Según la Organización Mundial de la Salud una de cada seis personas sufrirá cáncer a lo largo de su vida. Es una estimación estadística demoledora que pone de relieve las dimensiones, las dificultades y, sobre todo, los desafíos que plantea esta enfermedad tan prevalente.
Bajo el término «cáncer» se engloban más de cien enfermedades distintas que quedan clasificadas según el tejido del cuerpo en el que aparece. La principal característica de las células cancerígenas es que se dividen rápidamente y acaban produciendo tumores.
Por ello una de las herramientas más comunes para tratar el cáncer es la quimioterapia, fármacos que bloquean la división celular. Sin embargo, muchos de los fármacos anticancerígenos que se utilizan actualmente presentan un gran inconveniente: la selectividad o, más bien, la falta de ella.
En nuestro cuerpo existen células que se están dividiendo continuamente de manera normal como, por ejemplo, las células del pelo o las del estómago. Así que, cuando son administrados, los fármacos quimioterapéuticos no solo impiden la división de las células cancerígenas, sino también la de estas células sanas. Es entonces cuando aparecen los llamados efectos secundarios como la pérdida de cabello, vómitos, diarreas y náuseas, entre otros.