Es muy habitual que el gran relato de los momentos más extraordinarios de la Historia de la humanidad diluya, hasta hacerlas desaparecer, pequeñas historias de heroicidad, mezquindad, bondad, maldad, traiciones o lealtades que, en mayor o menor medida, dieron forma a ese periodo concreto al que ahora nos podemos asomar desde el balcón del tiempo.
Un claro ejemplo -y mucho más cercano de lo que parece- lo encontramos en la II Guerra Mundial, la más cruenta y mortífera de cuantas confrontaciones bélicas se han vivido en nuestro planeta.
Muchísimo se ha hablado, escrito y rodado para la gran pantalla sobre ella; pero de vez en cuando todavía se pueden rescatar algunas anotaciones del pie de página de los libros de Historia, para entender más y mejor cómo afrontaron esos años negros algunas personas sin las que el transcurso de aquella guerra podría haber sido muy distinto.
Su carrera como actriz despegó tras ganar un concurso en el que se buscaba a la Greta Garbo noruega
La Greta Garbo noruega
Una de esas protagonistas olvidadas es la noruega Sonja Wigert. Al menos, noruega de nacimiento ya que en 1939 cambió su nacionalidad y pasó a ser súbdita sueca.
Nacida el 11 de noviembre de 1913 en Notodden, Wigert mostró muy pronto su pasión por la interpretación, debutando con sólo diez años sobre los escenarios. Su primer papel de importancia en la gran pantalla le llegó en 1934, tras ganar un concurso en el que se buscaba a la Greta Garbo (actriz nacida en Estocolmo en 1929 y ya por entonces una leyenda del cine) noruega.
Éxito y cambio de nacionalidad
El nombre de Sonja Wigert (apellido de soltera de su abuela) se fue haciendo cada vez más popular gracias al enorme éxito que cosechaban todas las obras teatrales y largometrajes donde trabajaba, lo que le valió la oportunidad de dar el salto a Suecia, en aquel momento un país mucho más avanzado que noruega en lo que a la actuación se refiere gracias al efecto Garbo.
Allí rodó más de una veintena de películas y se convirtió en una gran estrella, algo que fue fundamental en su decisión de renunciar a la nacionalidad noruega y adoptar el pasaporte sueco a partir de 1939, el mismo año en el que Adolf Hitler invadió Polonia y la Unión Soviética lanzó su ofensiva sobre Finlandia.
Gracias a la información que logró obtener de los nazis salvó a miles de prisioneros del campo de concentración de Grini
Un padre preso
Sin embargo, su papel más importante y real fue el que adoptó en algún momento entre 1940 y 1941. Fue entonces cuando Sonja Wigert se unió al movimiento de resistencia noruego e inició una intensa actividad como espía en el bando aliado.
Trabajando para los servicios secretos suecos, llegó a mantener un idilio con Josef Terboven, Reichskomissar para los territorios ocupados de Noruega, con el objetivo de obtener información de quien era el principal dirigente nazi de la ocupación alemana de Noruega.
Wigert no sólo trabajó como espía por un sentimiento patriótico, sino que sus motivaciones eran mucho más profundas y personales ya que su padre, Sigvald Hansen, había sido hecho prisionero por los nazis y llevado al campo de concentración de Grini, a las afueras de Oslo, donde, según los datos oficiales, la Gestapo orquestó el asesinato de más de 2.000 prisioneros, entre los que, gracias a la labor de Sonja, no se cuenta el caso de Hansen.
Descubierta por los nazis
Su buen hacer en labores de inteligencia situaron a Sonja Wigert en el radar de los americanos y en plena contienda compartió sus averiguaciones, además de con sus superiores suecos, con los responsables de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS por sus siglas en inglés), entidad de la que nacería el embrión de la actual CIA.
Tras varios años al servicio de los aliados, su tapadera fue destapada y los nazis, todavía con el control de Suecia y Noruega, se encargaron de dilapidar cualquier opción de que Wigert pudiera seguir desarrollando su carrera como actriz.
Murió el 12 de abril de 1980 tras vivir sus últimos años en l’Alfàs del Pi, municipio en el que está enterrada
Dudas sobre su lealtad
Si algo supieron hacer bien los alemanes durante buena parte de la contienda fue manejar a su antojo una potente maquinaria de desinformación que, desde el despacho de Josep Goebbels, se extendía hasta el último rincón de los territorios ocupados con técnicas que, convenientemente adaptadas a los tiempos modernos, siguen teniendo una aterradora vigencia.
Así, descubierto el engaño, los alemanes consiguieron hacer calar en la opinión pública la idea de que lo que en realidad había estado haciendo Sonja Wigert durante sus años como espía era una labor de agente doble, es decir, fingir su papel como espía aliada para, en realidad, enviar información errónea a sus jefes y, a su vez, dar informes verídicos al bando nazi.
Reconocimiento póstumo
Como también suele suceder en estos casos, los servicios de inteligencia suecos y americanos ni confirmaron ni desmintieron aquellos rumores, y se limitaron a considerar a Sonja Wigert una pieza más de aquel macabro ajedrez que sesgó y destruyó tantas vidas a lo largo y ancho de Europa.
No fue hasta el año 2000, dos décadas después de su muerte, cuando se le reconoció su gran aportación a la causa aliada y se limpió de manera definitiva su nombre.
Esta es la historia de una mujer olvidada que reposa, desde su fallecimiento el 12 de abril de 1980, en una tumba del cementerio de l’Alfàs del Pi, municipio al que como tantos otros nórdicos, llegó para pasar el invierno de su vida. Una sepultura que, como tantas veces ella misma en vida, pasa inadvertida para la mayor parte de los visitantes del camposanto.