Érase una vez una ciudad con dos castillos. El más antiguo, una ciudadela edificada sobre un cantil u otero de 166 metros de cota máxima, distribuida en tres alturas, que abarcaba, de abajo a arriba, desde el siglo XVIII hasta el tránsito del XI al XIII, la Plena Edad Media. Llamado de Santa Bárbara, en 1709 le volaron los soldados franceses precisamente la santabárbara (gracias a ellos, toda la fortaleza, embutida con pólvora).
El otro, el interior fortín de vigilancia o fuerte fusilero de San Fernando (en honor al monarca Fernando VII, 1784-1833), lo comenzaron a construir en 1809 para ultimarlo oficialmente en 1913, según planos del ingeniero militar Pablo Ordovás (1762-1832), aunque nunca ejerció su función. A partir de ambos sembró la parte más veterana de la ciudad, el núcleo clásico.
En las vertientes del cantil
Santa Bárbara, que de día o de noche se constituye en vigía permanente de la urbe y parte del horizonte visual del Gran Alicante (la zona metropolitana), como una torre Eiffel con algo más de experiencia vital, fue, claro, la primera en irradiar ciudad. A las mismas faldas del castillo, los árabes sembraban barriadas como, en el 718, Santa Cruz.
Es decir, Al-Laqant (arabización de la palabra romana ‘Lucentum’), que muchos años después se convertía en el Casco Antiguo, ‘el Barrio’, horadado por túneles (algunos utilizados por los galos para el ‘lifting’ salvaje de la alcazaba) y sobre todo a partir de 1988 epicentro del ocio nocturno estudiantil. Pero esto a sus pies, porque hacia arriba tocaba pueblo retrepado y hoy en pleno centro urbano.
Santa Cruz se convertía en 1988 en zona de ocio estudiantil
Alrededor del cerro
La urbanización antigua no se quedó en Santa Cruz (2.666 habitantes censados en 2022). Anexa aparece la zona de San Roque, cuyo plano más antiguo es de 1689 (su población se anota repartida en las barriadas contiguas), que rehízo su vida varias veces a partir de la ermita al montpellerino santo titular (1295-1379). O, a las espaldas, San Antón (Alto y Bajo: entre ambos, 2.407 residentes), cuyos primeros ladrillos se argamasaban en el XVII.
O el Raval Roig (arrabal rojo), encarado hacia el mar: vecindario marinero cuyas casas bajas del XIX transmutaron a partir de los estertores del franquismo en edificios con vistas. Según padrón de 2022, 1.613 almas respiran salitre en una barriada que gozó de ermita templaria (desde 1270, y agustina a partir del 28 de junio de 1585), derribada en 1973 para construir el garaje con la plaza del Topete por sombrero o copete.
Un garaje sustituía la ermita templaria del Raval Roig
En el área metropolitana
San Antón, que prácticamente rodea la espalda del Benacantil, nos abre ya la ciudad a extramuros. Uno de los lienzos principales, que bordeaba el desaparecido barranco de Canicia, se transformaba en la hoy céntrica Rambla dedicada al militar viguense Casto Méndez Núñez (1824-1869). La sesión municipal del trece de julio de 1858 sentenciaba a las murallas alicantinas.
La ciudad se abría definitivamente. No hay espacio para narrar todas las barriadas de una ciudad que sumaba 338.577 habitantes en 2022 y un área metropolitana que comprende la mayor parte las poblaciones de la comarca de l’Alacantí (Agost, 4.948 censados; Aigües, 1.085; Busot, 3.343; El Campello, 29.409; Mutxamel, 26.192; Sant Joan d’Alacant, 24.450; San Vicente del Raspeig, 59.138, y Xixona, 6.860). Pero detengámonos en algunas.
La inmigración de origen francés originó Carolinas
Irradiando desde el Centro
Tocaba crecer. Al Centro (5.683 habitantes), nacido al comenzar el siglo XIX en una extensión de las murallas, se le unieron barriadas como Ensanche Diputación (14.633), que enlazaba con la estación de tren a Madrid, inaugurada el veinticinco de mayo de, vaya, 1858. Llegaba hasta el barranco de Benalúa, que, rellenado, imbricaba la ciudad con la barriada de igual nombre (1884) hoy con 9.250 residentes.
Esta comenzó a extender, barrio a barrio, un ensanche tras otro, la ciudad hacia el sur (ubicando a una fuerte inmigración, al principio desde el campo), que al final ha fagocitado, conurbándola, la pedanía de San Gabriel (4.981). A oeste, norte y noroeste, el área de influencia de ambos castillos comenzó a insuflar distritos. Así, tras San Antón, Carolinas: las Bajas (10.149) y Altas (18.842), hoy zonas notoriamente ‘latinizadas’, en especial la primera.
Flecos hacia la huerta
La inmigración de origen francés, por una epidemia de filoxera en las tierras de origen, había sembrado las dos Carolinas, en 1886. El carácter proletario preside los vecindarios, como el Barrio Obrero, de 1919, hoy integrado en el posterior Vistahermosa (1966), 6.041 anotaciones y antaño pórtico a la hoy prácticamente desaparecida huerta. También la masa asalariada componía y compone la antigua pedanía de Los Ángeles, hoy populosa barriada (11.362 registros).
O como Altozano-Conde Lumiares (10.607), que perteneció a Los Ángeles y que abrió el siglo pasado como zona residencial para una burguesía enriquecida con los salazones o el vino fondillón. La ‘aristocràcia del bacallà’ (aristocracia del bacalao), como se la conocía, tuvo también mucho que ver en la expansión de la ciudad fuera de ambos castillos, como en las mansiones veraniegas que aún salpimientan los rincones de la Condomina. Pero eso ya es otra historia.