Entrevista> Jaume Climent / Policía Local de Benidorm y voluntario en Bomberos Girecan
Cuando a principios del pasado mes de febrero la tierra tembló en Turquía en un terremoto que tuvo su epicentro en la ciudad de Adana y que afectó a grandes regiones del norte de aquel país y del sur de Siria, centenares de equipos de ayuda internacional se movilizaron en cuestión de horas para poner rumbo a la zona cero de la catástrofe y, así, iniciar la carrera contrarreloj para poder rescatar al mayor número posible de supervivientes.
En uno de los primeros equipos movilizados, apenas 24 horas después del temblor, se encontraba Jaume Climent, agente de la Policía Local de Benidorm y miembro del grupo de rescate de Bomberos Girecan, una unidad multidisciplinar que ya el mismo día 8 de febrero se encontraba trabajando sobre el terreno.
Horas vitales
Aunque todos hemos visto, a través de los medios de comunicación, historias extraordinarias de supervivientes que fueron rescatados incluso dos semanas después del terremoto, lo cierto es que las posibilidades de encontrar a personas con vida pasadas las 48 horas del seísmo se reducen considerablemente.
Por ello, el tiempo de reacción debe de ser el mínimo posible. Para conseguirlo, estos voluntarios entrenan y se preparan para afrontar una realidad para la que, como explica Climent en esta entrevista concedida a AQUÍ en Benidorm, nunca se está completamente preparado y que ha superado, al menos en este caso, todas las expectativas de los intervinientes.
Dos personas rescatadas
Climent y el resto de su equipo llegaron a un país completamente devastado en el que, incluso moverse de un lugar a otro, se hacía muy complicado debido al estado en el que habían quedado las vías de comunicación después del temblor de tierra. Tras trabajar día y noche buscando supervivientes, sólo horas antes de poner rumbo a España les llegó la confirmación de que su trabajo había dado sus frutos y habían podido encontrar a dos personas con vida bajo los escombros de uno de los edificios en los que trabajaron.
Ya de vuelta a casa, han comenzado a asimilar todo lo visto y vivido en Turquía. Climent, como ninguno de sus compañeros, niega la dureza de lo que allí ocurrió y la herida emocional, muy profunda, con la que han estado conviviendo desde que cogieron aquel vuelo de regreso a España. Pese a ello, no dudarían en volver a ponerse en marcha si cualquier otra catástrofe les hiciese necesarios en otro punto del planeta.
«Somos un grupo de rescate multidisciplinar y tenemos médicos, bomberos, guías caninos, arquitectos técnicos…»
Déjeme empezar preguntándole por el principio, es decir, antes incluso de llegar a Turquía. ¿Cómo se organiza un viaje de estas características en tan poco tiempo y, sobre todo, teniendo en cuenta que cada hora que pasa puede ser vital?
Nosotros somos un grupo de rescate internacional en el que nos preparamos de manera multidisciplinar. Por ello, en ese grupo tenemos médicos, bomberos, guías caninos, arquitectos técnicos… Con todas esas capacidades estamos preparados para ir a aportar nuestra ayuda cuando se producen este tipo de catástrofes.
En nuestro caso, desde que se inició el proceso de certificación del equipo Usar Light de Bomberos Girecan, hay muchas embajadas de países sensibles a sufrir este tipo de acontecimientos que tienen conocimiento de nuestras capacidades, nuestros medios y la disponibilidad que tenemos.
Es decir, que quien les moviliza en primera instancia son las embajadas y, en este caso, la turca.
Correcto. En un primer momento de la catástrofe, el país afectado se encarga de solicitar ayuda internacional y los países que disponen de equipos certificados los envían. En un segundo paso, también solicitan a los equipos de los que ellos tienen conocimiento y nos solicitan como equipo de rescate.
Y llegan a Turquía.
Sí, salimos de España el día 7 y llegamos a Turquía el miércoles 8 de febrero sobre las cuatro de la tarde. Llegamos al aeropuerto de Adana y allí, el RDC, el órgano encargado de la recepción de medios de rescate, nos asigna una zona que estaba a poco más de 200 kilómetros, pero nuestra gran sorpresa fue que para poder hacerlos necesitamos más de siete horas.
¿Por el estado en el que habían quedado las infraestructuras después del seísmo?
Efectivamente. Las carreteras estaban colapsadas y había que hacer enlaces en los que, para avanzar un kilómetro de carretera, teníamos que desviarnos 20.
«Salimos de España el día 7 y llegamos a Turquía el miércoles 8 de febrero sobre las cuatro de la tarde»
¿Cuál fue su primera impresión durante ese trayecto?
Al principio, lo que nos iba aportando datos era la tremenda cola de coches que había. Era infinita. Llegaba hasta donde abarcaba la vista. Eran todo vehículos en camino de salida e iba todo muy lento. En la zona de Adana, en los primeros 100 kilómetros, realmente no veíamos desperfectos, sino solamente estructuras completamente colapsadas. El propio aeropuerto ya lo estaba.
