Pepe lo recuerda casi como si hubiese ocurrido ayer mismo. Pero como cuenta 86 años en la actualidad, puede que haya pasado un tanto más de tiempo. Quizá tenía por la época ocho o nueve veranos, aunque poco cambio habrá: episodios como el que relata fueron -aún lo son- muy habituales. “Llevaba mucho tiempo sin llover, así que fueron a llamar a un fraile para que diera una misa, y al final vino a darla, a la ermita de Montserrat”. Nos ubicamos: por la partida de l’Alluser, donde la acequia Mayor y la ‘fillola’ (hijuela o canal) de l’Alluser.
“La cuestión: el fraile empezó a rezar, a pedir agua -continúa narrando Pepe-, y de pronto se escucha un trueno: ‘¡¡Bum!!’. Y empezó a caer agua sin parar. Mi primo me llevó a una casa de allí, y nos refugiamos…”. Total, que el bueno de Pepe casi se nos va definitivamente aquel día. Aunque no abundan registros meteorológicos más atrás de los años cuarenta, anotemos que el Mediterráneo español resulta generoso en riadas especialmente cuando se apaga el verano tras un agosto de cabañuelas.
«El fraile empezó a rezar, a pedir agua, y de pronto se escuchó un trueno y empezó a caer agua sin parar» Pepe (vecino)
Extremos tiempos atmosféricos
La zona de l’Alacantí, también campo o comarca de Alicante (Agost, Aigües de Busot, Alicante, Busot, El Campello, La Torre de les Maçanes, Mutxamel, Sant Joan d’Alacant, Sant Vicent del Raspeig y Xixona), se encuentra en una peculiar área climática, entre un árido sur y un más lluvioso norte, con el mar al este y los plegamientos béticos al oeste, al interior. Esto ha generado un particular clima de extremos: sequías contumaces y lluvias torrenciales de corta duración, pero en muchas ocasiones devastadores efectos.
Los aguaceros pueden castigar en cualquier momento del año, sobre todo cuando viene el ‘temporal de Levante’, con sus temibles gotas frías (combinación de aire cálido y húmedo mediterráneo y chorros de aire frío), las famosas ‘depresiones aisladas en niveles altos’ (DANA). Lo suyo era aprovechar esta furia atmosférica en lo posible. Y cuando se vive fundamentalmente del campo, lo suyo es no desperdiciar ni una gota, aunque llegue cabreada.
El temporal de Levante trae temibles gotas frías
La ciencia conventual
Muchos historiadores, como hizo el francés Jean Gimpel en ‘La revolución industrial en la Edad Media’ (Taurus, 1981), defienden que los conventos reactivaron la ciencia en Occidente -y la tecnología, pura ciencia aplicada- por necesidad. La secuencia es simple: el ‘ora et labora’ (reza y trabaja) necesita de horarios, de relojes; laborar el campo, de estar pendiente de los vaivenes atmosféricos, o sea de conocimientos en meteorología, del estudio climatológico. Y así con todo.
En aquella época, todo el mundo, hasta Pepe, recuerda a alguien que con solo mirar el cielo era capaz de predecir qué tiempo podía hacer. Se habla de ‘ciencia infusa’ (saber sin conocimiento), pero en realidad se trata de aplicar observaciones personales y sus correspondientes deducciones. Esto mismo, ya sistematizado de modo científico, ocurría en las órdenes religiosas, como en el caso de la orden franciscana de los frailes Mínimos, a cuyo cuidado estaba la ermita de Monserrat, oficialmente primera residencia.
Las órdenes religiosas poseían el conocimiento científico
La sed de los campos
En aquella época, cuando no llovía, había que “clamar al Cielo”, así, con mayúsculas. Vimos que las órdenes religiosas poseían el conocimiento. Aplicarlo cuando tocaba era crucial para todos: puede llover esta semana, hagamos ya la rogatoria que pidieron. La ermita se encontraba junto a la acequia y al canal derivativo correspondiente no por casualidad: cuando caía un chaparrón, a ser posible con rayos, truenos, centellas y la avenida correspondiente, tocaba distribuir lo más eficientemente posible las aguas por las sedientas tierras.
No por casualidad, el lugar estuvo preñado de molinos de agua y casetas huertanas. Había que sacarle el rendimiento al cielo, y Mutxamel, ya desde el veterano sistema de azudes (de Mutxamel, de Sant Joan y de El Campello) para gestionar las ciclotímicas aguas del río Verd-Montnegre-Seco servidas por el pantano de Tibi, poseía una innegable sabiduría, que iba a resultar tan fundamental para crear el feraz paraíso frutal conocido como la Huerta de Alicante.
Romerías y vaquillas
Luego, quedaba darles las gracias a la Moreneta, a la Virgen de Montserrat, de ahí la romería de los vecinos del Ravalet y del Poble Nou, cuyas huertas recibían primero el derrame celeste debidamente canalizado. Las fiestas de El Ravalet, a principios de septiembre, mantienen la tradición. Entonces había toros y vaquillas en el pueblo, pero reposaban por allí. Pepe recuerda aquello: “Salían carrozas, y los chiquillos iban en ellas”. Había velas -”era de noche”- y una de ellas prendió y cundió el pánico.
“La gente empezó a gritar: ‘¡La falda, la falda!’, pero al final parecía que decían: ‘¡La vaca, la vaca!’, y todo el mundo echó para los bancales. Pero el día anterior había llovido mucho, y los campos estaban embarrados”. Resultado: buena parte de los participantes en la procesión acabaron con cuerpos y ropas de domingo y “días de guardar” convenientemente rebozadas. Pero quizá esto ya sea otra historia.