La cosa, en cierta medida, puede parecerse al volcán de La Palma. Durante semanas y meses, pequeñas sacudidas han ido poniendo en jaque la aparente tranquilidad que, durante años, había reinado en el paseo marítimo de Altea.
Luego, llegaron los primeros avisos en forma del anuncio de unas obras cuya necesidad nadie ponía en duda, pero que provocaron las normales y lógicas discusiones respecto al modelo elegidos para el nuevo Frente Litoral.
Terremoto importante
Pero aquello no pasaba de lo esperable en el guion de cualquier actuación de gran calado en un municipio. Que si ponme aquí un aparcamiento o quítame de aquí un trozo de playa. Cada cual defendía, en base a su personalísimo punto de vista, cuál consideraba que era el modelo adecuado para esta zona de la Villa Blanca y lo hacía con sus propios argumentos.
Más tarde, llegó la pandemia. Nada que ver, en principio, con la cuestión. Pero el golpe a los negocios de la zona, mayoritariamente hosteleros, fue brutal. Se retrasaron, como todo en ese periodo, las obras que, al fin, arrancaron a principios del pasado verano. Terremoto importante. Las máquinas, que se había prometido que comenzarían su labor en el mar, iniciaron sus trabajos pegaditas a las terrazas. Ruido, polvo, molestias… y menos clientes.
Los empresarios ya han desmontado sus cerramientos y algunos han decidido cerrar para siempre
Adiós a los cerramientos
La situación comenzaba a ser preocupante. Entonces, llegó el segundo gran temblor. El ayuntamiento, oficializando una amenaza que hasta entonces no había pasado de una declaración más o menos firme de intenciones, remitió una misiva a los hosteleros.
Durante la última semana de septiembre debían retirar los cerramientos de sus terrazas para que los trabajos del nuevo Frente Litoral pudieran desarrollarse en el paseo. Todos sabían que era un momento que iba a llegar y que, por lo tanto, su actividad iba a ser imposible durante varios meses -se ha fijado la reapertura prevista para abril-.
La sorpresa, al menos relativa, fue, insistimos, la confirmación de los peores temores de los hosteleros: los cerramientos y, con ellos, la posibilidad de explotar sus terrazas durante todo el año, no podrán volver una vez finalizadas las obras. Desde ese momento, sólo se permitirá mobiliario que pueda ser completamente retirado, como las sombrillas.
Erupción de cierres
Y, entonces, la erupción. Explotó el asunto como suelen explotar estas cosas: con fuerza, mala uva y efectos no deseados. Algunos, viendo imposible su futuro, decidieron tirar la toalla. Arrancaron las estructuras de sus cerramientos y, en la imagen más simbólica de todo este embrollo, también los carteles de sus establecimientos. Se iban para no volver. Jamás.
Es el caso, por ejemplo, de José Ramón Perales, propietario hasta el pasado mes de agosto del restaurante Franxerra. Mientras desmontaba lo que quedaba de su local, repasaba los clavos que, en los últimos tiempos, han ido sellando el ataúd en el que ya descansa su negocio.
“El primero fue el cambio de gobierno, que nos impidió a los nuevos empresarios que nos habíamos instalado en el paseo poner cerramientos en nuestras terrazas. Luego llegó la pandemia e inmediatamente después, cuando parecía que empezábamos a salir de esa situación, nos ha venido la obra del Frente Litoral”, reflexionaba.
Una misiva remitida este verano anuncia a los hosteleros que no podrán volver a instalar sus cerramientos tras las obras
Dudas ante el futuro
La pandemia siempre lo sobrevuela todo, pero Perales desvincula su decisión última de los daños económicos sufridos por ese largo periodo de confinamientos y medidas restrictivas, y apunta a la incertidumbre ante el futuro a la hora de justificar su decisión.
“Si no hubiese habido pandemia, tendría que haber cerrado exactamente igual. El problema es la inseguridad que producen los cambios de criterio. No saber qué va a pasar mañana. Hoy se les ocurre que no puede haber cerramientos y mañana te dicen otra cosa. No sabemos cuánto va a durar la obra… después de eso, ¿qué pasará?”, se pregunta.
No son pocos los locales que no tienen opción de atender a los comensales en su interior
Locales sin plan b
La realidad es que buena parte de esta polémica viene generada por la idiosincrasia propia de estos locales. Muchos de ellos no cuentan con espacio suficiente en el interior como para poder atender a un número suficiente de comensales para pintar de negro sus libros de cuentas. Y, por ello, las terrazas y la posibilidad de explotarlas los doce meses del año resulta algo tan fundamental.
Como explica Perales, y confirman otros empresarios de la zona, nadie se opone frontalmente a la ejecución de la obra del Frente Litoral que “puede estar bien o mal, pero lo que no está bien es no conocer el proyecto de futuro. Es fundamental saber eso y que lo digan. Si lo que quieren es que no haya negocios de restauración en el paseo, que sean claros. No sé si son capaces de hacerlo, pero es lo que va a ocurrir si, como han dicho, sólo van a dejar trabajar con sombrillas”.
Los cerramientos aparecen siempre como la clave de bóveda del futuro de los negocios de la zona. En primer lugar, por el propio espacio con el que cuentan la mayoría de los locales del paseo, que en términos generales “tienen entre 50 y 60 metros cuadrados. Por ello, entre el espacio que se dedica a la cocina, almacén y baño, hacer uso de cerramientos en la terraza ha sido siempre una necesidad. Dentro no tenemos capacidad para atender a la gente”.
