. Además de enfocarme en dirigir lo que me apetece en teatro y ver lo que está por venir.
¿Cine o teatro?
A mí es que me gusta mucho una sala de ensayos, entonces te voy a decir teatro.
«Un corto se rueda con la misma pasión, pero casi nunca se cobra»
¿Nunca has tenido miedo al ‘blancazo’?
Sí. Y se sueña constantemente con eso.
Serán pesadillas
Exacto. Es la pesadilla de “no me he estudiado lo suficientemente el texto” y llegas a rodar y no está el texto o estás en mitad de escena en una función que has hecho un montón de veces y el texto se va. De hecho, son cosas que a veces suceden.
¿Y cómo se sale de esa?
Pues con unos compañeros majísimos que estamos siempre muy atentos para una de dos, o para ser rescatada o para rescatar a la persona que le esté pasando, lanzándole algo de texto que le haga volver a coger el hilo.
«Cuanto más tiempo llevas en esto, más sabes que es un camino largo»
Tu padre es un gran defensor del cine menos comercial y, de hecho, cada temporada se esfuerza mucho en traer buenas propuestas a l’Alfàs del Pi, entre otras iniciativas, con el ciclo de cine solidario. ¿Tú también eres de ese cine independiente o te va más lo comercial?
Reivindico el cine de autor, el independiente, el asiático, el que nos hace conocer otras realidades. Es un cine que te hace reflexionar.
¿No hay algo de postureo chovinista en aquello de “no te puedes perder la última de ese director iraní de nombre impronunciable y que nadie conoce”?
(Ríe) Los que son muy cinéfilos deberían permitir que la gente viese el cine independiente desde su prisma. Todos los espectadores son inteligentes y les llegan las cosas como les llegan, a través de la educación que tienen, de lo que han vivido.
Van a recibir las cosas de una manera o de otra, pero les van a llegar. Hay que dejar a los espectadores libres, que vean y que consuman lo que quieran, pero si puede ser, que consuman de todos los lados del mundo.
¿Qué le dirías a aquella Ana que se colaba en alguna peli que no tenía que ver y que empezaba a soñar con dedicarse a esto ahora que ya tienes un buen trecho del camino recorrido?
Le diría que el éxito es hacer lo que te gusta día a día. No es que te vea mucha gente en una pantalla. Eso no lo es. El éxito es mantenerte haciendo lo que hace latir tu corazón.