“La paz del mundo pendía de un hilo, pero tomó casi doce horas para que un mensaje de una superpotencia llegara a la otra”, escribió Michael Dobbs en su fundamental recuento de la crisis “Un minuto para la medianoche” (“One Minute to Midnight”).
Estos mensajes además “estaban redactados en el lenguaje opaco de la diplomacia de una superpotencia, que impedía al redactor admitir cualquier debilidad o equivocación”, indicó el autor.
La “línea roja”
Para agilizar la comunicación y reducir el riesgo de una guerra nuclear, los dos gobiernos establecieron el 30 de agosto de 1963 lo que llegó a conocerse como el “teléfono rojo”, pero que no era otra cosa que un cable que transmitía mensajes escritos.
En la década de 1970, se agregó una línea telefónica satelital, que permitía compartir mapas, documentos y fotos entre ambos gobiernos.
La Casa Blanca y el Pentágono resguardan bajo llave el secreto de cuántas veces fue usado el “teléfono rojo”, pero los líderes de ambas potencias lo utilizaron durante las guerras entre árabes e israelíes en 1967 y en 1973 y durante la invasión soviética a Afganistán en 1979.
Moscú y las capitales europeas establecieron posteriormente sus propias líneas directas de comunicación. En 1996, China instaló su “teléfono rojo” con Rusia, antes de hacerlo dos años más tarde con Estados Unidos. En 2005, India y Pakistán los imitaron.
En setiembre de 2011, Estados Unidos le propuso a Irán, su actual mayor antagonista, una línea directa para evitar cualquier confrontación que pueda derivarse del polémico programa nuclear iraní, al que Occidente acusa de perseguir un arma nuclear, pero Teherán declinó la oferta.