En ocasiones hace falta la mirada, a la vez apasionada y objetiva, de un foráneo para poder encontrar entre las miles de historias del día a día de un pueblo ese pequeño diamante en bruto que dé sentido a, como sucede en este caso, un documental centrado en la historia socio económica de Altea desde los años 60 del siglo pasado hasta la actualidad.
Y eso, mirar como nadie lo había hecho hasta ahora, es lo que se ha dedicado a hacer durante dos años Alejandro Blasco. De esa mirada ha nacido ‘Altea, la casa del mar’, un documental y una exposición de fotos que, como él mismo explica, se complementan a la perfección.
¿Qué ha buscado transmitir con las fotos que forman parte de la exposición ‘Altea, la casa del mar’?
Es un trabajo que surgió a raíz de estar grabando el documental. Me di cuenta que había cosas que se iban a quedar fuera y que, a través de la fotografía, iba a poder contar esa historia desde un punto de vista más conceptual.
Lo que quiero contar es mi propia visión sobre Altea en la actualidad, que no es la misma que la del documental porque ahí se hace una retrospectiva socioeconómica desde los años 60 hasta ahora.
«El documentalismo tiene que tratar los temas desde un punto de vista muy acorde a la realidad»
Por lo tanto, una cosa no se podría entender sin la otra.
No está planteado como un trabajo fotográfico con su propia identidad, sino que funciona acompañando el documental. El orden en el que se vean da lo mismo. Si ves el documental y luego la exposición, las fotografías cobran un nuevo sentido; pero al revés sucede exactamente lo mismo.
Usted reconoce que su relación con la costa y el mar nace, sobre todo, en la Marina Alta. ¿Cree que hay muchas diferencias entre las dos comarcas?
A mí no me gusta hacer diferenciaciones porque creo que es toda una unidad paisajística. Es verdad que el paso del Mascarat siempre ha supuesto una especie de barrera, pero yo empecé a hacer este documental sobre Altea porque es el lugar donde veraneaban mis abuelos. Quería reflejar sus recuerdos, los de la infancia de mi padre y lo que yo he vivido.
Pero también veraneaba en Benissa. ¿Por qué ha elegido Altea para este documental?
Yo no elegí Altea, Altea me eligió a mí. Eso es lo bonito del cine documental: reflejar tu propia experiencia. Altea reúne una serie de características históricas, culturales y paisajísticas y también por la población que tiene, me permitieron conocerlo muy bien.
«La idea ya la tenía, pero descubrir el ‘Materia de Bretanya’ supuso la constatación de que Altea tenía algo especial»
¿Qué cree que tiene Altea para haberse convertido en una de las imágenes más internacionalizadas de todo el litoral mediterráneo español?
Lo más especial que tiene Altea es su propia gente. Pero, de nuevo, eso es algo que quienes mejor lo pueden contestar son los propios protagonistas del documental, porque yo me he limitado a poner la cámara y actuar como un espectador para ser lo más objetivo posible.
El documentalismo tiene que tratar todos estos temas desde un punto de vista muy acorde a la realidad.
Cuando dice ‘estos temas’ hablamos también de la parte negativa que tiene el turismo.
Así es. Esa es la parte complicada del mismo. No todo es bonito ni un camino de rosas. Pero es verdad, como decía antes, que lo más especial que tiene Altea es su gente, que ha conseguido mantener ese espíritu de pueblo que lo hace único y que otros han perdido.
Además, eso ha posibilitado todas esas relaciones humanas entre personas que han venido de muchos países de Europa y de todo el mundo con la gente del pueblo. Es una multiculturalidad muy interesante de estudiar.
«Altea ha conseguido mantener ese espíritu de pueblo que lo hace único y que otros han perdido»
Ha explicado que el documental nace después de haber leído ‘Materia de Bretanya’ de Carmelina Sánchez Cutillas. ¿Qué le despierta ese libro?
La idea del documental ya la tenía, pero descubrir el libro sí supuso la constatación de que Altea tenía algo especial. Su propia identidad. Eso es algo que lo hace muy atractivo.
‘Materia de Bretanya’ está ambientado en los años posteriores a la Guerra Civil y nosotros nos servimos de eso para dar algunas pinceladas en el arranque y en el final, pero nuestro inicio real está marcado en los años 60.
El libro está ambientado mucho antes, pero no deja de estar escrito en los años 70.
Así es y tiene un prólogo muy interesante escrito por Pere María Orts. En él hace un análisis de esos años, de la importancia que tenía Altea, de la combinación que tenía de gentes del campo y del mar, que es otra cosa que la hace única.
Con todo esto, quiero decir que sí que es cierto que el documental comenzó a ser una opción mucho más seria para mí una vez que leí el libro.