Arcilla o simplemente barro, agua y un puñado de sal. No hace falta mucho más para dedicarse a la alfarería (del árabe ‘alfaharería’: un ‘alfar’ es el obrador donde se elaboran objetos de barro). Con eso, Petrer mantuvo una importante industria manufacturera, desde los siglos XVII al XX, en cierta manera arrinconada tras la apuesta industrial por la marroquinería y, en menor medida, por el zapato. Aún quedan arqueologías urbanas, algunas recuperadas, que muestran ese pasado y, al tiempo, nos permiten matizar esa importante huella de nuestra historia.
Según el libro ‘Del barro al cacharro: la artesanía alfarera de Petrer’ (1996), obra de la cronista oficial, Mari Carmen Rico Navarro, es precisamente el XVII la centuria de arranque oficial para la alfarería petrerina. De hecho, la más remota alusión documental sobre ésta, aparece en el ‘Libro de giradora de 1655’. Habrá que tener en cuenta que los citados tomos son el equivalente al actual catastro: se trataba de libros manuscritos donde se registraban tanto las propiedades rústicas como urbanas de un lugar.
Huellas del pretérito
Según Mari Carmen Rico, se encuentra otra referencia en el ‘Libro de hacienda de la Villa y término de Petrel’ (1726), otro registro catastral. Allí se anota una entrada referida a un tal Juan Andreu, “propietario de una casa, con una era de moler tierra y un horno de cantarería”, o sea, de hacer cántaros (del latín ‘cantharus’, jarrón): un asadero de los cerámicos. ¿Surgió esta ocupación de la nada? ¿Hasta entonces no hubo ninguna manufactura al respecto?
No lo parece si tenemos en cuenta, por ejemplo, que en agosto del pasado año se encontraban restos cerámicos andalusíes, o sea, la propia de la Península Ibérica (al-Ándalus por la época) entre los siglos VIII y XV. Estaban incluidos en la huella (dos muros) de una alquería (finca agrícola típica del este y sureste español), por la partida de Puça. Pero digamos que el XVII la manufactura de la arcilla arranca con un planteamiento ya plenamente comercial.
La referencia escrita más antigua es del año 1655
Los últimos cantareros
Tuvo aquel inicio, eso sí, fecha exacta de caducidad: 1970. Sigue la cronista: “El inicio de los años setenta del pasado siglo y en lo que se refiere al ámbito económico, comenzó con una triste noticia. La última fábrica de alfarería existente en Petrer, propiedad de Miguel Román Aracil, situada en Quatre Vents, cerró sus puertas el 28 de noviembre”. Se le echaba la persiana a una industria que llegó a importar en la red comercial de la provincia.
No hablamos de grandes parques industriales, claro, pero existen datos, aportados sobre todo por la especialista en la historia petrerina, que subrayan su importancia. Así, “en 1722 hay tres hornos dedicados al trabajo alfarero y a mediados del siglo XIX hay cinco fábricas”. Se hablará incluso de “la calle que sube a las alfarerías”. ¿Queda algo de ello? Al contrario que en otras localidades, Petrer sí que ha acabando por anotar en su paisaje el pretérito industrial.
El 28 de noviembre de 1970 cerraba la última fábrica
Realidades y recreaciones
El complejo de nueva factura en el que se incluyen los jardines Rey Juan Carlos I y la plaza Paco López Pina constituye la más evidente de las arqueologías urbanas dedicadas a la cerámica petrerina. De la década de 1920, por ejemplo, nos encontramos con las chimeneas de los antiguos centros manufactureros (hay hornos asociados a la chimenea superior), aparte de un arco de medio punto que nos saluda al camino viejo de Elda.
Allí, entre nuevos edificios y equipamientos de ocio y culturales, más maquinaria expuesta en el exterior, con la cercanía del parque El Campet, cuya entrada con arco no deja de recordar a la arcada de medio punto ya señalada, se añadía otro elemento, una reproducción. Hoy, el complejo incluye un edificio, el Forn Cultural, en la plaza López Pina, que recrea, como espacio cultural, uno de los antiguos hornos, al que, eso sí, adiciona una de las chimeneas originales, reales, de una antigua fábrica.
El centro didáctico utiliza elementos de la mítica firma Millá
La industria mítica
Cabe detenerse en que las artificiales fumarolas pertenecían a un nombre hoy mítico en la historiografía industrial petrerina, la Cerámica Millá, desmontada a partir de abril de 1987 para construir el actual Mercado Frontera, como señala Mari Carmen Rico.
La empresa la fundaba, en 1877, Juan Millá Aracil (1861-1949), aunque su ubicación definitiva no llega hasta 1924. El industrial y artesano había nacido en Agost, lo que de paso patentiza una relación entre ambas artesanías, agostera y petrerina, quizá desde comienzos del XIX.
Tipo de cerámica
¿Pero qué tipo de cerámica practicaba Petrer? ¿La blanca porosa, como la mayoritariamente producida en Agost, ideal para el sistema físico que permite a los botijos refrigerar el agua? ¿O la vidriada o barnizada, estupenda para lebrillos, y que también se elaboraba en la localidad de l’Alacantí? Ambas.
Es más, las arcillas petrerinas, en tierra donde abunda este material, aparte de calizas, margas o yesos, han servido incluso, como en Agost, para fabricar tejas y ladrillos. Y por supuesto, un pasado a retener.