Los corazones pararon, las manos temblaron. Había que correr, a esconderse o parapetarse en defensa. Un toque seco, quebrado en tres golpes y un silencio. Y otro. Y otro más. El ‘toque de los moros’, decían los mayores. No llamaban a misa, ni siquiera la de difuntos. Desde luego, no a fiesta. Moros en la costa, o sea, piratas bereberes. Salvemos nuestras almas, pero primero nuestras vidas.
Esto, o algo parecido, seguro que fue plato más o menos habitual por nuestras costas entre los siglos XVI y XVIII. Patentizaba hasta qué punto las campanas de nuestros templos, esas que la estandarización pregrabada o la corrección política amenazan con callar, constituyen, o lo hicieron, algo más allá de lo religioso, vivencial, que la UNESCO declaraba en 2022 Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Invento con solera
Una iniciativa, para proteger el toque manual de campanas, cuyo resultado abarca todos los campanarios españoles y que partía mayoritariamente desde la Comunitat Valenciana. Entre otras instituciones, el Museo Internacional del Toque Manual de Campanas (MitMac, 2015), en Vall d’Albaida, así como la asociación, Campaners d’Albaida, creada en los ochenta sobre una tradición que arrancaba en el siglo XIII.
Realmente, la iglesia católica no hizo sino recoger un invento posiblemente mesopotámico al decidirse a utilizar el uso de las campanas, según muchos historiadores hacia el siglo V, cuando el italiano, de origen francés (entonces galo), San Paulino de Nola (355-431) adopta su uso para así convocar a los fieles a la oración (y se convierte obviamente en patrón de los campaneros).
Hacia el siglo V, la iglesia católica recogía un invento mesopotámico
Horas canónicas y otras
Continuaría la asimilación: en el siglo VII, por ejemplo, el papa italiano Sabiniano (no se conoce la fecha de su nacimiento, sí la de defunción, el 22 de febrero de 606, y que ejerció el pontificado entre 604 y 606) institucionalizaba el uso de las campanas para marcar las horas canónicas (del griego ‘kanonikós’, vara de medir) para llamar a los fieles al templo.
Ritmos diarios, semanales, mensuales, estacionales y hasta circadianos, si toca, quedaban marcados por campanazos o campanilleos, según. Las horas, las partes del día. En cuanto a la agenda vivencial de monasterios: maitines (antes del amanecer), laudes (al amanecer), prima (primera hora del día después del amanecer), tercia (tercera hora después del amanecer), sexta (mediodía), nona (tercera hora de la tarde), vísperas (tras la puesta del sol) y completas (antes de dormir).
Para conservarlas se busca preservar su uso, más diversificado a mano
Agenda diaria sonora
Vivir, sin embargo, es algo más. No había sirenas, ni mensajería electrónica. Teníamos campanas. Repiqueteaban y hasta cabriolaban con alegría cuando había que festejar; se tornaban lentas, graves, espaciadas, cuando hablaban de difuntos; combinaban repiques y volteos al sacar santa o santo a la calle, para pedir o dar gracias. Y se volvían rápidas e irregulares ante cualquier alarma, salvo que la comunidad ya tuviera un ‘tema’ establecido.
Así, el dicho popular, y bastante malicioso, por estas tierras levantinas de “ya está tocándose las campanas el cura” no obedecía al ansia de demostrar quién manda aquí, sino que evidenciaba una imprescindible agenda con alarma para el día a día. Algunos de estos dietarios sonoros alcanzarían incluso otras glorias, como el toque manual de Campanas de la Catedral de València, La Seu, declarado Bien de Interés Cultural Inmaterial en 2013.
Existen unos doscientos templos clásicos, de los 1.203 en la Comunitat Valenciana
Incremento de templos
Estos reconocimientos casi se ven socialmente como necesarios para que no se pierda este patrimonio antropológico. Y una manera de conservarlo es preservar su uso (mucho más diversificado en su versión manual, aunque en estos tiempos existan otros métodos para tales funciones). De los varios centenares de templos cristianos que pudo haber en el VIII en lo que hoy es España (en plena pugna entre conquista musulmana y visigodos), ahora hay bastante más.
Según último censo eclesial, actualmente 22.921 parroquias católicas en España, 1.203 de ellas en la Comunitat Valenciana, unos dos centenares llamémoslas ‘clásicas’. Con sus tradiciones, también sonoras. Aunque el cambio del toque a mano por ingenios electromecánicos nos dice adiós a algunos. En Elche, por ejemplo, nuestros mayores lloran la pérdida de toques como el de ‘núgol’, que, como te cuentan, hacía funcionar todas las campanas.
Conservar el patrimonio
De esta forma, estos artilugios que en su construcción clásica solían forjarse con un 80% de cobre y otro 20% de estaño, con una pieza metálica interior (almilla, badajo, lengua, martinete o mazo), es decir, aquellos que no han sido sustituidas por un pregrabado, aún conservan parte de sus funciones. Han perdido quizá los no litúrgicos.
Ya no poseen los civiles (incendios, reuniones de ciudadanía o campesinado, señalización horaria, incluidas escuelas), marítimos o militares. Pero aún podemos escuchar ‘temas’, tocados ‘manualmente’, como el primer toque por la misa de los clavarios en Alfafar. O, ya electromecanizado, volteo de campanas en la concatedral alicantina de San Nicolás de Bari. Y no asustarnos por si vienen los piratas.




