Buen tiempo engañoso
Y sí, en Altea, como en el resto de la Costa Blanca, ‘siempre’ hace buen tiempo, pero eso no es sinónimo de poder estar sentado en una terraza sin protección los 365 días del año. En verano, el sol es inmisericorde y las temperaturas suben muy por encima de un rango que podríamos calificar como agradable.
Mientras, en invierno, el aire húmedo y frío que proviene del mar hace necesaria cierta protección para poder disfrutar, incluso en los espectaculares y fotogénicos días de mar brava y de temporal azotando la costa, de un arroz, una buena carne o un rico pescado en pleno paseo marítimo.
Y todo ello, como recuerda José Ramón Perales, sin entrar a valorar las preferencias de los clientes. “A los turistas les gusta, también en invierno, venir al paseo y tomar algo; pero estar protegidos y con cierto nivel de confort. Algunos, como es mi caso, sí podemos atender en el interior porque contamos con espacio, pero la gente lo que quiere es estar comiendo fuera. Para comer dentro, se quedan en su casa”.
Los cerramientos con los que han funcionado durante décadas se encontraban en una permitida situación de ilegalidad
Situación de ilegalidad
Es cierto que los cerramientos existentes desde hace décadas son (eran) ilegales. Quizás, algún día haya que abrir el melón de cómo fue posible que se acumularan años y años en los que, básicamente, los empresarios pedían permiso para instalarlos, y las distintas corporaciones que en Altea han gobernado se mostraran comprensivas, permitieran su colocación, y nunca optaran por regularlos.
Por ello, Perales -y, de nuevo, es algo en lo que coinciden muchos de los afectados- asegura que entiende “perfectamente que la opinión pública no comprenda que podamos hacer uso de la vía pública pagando una cantidad muy pequeña al mes; pero lo que se debería hacer es regularlo, obligar a que se haga de una manera determinada y cobrarlo como corresponde. No arrancarlo todo de cuajo”, reclama.
Dudas existenciales
Mientras recogía los últimos vestigios de la que fue su cocina, el empresario reconocía que duerme “mal, muy mal”. Y en esas noches en vela siempre le rondan las mismas cuestiones. “Me planteo si tendría que haber intentado hablar más veces con el alcalde o con el concejal; si lo tendría que haber explicado mejor; si estaré equivocado… Sobre todo, me pregunto qué podría haber hecho para que me hubiesen entendido. Tanto a mi como al resto de los empresarios de esta zona”.
La zozobra es máxima cuando ve cómo, por una cuestión en la que no tiene capacidad de decisión y en la que no ha sentido nunca, al menos, cierta empatía por parte del equipo de gobierno, su sueño se le escapa de las manos. “La ilusión de cualquier profesional es que le reconozcan a través de su trabajo. ¿Cómo me voy a sentir ahora? Pues hecho una mierda. ¡Tengo que quitar lo que mejor sé hacer porque no me dejan hacerlo!”.
Los hosteleros protestaron ante el equipo de gobierno tras el pleno ordinario de septiembre
Protestas en el pleno
Todo ese cúmulo de tensiones acabó por explotar el pasado día 30 de septiembre, cuando una nutrida representación de hosteleros acudió al pleno ordinario del mes para hablar cara a cara con el alcalde alteano, Jaume Llinares (Compromís), y el resto del equipo de gobierno que la formación del primer edil comparte con el PSPV. El orden del día no contemplaba punto alguno que abordara su situación, pero, al menos, pudieron dar su versión a los ediles del gobierno tras la finalización del pleno.
En aquellos corrillos se escucharon historias desgarradoras a las que algún día podremos poner nombre y apellidos. Como la de ese cocinero que, desesperado, le preguntaba a su alcalde qué futuro podría tener él, con 60 años de almanaque cumplidos y más de cuatro décadas metido en una cocina. “¿Qué voy a hacer yo ahora?”, le preguntaba.
Y como esa, otras tantas. Veteranos que no saben, en un contexto tan complicado como el actual, dónde podrán buscarse un futuro. Quién va a querer contratarles. Jóvenes que, ilusionados, han invertido en la puesta en marcha de sus locales y que ven su apuesta vital truncada.
«No vamos a reconsiderar nuestra postura. Dar marcha atrás a los cerramientos no va a ser posible» J. Llinares
Posición inamovible
Tras escuchar sus historias y sus quejas, Jaume Llinares no dio muestras de tener intención alguna de reconsiderar la postura que él y su equipo de gobierno ha defendido. Preguntado por AQUÍ en Altea, el primer edil fue claro: “no vamos a reconsiderar nuestra postura. Dar marcha atrás a los cerramientos no va a ser posible”.
Llinares se escuda en que “durante un tiempo ha habido dejadez. Las personas han ido adaptando sus negocios para sacarle la mayor rentabilidad posible. Eso lo entiendo, pero llega un momento en el que hay que regular esas situaciones que se han generado fuera de control”.
El primer edil repetía para este medio los mismos términos que ya usó con los empresarios en sus corrillos. “He utilizado la palabra ilegal porque es cierto: están sin licencia y, por lo tanto, fuera de ordenación”.
Otro gobierno lo puede cambiar
El alcalde de Altea no tiene intención, por lo tanto, de dar marcha atrás y estudiar, como le piden los empresarios, modelos alternativos al que él y su equipo han planteado para un Frente Marítimo sin cerramientos hosteleros.
Eso sí, en una apuesta ciega y de ‘all in’ a sólo año y medio de las próximas elecciones locales, el alcalde deja claro que si el pueblo de Altea considera, de forma mayoritaria, que este no es el camino, siempre tienen la opción de elegir otros mandatarios. “El modelo lo puede cambiar el próximo gobierno, pero lo que se está proponiendo ahora no va por ahí”, sentencia.