Es Carnaval (de ‘carnevale’, o sea, ‘carne levare’, ‘quitar la carne’). La diversión, llueva, nieve, solee o caigan chuzos de punta, está en las calles. Máscaras, jolgorio, actuaciones musicales desde escenarios montados en plazas, calles o avenidas. Cada quien se convierte en cada cual, se solapan personalidades, asoman famosos del momento en versión caricaturizada.
Unos van de originales, otros podrían juntarse, lo hacen, y formar un batallón con el mismo disfraz. Hay que bailar: febrero o marzo es lo que tienen. En la Comunitat Valenciana, municipios hay que han convertido las carnestolendas (‘dominica ante carnes tollendas’, ‘el domingo antes de quitar la carne’) en algo único, especial, como Requena (Utiel-Requena), con la proclamación del Rey de Cepas.
Canciones y disfraces
Por aquellos lares también se da un concurso de Letrilla, y hasta murgas como las gaditanas, que le exprimen el jugo humorístico a la actualidad a mayor gloria de Momo, el dios griego de la ironía. Un gaditano, José María Py (1881-1932), trajo este jolgorio al participar en las fallas valencianas, del dieciocho, y crear en 1928 las Fogueres alicantinas.
En otros casos, esta manifestación carnavalesca, que, como todas, macera la semilla de las saturnales romanas (desde el 217 a.C.), del diecisiete al veintitrés de diciembre, ha cogido entidad propia. Así, en Aspe (Medio Vinalopó), con la Jira, donde la gente concursa disfrazada en grupos y cantando, desde el siglo diecinueve, aunque sufrió parón franquista. La llaman también El Último Jueves, por el último jueves antes de la Cuaresma.
Vienen de las saturnales romanas, celebradas en diciembre
Desde canales venecianos
En Sant Joan d’Alacant (l’Alacantí) incluso celebran una versión domesticada del estadounidense Mardi Grass (‘martes lardero, graso’) de Nueva Orleans. Porque hay que motivar la participación de todos: en Albaida (Vall d’Albaida), los niños desfilan disfrazados el sábado por la tarde, por la noche los adultos. Los festejos creen algunos antropólogos que arrancaron en la prehistoria, pero en València no hay noticias de estos hasta una laudatoria referencia en uno de los muchos sermones de San Vicente Ferrer (1350-1419).
El Carnaval de Venecia, que prendió en 1162, para celebrar la victoria en una de aquellas guerras intestinas de cuando Italia estaba atomizada en repúblicas, guio en cierta manera los pasos a las carnestolendas. En España, el libreto acabará por escribirlo Cádiz desde el siglo dieciséis y, desde finales del dieciocho, Santa Cruz de Tenerife. Aunque esta última incluyó una variante.
La primera cita en València procede de San Vicente Ferrer
Versiones y prohibiciones
La ciudad santacrucera, que había conservado, pese a las prohibiciones, el jaraneo (las Fiestas de Invierno), en 1987 tematizaba el asunto con un ojo puesto en los Carnavales de Brasil, versión de los festejos europeos, llevados al Nuevo Continente por conquistadores españoles y portugueses. Unas y otras carnestolendas irán realimentándose, con mayor o menor apego a las pautas dictadas por la Iglesia católica cuando las fagocitó.
No gustó siempre este despendole inmediato a la Cuaresma, desde el jueves lardero al martes de Carnaval. Fueron sucediéndose las prohibiciones, pero la más cercana fue la del franquismo (1939-1975), tras la Guerra Civil (1936-1939) promovida por los sublevados contra la República al mando del general Francisco Franco (1892-1975). El tres de febrero de 1937 quedaban prohibidas las Carnestolendas en la ‘zona nacional’, la controlada por Franco.
«Es carnaval, os espero en las calles» J.M. Morán
El retorno festero
Pero la vida rebrota. En los anales festeros de la Comunitat Valenciana se anota que en 1979 el ceramista alicantino José María Morán Berrutti lanzaba, en pregón, una hoy repetida frase en nuestra comunidad que recuperaba definitivamente las carnestolendas en su ciudad natal: “Es carnaval, os espero en las calles”. El artista plástico militaba ya al frente del grupo lúdico que se ocupaba de recuperar el Casco Antiguo, el luego popular ’Barrio’: Carnestoltes.
La asociación nacía oficialmente en 1976, y desde entonces habían reabierto las puertas de la ciudad al jolgorio carnavalesco, gracias a diversas mascaradas organizadas aquí o allá. En realidad, tras la edición del 79, habrá que esperar hasta el siguiente año para que el Ayuntamiento se implicara directamente en el bullicio, tímidamente y rezongando.
‘Dimonis’ en las noches
Se creaba en 1989 otra peña, escindida de la anterior, La Tripa del Moro, más procaz, aún más carnavalesca. Esto se convertiría en la espita de salida de una serie de colectivos, macerados en la movida universitaria, que buscaba aportar más a las carnestolendas alicantinas: Instantáneos, Els Pocasoltes, Los Cainitas, Ribonucleicos.
El retorno de la democracia por tierras levantinas supuso también rescatar una veterana tradición muy nuestra: los ‘dimonis’ o demonios, procedentes de los ‘bals de diables’ (bailes de diablos) surgidos en el siglo doce, con sus obligados ‘correfocs’ (correfuegos).
De los hoy federados, señalemos, por fechas, desde los Dimonis de Massalfassar (1991), de la localidad titular (l’Horta Nord), al l’Infern Faller (2011) de València. De La Ceba (1996) de Alicante (l’Alacantí), o los Dimonis de l’Avern (1997) de Alboraia (l’Horta Nord), hasta Els Socarrats (2003) de València o los Dimonis Enroscats (2007) de l’Alcúdia (Ribera Alta). Abundan en la provincia valenciana, y todos se recorren la Comunitat, a mayor gloria del Carnaval.