En una Altea todavía rural y pesquera, mucho antes de que se convirtiera en sinónimo de arte, cultura y belleza mediterránea, nació en 1903 Juan Navarro Ramón, un joven que supo mirar su entorno con otros ojos. Su manera de observar la luz, los colores y las formas del paisaje alteano transformó no sólo su pintura, sino también la percepción que su pueblo tendría de sí mismo.
Hijo de una familia humilde, su talento natural para el dibujo pronto llamó la atención de sus maestros. Gracias a su empeño y al apoyo de algunos benefactores locales, pudo trasladarse a València para estudiar en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, donde se empapó del ambiente artístico de principios del siglo XX y conoció a figuras clave del arte valenciano.
La Guerra Civil, como en tantos otros artistas de su generación, marcó un antes y un después en la concepción de su obra
Huella de la luz mediterránea
Desde sus primeras obras, Navarro Ramón mostró una obsesión por la luz y el color. No se conformaba con reproducir el paisaje: buscaba capturar la atmósfera cambiante de la costa, los reflejos del mar sobre las fachadas blancas de Altea o la quietud dorada de los campos de la Marina Baixa.
Su pintura, inicialmente cercana al impresionismo levantino, fue evolucionando hacia un estilo más personal y expresivo. Con los años, redujo las formas a lo esencial, construyendo paisajes en los que la emoción sustituía al detalle. En ellos, la luz era siempre la protagonista, una presencia viva que lo envolvía todo.
Su obra evolucionó del impresionismo mediterráneo hacia un estilo más expresivo y simbólico
De Altea al reconocimiento nacional
Durante los años veinte y treinta, Navarro Ramón comenzó a exponer en Alicante, València y Madrid. Pronto fue reconocido como una de las voces más interesantes de la nueva pintura levantina. Formó parte del Grupo de Elche y, más adelante, se integró en la llamada Escuela de Madrid, junto a artistas como Benjamín Palencia o Rafael Zabaleta, con quienes compartió una profunda reflexión sobre la naturaleza y el paisaje.
Su participación en certámenes nacionales y su inquietud constante le permitieron desarrollar una carrera sólida, aunque siempre marcada por un cierto retraimiento personal. Nunca fue un pintor de grandes gestos mediáticos, sino de trabajo silencioso y mirada introspectiva.
La guerra y la búsqueda interior
En la Guerra Civil Española toda una generación de artistas sufrió un duro golpe. Navarro Ramón sobrevivió al conflicto, pero su pintura cambió. A partir de los años cuarenta, su obra se volvió más íntima, más reflexiva. Atrás quedaban los colores brillantes y los paisajes festivos; en su lugar surgieron composiciones más sobrias, de tonos terrosos y formas simplificadas, donde el color se convertía en símbolo y la luz en sentimiento.
Aun así, su amor por Altea y por la esencia mediterránea permaneció intacto. Incluso en sus etapas más introspectivas, su pintura seguía respirando el aire salino de su pueblo natal.
Inspiró a generaciones posteriores de artistas con su visión del paisaje alteano
Precursor de un pueblo de artistas
Aunque gran parte de su carrera la desarrolló entre València y Madrid, Juan Navarro Ramón nunca se desligó de Altea. Su visión del paisaje, su respeto por la naturaleza y su búsqueda estética marcaron a generaciones posteriores de artistas que, desde los años cincuenta, comenzaron a instalarse en el municipio atraídos por su luz y su calma.
De algún modo, él fue el precursor de la Altea artística que hoy todos conocemos: un pueblo que respira arte en cada rincón y que se convirtió en referente cultural de la Marina Baixa y de toda la Comunitat Valenciana. No es casual que la Casa de Cultura de Altea lleve su nombre, ni que su legado se estudie como una de las raíces de la identidad creativa alteana.
Un legado que sigue iluminando
Navarro Ramón falleció en Madrid en 1989, dejando tras de sí una obra profunda y sincera, alejada de las modas, pero de una vigencia innegable. Sus cuadros se conservan en el Museo de Bellas Artes Gravina (MUBAG), el Museo de la Asegurada de Alicante, el Museo de Bellas Artes de València y en numerosas colecciones privadas.
En Altea, su nombre se pronuncia con respeto y orgullo. No solo fue un gran pintor, sino el primer alteano que supo mirar su tierra con ojos de artista. En un tiempo en que el arte era un lujo y el talento una rareza, Navarro Ramón supo elevar su pueblo al lienzo y, con ello, convertir la luz de Altea en arte eterno.
Juan Navarro Ramón ‘Torna a casa’
Durante todo este año y hasta el mes de noviembre de 2026, la Casa de Cultura de Altea (Carrer Pont de Moncau, 14) acoge la exposición ‘Torna a casa’, una oportunidad única de conocer mejor la obra de un alteano universal que supo retratar como pocos la luz y la belleza de la Villa Blanca.



















