Cuando llueve, verdea. Las montañas circundantes a la población de Algueña o l’Alguenya, algunas preñadas de un mármol que se muestra al sol como carne de un gigantesco y blanquinoso animal herido, por la zona de las canteras (“en el corazón del mármol”), absorben y a la vez expulsan el preciado líquido en un rincón de la provincia alicantina donde la aridez es norma. Y entonces se produce el milagro en tierras de espartos o centaureas, carrascas a breves borbotones y tomillo a discreción (uno de los parajes es conocido como el ‘santuario del tomillo’).
Se inscribe en la comarca del Vinalopó Mitjà o Medio (aunque el río Vinalopó le queda un tanto lejos), a los pies de la sierra del Reclot (1.043 metros de altura máxima), recorrida también por gentes de La Romana, Monóvar o Monòver y El Pinós / Pinoso. Además vigilan a l’Alguenya los montes Algayat, Coto y la Solana. Limítrofe con Murcia, al oeste, linda también al norte con El Pinós, al este con La Romana y Hondón de las Nieves, y al sur con Benferri. A 534 metros sobre el nivel del mar, no alza mucho el cuello, si acaso con la peña Gorda o Grossa (1.086 metros).
A vino y mantel
No es l’Alguenya, pese a esos breves prodigios (como lo de a veces gozar o sufrir, según, de dos a cuatro días nevados al año), generosa en aguas, que aquí circulan bastante tímidas, incluso por la estacional rambla de Favanella, afluente del competidor río Segura. Lo suyo es el sequeral: campos, bancales, parterres, donde crían los secanos almendros y las vides.
Muy celebrados los caldos, los vinos, algueñeros o alguenyers, como su preciado fondillón, paladeado hasta en lejanías transoceánicas, surtidos sobre todo desde la Bodega Cooperativa de Algueña, fundada en 1970 y operada por unos 400 socios que aportan 2.300 hectáreas (23 km²) de productivos plantíos.
Y tienen muy claro que lo del clima, en zonas donde sus humores, caprichos y vaivenes son fundamentales para la economía, es algo de gran importancia, así que ya en 2012 se sumó el municipio a Alfafara, Almudaina, El Verger, Formentera de Segura, Guardamar del Segura, Hondón de las Nieves o La Vall d’Alcalá en el llamado Pacto de los Alcaldes, para reducir el 20% de consumos energéticos.
Hay también pujante cestería, trabajo del esparto, encajes de bolillos y más que apetecibles embutidos artesanos, o un buen arroz con conejo, gazpacho manchego adoptado y versionado o unas vinaloperas gachamigas, sin olvidarnos de almendrados, perusas, rollos de aguardiente o sequillos. Buena manera de reponer fuerzas tras conducirse, por ejemplo, la CV-840, que, si partimos desde Novelda, nos llevará hasta El Rodriguillo, pedanía de La Romana, pasándose antes por l’Alguenya.
Caseríos, algún que otro templo del buen comer, almendros, montes con bosque mediterráneo no muy generoso y abundante sotobosque a nuestra izquierda, aridez montaraz punteada con matas a nuestra derecha, Cuevas Nuevas (ya hace rato que nos encontramos en territorio algueñero) y por fin la población, que cruzamos por la calle San Juan – Capitán Cortés – avenida de la Constitución, o sea, la CV-840 al tornarse ciudadana. Creció el núcleo poblacional entre los siglos XV y XVI, con abundante uso en el extrarradio, desde el XVIII, en cuevas agrupadas (también existen las calles Cuevas y Cuevas de Levante, a una y otra punta de la diminuta urbe), algunas hoy museabilizadas.
Industriosa desde los mismos orígenes, su topónimo procede del árabe, según unas fuentes de Al-gânija, ‘la opulenta’; según otras, de Alhinna, de donde Alhenna o Cañada de la Alheña, hoy Algueña, y una clarísima referencia a una planta que también puede encontrarse por aquí en modo silvestre: la alheña, arjeña, jena, gena o henna (también se le llama alheña al aligustre, pero este es más propio de bosques húmedos), un tinte natural que aparte sirve para historiados pseudo tatuajes de corta duración.
Templos y centros culturales
Algueña, independiente desde 1933 junto a su pedanía La Solana (caserío con pozo, calle del pozo, fiestas al Sagrado Corazón a principios de junio y dos blancas ermitas casi contiguas, la minúscula de principios del XX y la más grande, amezquitada, de los sesenta), es ciudad pequeña (1.351 habitantes en 2022), dédalo de calles de origen muslime, viviendas con planta baja y piso (como mucho otros dos más), plazas con algo de ansiada sombra vegetal y viales, como la calle Ancha, que invitan a pasear frente a portales a veces escondidos bajo amables persianas.
100% auténtica. Casi siempre con la imagen imponente de la iglesia parroquial de San José dominando la vista, con sus dos torres gemelas (una sirve de campanario y otra de reloj) y las advocaciones a los santos patronos Abdón y Senent (festejados a finales de julio, incluso con trofeo motociclista). Fechada en 1828, responsable bastante directo de su construcción fue Félix Herrero Valverde (1970-1858), activo obispo de Orihuela desde el 8 de diciembre de 1824 y antes canónico doctoral allí y gobernador eclesiástico del Obispado desde el 18 de agosto de 1820.
Hay más lugares a los que acudir: la reducida ermita de San Antonio, los modernos mercado (cubierto) dominical, Centro Cívico-Social, Teatre Auditori Municipal y Casa de la Música (Muca), aunque la Sociedad Unión Musical Algueñense date de 1899.
La cueva seca
Pese a la sequedad prendida en aire y tierra, paliada por los riegos a goteo y otras técnicas (en 2018 se recuperaba lo conservado del acueducto de La Rambla), o por la piscina municipal, a cuatro pasos, por cierto, del cementerio, por Diseminado Casas de Alted, a veces el agua enseña pruebas de su presencia. Con el reportaje ya escrito, terminado y ‘cuadrado’, llegaban noticias frescas, en febrero de este 2023: un par de jóvenes descubrían una gruta, bautizada por de pronto como cueva del Lentisco, en las mismísimas entrañas del municipio.
La Federación de Espeleología de la Comunidad Valenciana (FECV) ya ha repetido el peligroso recorrido, 30 kilómetros de aire enrarecido por dióxido de carbono, pero repletos de estalactitas y estalagmitas. Es una cueva seca, donde los procesos de formación ya pararon, pero no dejan de patentizar que, pese a todo, en l’Alguenya también hay alma de agua.