Nada, que la ‘Biblia’ solo se podía editar en latín. La Iglesia, como institución, consideraba que traducirla podía crear interpretaciones distantes de la línea oficial. Sí, cuando se vertió al latín, este era el idioma popular en todo el imperio romano (27 a.C. hasta el 476 en Occidente, y hasta el 1453 en Oriente), pero lógicamente cada población iba a desarrollar su propia lengua.
Mientras iban generándose, desde la latina, distintas culturas, con sus idiomas correspondientes, más las variaciones dialectales localidad a localidad, en 1478 iba a surgir una de las dos primeras traducciones de la ‘Biblia’ a lengua romance. Nada menos que al valenciano de la época, fraguado a partir del occitano cabalgado junto al montpellerino Jaime I (1208-1276). Pero no gozó de buenas nuevas.
En los orígenes
La ‘Biblia’ original no estaba escrita en una sola lengua. El ‘Antiguo Testamento’, por ejemplo, se plasmó mayoritariamente en antiguo hebreo (el idioma de las tribus israelitas, desde donde se gesta la obra) o semita (por ‘lenguas semíticas’), que se desarrolló en el Oriente Próximo y norte y este africanos, salvo una serie de fragmentos en arameo, lengua franca en los reinos arameos.
Estos se localizaban por las actuales Irak, Líbano, Siria y sureste de Turquía. Eran arameos dos capítulos de los libros (si incluimos el de Esdras-Nehemías) de Esdras (480-440 a.C.: sobre el retorno a Sion o Israel), seis del de Daniel (siglos VII al VI a.C.: sueños apocalípticos interpretados), un solo versículo de Jeremías (650-585 a.C.: recapitula sobre los castigos de Dios a su pueblo) y una sola expresión en el Génesis, ‘Jegar Sahaduta’ (montón de testigos).
El texto original estaba escrito en hebreo, arameo y griego
Del griego al latín
El ‘Nuevo Testamento’, en cambio, se escribió en griego, idioma ‘culto’ por la época (esta segunda mitad se elabora aproximadamente entre el 50 y el 100 d.C.), aunque Jesús se expresa en ocasiones en arameo, su lengua vernácula. ¿Por qué verter entonces la ‘Biblia’ al latín? Tras firmar Flavio Valerio Constantino (Constantino I El Grande, 272-337) el Edicto de Milán (313), la religión cristiana pasaba a ser ‘tolerada’.
Se trataba ahora, y más ante el declive del griego clásico como lengua culta, de adoptar la lengua pública, ‘vulgar’. San Jerónimo (340-420), uno de los padres de la Iglesia católica, presentó a finales del siglo IV la ‘Vulgata’ (‘para el pueblo’). Aunque en una sociedad mayoritariamente analfabeta, la lectura de la ‘Biblia’ se iba a reducir a frases aprendidas por uso y costumbre, unidas a las de la liturgia eclesial (“in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti, amen”).
La versión al latín se confeccionó a finales del siglo IV
Propuestas evangelizadoras
Siempre hubo religiosos planteándose el volcar los textos latinos a las lenguas propias, alejándose ya del latín, para ─argumentaban─ mayor comprensión del mensaje bíblico. La misma base evangelizadora con la que se gestaron las pinturas murales de las catacumbas romanas, o la que con el tiempo dará lugar a las vidrieras, frescos o murales con estampas bíblicas, más belenes o pasos semanasanteros.
Y ahí entra la ‘Biblia de València’, uno de los esfuerzos para ello, el segundo, decíamos, en una lengua romance (o románica, latina o neolatina: descendiente del latín vulgar), tras constatarse la fecha real, 1471, de la traducción italiana del monje veneciano Nicolò Malermi o Malerba (1422-1481). También fue la valenciana, lógicamente, la primera en darse en la Península Ibérica.
En 1498 se procedió a destruir el libro en idioma autóctono
El hermano de San Vicente
Señalemos que, al margen de las romances, existía, por ejemplo, una traducción eslava del siglo IX atribuida a los santos Cirilo (827-869) y Metodio (815-885), padres del más antiguo alfabeto en estas lenguas, el glagolítico. Pero centrémonos en la autóctona, que, pese a contar con la revisión de Jaume Borrell, a la sazón inquisidor de València y de fes de bautismo y defunción perdidas en los pliegues históricos, no gustó al alto clero.
Claro, tocaba destruirla. Se hizo en 1498. En cuanto a su autor, el mismísimo religioso valenciano Bonifaci Ferrer (1355-1417), hermano de San Vicente (1350-1419), se libró, ya fallecido, de cualquier represalia. Por suerte, la aniquilación no fue completa: se salvaron varios fragmentos, como el ‘Psaltiri’ o ‘Salterio’ (libro de salmos), que acabó en la Bibliothèque Mazarine de París.
Impresiones y papeles
En la búsqueda de más páginas que hubieran podido evadirse de la quema, en 1645 se hallaron nada menos que en el archivo de la catedral de València los capítulos XXI y XXII del ‘Apocalipsis’. La impresión, dicho sea de paso, constataba la calidad en el estampado sobre papel en tierras valencianas. Porque la primera obra surgida de una imprenta de tipos móviles, una ‘Biblia’, la de Johannes Gutenberg (1400-1468), era de 1450.
Bueno, al cabo, fue en tierras valencianas, en Xàtiva (La Costera), donde en 1174 se creaba la primera fábrica de papel de Europa. La ‘Biblia de València’ fue una iniciativa surgida desde una urbe cosmopolita, en pleno Siglo de Oro valenciano, pero que no contó con un clima peninsular convulso que, sin embargo, a finales de la centuria, en 1492, iba a pegar unos cuantos giros, desde dentro y hacia afuera.