Las enciclopedias, digitales o en papel, no dejan de tener su punto de frialdad. Cuando las consultas, le asientan, sin más, el estigma a Rojales: “Dividida en dos por el cauce del Segura”. Pero, aun siendo cierto de manera física, geográfica, en el fondo no es verdad. El río no plantó ningún tachón al lugar; al contrario, generó el municipio, le dio vida. Es fácil de adivinar incluso hoy, si bordeamos las aguas tanto, por ejemplo, por el malecón de la Encantá o por la calle Valentín Fuster y nos acercamos al puente de Carlos III.
Qué decir cuando se inauguró el viaducto, tras concluirse el 23 de octubre de 1790, en un paisaje de árboles junto a un cauce entonces incluso más generoso que en la actualidad, aunque en sus orillas se sigue sufriendo, de tanto en tanto, del genio incontrolado con que se maneja la bipolar corriente. No hay más que reparar en que, antes del de obra, hubo uno anterior, “de palo y broza” según las crónicas, levantado en 1725 y deglutido por el Segura en 1733 y, tras rehacerse, en 1750.
El río forma parte de Rojales, y la pequeña ciudad ha ido creciendo a su vera, que a la especie humana le va el agua. No habrá de resultar, por tanto, extraño que el otro mayor núcleo poblacional de Rojales, la megaurbanización Ciudad Quesada (10.667 habitantes según censo de 2021, de los 15.978 registrados en todo el municipio), naciese a la vera, también, del Segura, y que esté subrayada en su borde más meridional por la torrevejense laguna salada de la Mata. El líquido elemento que no falte, aunque en este caso nos hallemos ante aguas bien salobres.
Los frutos del campo
El puente cobra vida colorista, por desfiles o fuegos artificiales, en las Fiestas Patronales y de Moros y Cristianos (con hoguera, municipal) a San Pedro Apóstol, en torno al 19 de junio, o en la vistosa Semana Santa, pero el agua insufla vida a todas horas. También historia: el conjunto monumental formado por el puente de tres ojos y su correspondiente escala hidrométrica, sembrado el 26 de julio de 1787, el azud de sillería del XVI (hijo de un sistema de canalización muslime) y la noria del XIX, para las tierras altas de la margen derecha, señala el pasado y un muy activo presente.
La agricultura siempre fue muy importante para el municipio: verduras, otras hortalizas, cítricos, cereales, vino… Muy solicitadas alcachofas y pimientos. Entre el XVIII y el XIX, proliferó una huerta feraz; luego, aunque el sector servicios fue abarcando actividad económica, la superficie agrícola sigue protagonizando el uso de la tierra rojalera, aparte del urbano o, por una de las entradas a Ciudad Quesada, el veterano campo de golf La Marquesa (1989).
Así, la huertana gastronomía, con tortillas de patatas, alcachofas o habas tiernas, destacadas hasta por el propio municipio, al igual que el arroz con pelotas y las dulces y agarenas almojábenas. Se pueden degustar en todo el territorio rojalero, como entre el callejero del núcleo ciudadano más clásico, el que creció directamente desde ambas riberas del Segura.
Cultura y arte
El veterano Rojales es más urbano de lo que cabría suponer, como barriada rica de metrópoli. A poco más de tiro de piedra de las más interiores Formentera de Segura y la colindante (con el rojalero núcleo residencial Benimar) Benijófar, cabe visitar ambas márgenes del Segura. A un lado, entre las calles Rafael Aráez y Joaquín González, la iglesia de San Pedro Apóstol (también acoge, el 7 de octubre, la fiesta de la Virgen del Rosario), construida en 1788, tras haberse iniciado ocho años antes. Se reconstruyó tras tumbarla el terremoto de 1829.
Pero Rojales, sembrada en pleno Neolítico, unos cuatro mil años a.C., que desde 1773 dejó de pertenecer a Guardamar, ofrece más. Como su Museo Arqueológico-Paleontológico, en el antiguo ayuntamiento. O parquecillos a la vera del río. Lindando, en alto, con Rojales, las Cuevas del Rodeo, viviendas del XVIII al XX recuperadas en los noventa. Custodiado uno de sus accesos por la particular ‘casa de las conchas’ (el dueño de la vivienda, adquirida en 1974, decidió a partir de 1992 decorar con más de medio millón de caparazones marinos las fachadas), nos encontramos, arriba, con una comunidad de artistas y centro de arte (talleres, zoco, salas de exposiciones o muestras al aire libre).
Casi en San Fulgencio, el Museo de la Huerta (resembrado en 1980 del semillado original, en 1948): antigua explotación agrícola de 30.562 m², la hacienda de los Llanos o de Don Florencio, donde bucear, en la casa con almazara, por entre el vivir del agro de la Vega Baja. Camino al mar, la colaboración (2020) entre Hidraqua y el municipio ofrece el parque El Recorral, antiguo soto ganadero hoy parque inundable, que acoge la romería a San Isidro Labrador (15 de mayo). Homenaje a la naturaleza, incluye los aljibes de Gasparito, recorrido por la eterna relación entre Rojales y el agua, a uno de los flancos del gran núcleo poblacional rojalero: Ciudad Quesada.
La urbanización ciudad
Fundada a partir de la compra de terrenos en 1972 por parte del empresario Justo Quesada (1926-2010), semeja otro mundo, de población fundamentalmente angloparlante, con flecos demográficos centroeuropeos. Avenida de la Costa Azul (vamos, la Riviera francesa), de las Naciones… Nombres que aportan especia cosmopolita a lo que ya trasciende el concepto de urbanización. De tanto en tanto, algún detalle más rojalero: hay una avenida de los Regantes.
Centro médico, comercios, parque acuático, fiestas en agosto. Residencia y ocio. La avenida de las Naciones, enlazada con la CV-905 o avenida de Alcoy, nos sitúa en la mediática entrada antaño principal. Pasear por el arranque ‘oficial’ nos lleva, de comercio en comercio, a un paisaje peculiar: ‘hair & beauty’ (cabello y belleza), ‘money exchange’ (cambio de dinero), ‘home delivery’ (reparto a domicilio), ‘real state’ (inmobiliaria), cervecería (¡vaya!). Ya hay que seguir en automóvil, recorrerse un inmenso dédalo apostillado por chalés y más chalés, de todos los tamaños o sensibilidades. Y agua: piscinas, lagunas artificiales… Al fondo, la salina, refrescante anuncio del no tan lejano mar.