Viajar a Bétera, al este de la comarca de Camp de Túria, nos sirve para constatar que el culto al montpellerino San Roque o Sant Roc (1295 o 1348-1317 o 1376), el dieciséis de agosto, continúa bien presente en la Comunitat Valenciana, con hitos como el del barrio del mismo nombre en la alicantina Monforte del Cid, con una ermita que fue capilla de un templo de dimensiones muy superiores.
Pero también sirve para comprobar cómo en muchos municipios, por contigüidad de fechas, viene de la mano del día de la Virgen de la Asunción, que se celebra el quince. Tanto, que en algunos ha sido subsumido por los gozos y celebraciones ofrecidos a la festividad mariana. Como ocurre en Bétera, donde la conmemoración resulta especialmente original.
Obreras y sombrilleros
Si el dieciséis a San Roque se le ofrenda misa seguida de ‘cantà’, el anterior, el de la Asunción, es cuando las fiestas beterenses se mueven con mayores lujos. Previamente, el doce, han tocado las presentaciones de los festeros principales. En concreto, las ‘obreres de la Mare de Déu’ (habrá casadas y solteras por igual), acompañadas de los ‘majorals de la Mare de Déu d’Agost’ (antaño, hasta 1940 según las crónicas, ‘de Sant Roc’), y los ‘sombrilleros’.
Las ‘obreras’ van de la mano de su respectivo ‘sombrillero’ (pareja, novio, amigo, familiar), que se dedica a lanzar confeti al público. Lo espectacular viene porque escoltan, todos ataviados con la correspondiente vestimenta festera, a unas gigantes albahacas (las ‘alfàbegues’, también alhábegas o basilicos) de más de dos metros de altura y sobre los cuatro de diámetro. Bien adornadas con papel en forma de flores y recubriendo las cañas de sujeción de las plantas.
Se procesiona con plantas de más de dos metros de altura
De muy remotos orígenes
Resulta interesante bucear en los intríngulis de una fiesta que cronistas, antropólogos e historiadores le adjudican ya más de cuatrocientos años de antigüedad oficial. Y eso sin contar con que tiene todos los números de tratarse de una festividad muy anterior, de un remoto culto a la fertilidad que recogieron incluso los árabes. De hecho, se han encontrado macetas (‘alfabeguers’) de los siglos trece y catorce para el cultivo de basilicos.
Por aquella época, por cierto, eran los musulmanes los pobladores, en especial en la alquería de Bofilla, despoblada tras la expulsión de los moriscos (habitantes islámicos conversos al cristianismo a la fuerza). DEl propio nombre de la población, de origen íbero, aún no están de acuerdo los filólogos si quiere decir ‘tierras bajas’, ‘ribera baja’, ‘la ciudad del camino’ o ‘del río’, ‘caminos del agua’ o qué.
Los primeros datos de la fiesta son de hace cuatrocientos años
Más allá del culto mariano
En todo caso, todo ello patentiza también lo remoto que pueden ser los festejos. Precisamente, el culto mariano subraya esto. Tras declarar la Iglesia, en el Concilio de Éfeso (431), a María Theotokos, esto es, Madre de Dios, la devoción se extendió por Occidente, en muchos casos, sobre todo en el Mediterráneo, implantándose, según un buen número de antropólogos, sobre la anterior veneración a las ‘diosas blancas’ o de la fertilidad.
Las numeraciones (por ejemplo, dieciséis ‘alfàbegues’, ocho por ‘obrera’, en 2017), los ritos del desfile (‘la rodà’ de las plantas): todo señala ese origen antiquísimo templado y enriquecido por el tiempo. Ahora, ¿por qué precisamente la albahaca? Dejando aparte sus propiedades antisépticas, diuréticas o insecticidas, en el plano no científico a la ‘ocimum basilicum’ o hierba real, la albahaca, se le atribuyen otras propiedades.
El ‘coet de luxe’ es una atracción exclusiva de la localidad
Las propiedades del basilico
Decían brujas, hechiceros y alquimistas, según recogen los grimorios, aparte de aparecer en antiguos tratados de ciencias naturales, que esta planta, además de quitar el mal de ojo, también atrae fortuna y salud, y encima, sí, buenas cosechas.
La iglesia ortodoxa, que a través de sus iconos iba, precisamente, a contribuir tanto a la iconografía mariana católica, asegura que fue esta la planta que creció tras la crucifixión de Jesús.
El rito, decíamos, ha ido enriqueciéndose. Una de las aportaciones más singulares, el mismo quince de agosto, pero ya tras la procesión, es la de la pólvora, la del castillo de fuego. El colorido lo aporta la beterense pirotécnica Raussell, sembrada el veintinueve de febrero de 1929 y decidida desde el comienzo a contribuir a la fiesta dotándola de nuevas tradiciones.
Pólvora de lujo
La Iglesia local decidió que los fuegos de colores dejaran de acompañar a la comitiva, para prevenir accidentes (que nunca sucedieron), pero ello no impidió que la pólvora siguiera teniendo importante papel en esta historia de pretéritos inicios.
Entre otras contribuciones, el ‘coet de luxe’, con doce cambios y fabricado solo por la empresa Raussell. En todo caso, más atractivos para que esta población de 25.423 habitantes según censo de 2021 atrape con divertidos modos a propios y visitantes.
Por supuesto, hay más: feria, paellas, conciertos. Las Festes d’Agost (a la Mare de Déu d’Agost, en recordatorio de la Asunción o ascensión a los cielos de la Virgen), como también se conoce a la celebración de las Alfàbegues de Bétera, da para mucho.