Cuando ya entras en zonas rurales o en pueblos más pequeños es cuando empiezas a darte cuenta de que no se trata de un edificio, ni de diez, ni de cien… estamos hablando, probablemente, del 80% de edificios de una ciudad, y de la siguiente, y de la siguiente.
Resulta difícil de imaginar.
Hasta que no sales de ahí y vuelves a casa, no te puedes hacer una visión global del daño que ha provocado el terremoto y de todo lo que está sufriendo la gente.
Antes de salir, ¿de qué manera se preparan psicológicamente para enfrentarse a algo tan duro?
Creo que no te preparas. Por suerte o por desgracia, todos venimos del mundo de la emergencia: policías, médicos, bomberos… Con el día a día te vas haciendo callo con todo tipo de desgracias, pero esto reconozco que nos ha sobrepasado a todos. Todo el equipo estamos ahora asumiendo y experimentando lo que, quizás, un ciudadano de a pie sufre cuando ve un accidente de coche.
Esto nos ha llevado a un punto de rotura emocional para el que nadie está preparado. De hecho, si estuviéramos viviendo terremotos continuamente, tampoco creo que nos llegáramos a acostumbrar a ello.
«Las carreteras estaban colapsadas y había que hacer enlaces en los que, para avanzar un kilómetro de carretera, teníamos que desviarnos 20 kilómetros»
En la comarca, concretamente en La Nucía, contamos con uno de los mejores campos de entrenamiento de España para este tipo de situaciones. En su caso, ¿considera que el entrenamiento que han tenido ustedes y sus perros de búsqueda era suficiente para algo así?
Suficiente para este tipo de catástrofes no hay nada. Todo el entrenamiento que hemos tenido, el campo de Usar 13 y todas las horas que hemos dedicado allí, han sido vitales, pero no suficiente. Das lo mejor de ti mismo en esos entrenamientos y crees que estás preparado al 90% o, incluso, al 100%, pero llegas a la realidad y eso te baja al 60%.
Al final, todos los grupos de rescate trabajamos mucho de forma conjunta. Entre todos, como dice mi gran amigo Iván Muñoz, formamos la gran familia del rescate. Nos conocemos e intentamos aportarnos entre todos y eso es algo vital en una catástrofe de esta magnitud. Pero insisto: suficiente no hay nada.
¿Cómo era un día de trabajo en la zona cero del terremoto?
La verdad es que no ha habido días. Fue llegar y te van mandando localizaciones. Da igual si has dormido o no. El que gestiona el grupo nos obliga mucho a descansar. Es decir, trabajan unos y los demás nos tumbamos un rato en el suelo, en el autobús o donde sea.
Como te digo, te van mandando localizaciones, es decir, te mandan a aportar las capacidades que tenemos allá donde se han necesitado. O sea, donde hacían falta perros, se han llevado; donde precisaban equipos de rotura, las hemos llevado y donde han necesitado algo más de lo que teníamos, pues nos hemos quedado.
«En la zona de Adana realmente no veíamos desperfectos, sino solamente estructuras completamente colapsadas»
Están ustedes en una zona de búsqueda y un perro marca una posibilidad de encontrar vida. Cuéntenos cómo es ese proceso.
Es una gestión y una responsabilidad por parte de los guías que es muy difícil de explicar. Los perros no son calculadoras ni máquinas exactas. Te dan indicios de vida y esos datos debes interpretarlos por el comportamiento del perro o por su forma de incidir en ciertas zonas.
Es tan difícil determinar si hay alguien con vida como que no lo hay. Todos esos datos hay que gestionarlos muy bien, pasárselos a los grupos que están interviniendo para, de esa manera, llegar a un consenso y determinar la mejor manera de realizar la operación.
¿Me puede poner algún ejemplo concreto?
Nuestros perros detectaron dos zonas de vida, pero estaban muy profundas. No es lo mismo que haya una víctima a un metro de profundidad, que emite un caño de olor fuerte y, por lo tanto, el perro se encuentra con esa facilidad. En el otro caso, son caños más sensibles y lo que hicimos, durante dos o tres sueltas, fue desescombrar manualmente, perforar el forjado y volver a pasar los perros. Así varias veces.
Cada vez los perros incidían en esa zona, así que propusimos a los grupos que intervenían en ella si querían que siguiésemos con la extracción, pero ellos eran tres grupos grandes y ya siguieron y a nosotros nos mandaron a otras ubicaciones.
«Hasta que no sales y vuelves a casa, no te puedes hacer una visión global del daño que ha provocado el terremoto y de todo lo que está sufriendo la gente»
Entonces, no saben si realmente consiguieron encontrar a algún superviviente o no.
Sí lo sabemos, porque al llegar al aeropuerto para volver a España llamaron a nuestros traductores para decirles que en ese lugar donde los perros habían estado incidiendo, efectivamente habían sacado a dos personas con vida.
Hablamos siempre de supervivientes, pero para los familiares también es importante encontrar los restos mortales de sus seres queridos.
Efectivamente. Al principio, te llevas un disgusto, pero la paz que esa familia recibe, la forma en que te lo agradece y el respeto que tienen hacia sus fallecidos te da una satisfacción importante.