La lista resulta amplia. Entresaquemos: ‘Vida y Pasión de Jesucristo’, (‘La vie et la passion de Jésus Christ, 1903) de Lucien Nonguet y Ferdinand Zecca, ‘El rey de reyes’ (‘The King of Kings’, 1927) de Cecil B. DeMille, ‘Rey de reyes’ (‘King of Kings’, 1961) de Nicholas Ray, ‘El Evangelio según san Mateo’ (‘Il vangelo secondo Matteo’, 1964) de Pier Paolo Pasolini, ‘La historia más grande jamás contada’ (‘The Greatest Story Ever Told’, 1965) de George Stevens.
Algunos de los más destacados intentos del cine por volcar narrativamente la vida de Jesús basándose en los escritos bíblicos. Pero antes que al séptimo arte, le tocó (en pocas ocasiones, alzadas de cejas eclesiales mediante) al sexto: la literatura. Y el importante intento consignado iba a darse por estas tierras, a cargo de una mujer a la que poco menos que idolatraron en vida: Isabel de Villena.
Un enfoque singular
Sor Isabel de Villena (1430-1490), de nombre religioso, abadesa desde 1463 del valenciano convento de la Santísima Trinidad de las Clarisas (el Real monasterio de la Trinidad, a dos pasos del Museo de Bellas Artes y los jardines del Real o Viveros), escribía una ‘Vita Christi’ que iba a marcar el acercamiento hacia la figura de Jesucristo.
Publicado en 1497, póstumamente, no era la primera obra sobre tal tema que se escribía: recordemos el libro de igual título del monje cartujo alemán Ludolfo de Sajonia (1300-1378), del que hay edición en 1474. Pero el de la monja valenciana apuntaba varios detalles: el principal, que en su obra la historia estaba narrada a partir de las mujeres del entorno de Cristo, empezando por su propia madre.
La obra estaba narrada a partir de las mujeres del entorno de Cristo
Problemático natalicio
Para entender esta pionera obra prefeminista, escarbemos en la biografía de su autora. Que posee hoy, perdidos tantos documentos, sus zonas oscuras que, poco a poco, fueron sustituidas por la mítica. Lo que sí sabemos es que, efectivamente, Elionor (o Leonor) Manuel de Villena (o sea, Isabel al tomar los hábitos) era hija ‘natural’, ilegítima, del mismísimo Enrique de Villena, el célebre astrólogo Marqués de Villena.
Bueno, lo cierto es que no llegó a poseer jamás ese título concedido en 1445 al conquense Juan Pacheco (1419-1474), que revirtió en la Corona de Castilla por la devolución de un préstamo, pero Enrique, también conquense, de Torralba, llevó el apellido de Villena por bandera. Tanto, que lo iba a popularizar incluso más allá de nuestras fronteras, aunque aún esté por probar que pisase alguna vez estas tierras, o las de Sax, Yecla y Jumilla.
Era hija ilegítima del mismísimo Enrique de Villena
Un padre mago
Hombre culto, rico, políglota (pero escribía en castellano o en valenciano), huérfano desde temprana edad, muy desprejuiciado, no dudó en acercarse a cuantos saberes de la época pudiera, desde la medicina a la alquimia o la teología, desde la astronomía a la astrología. Conocido como ‘El Nigromante’, también se arrimó a los placeres carnales a discreción. Él mismo, después de todo, era hijo de madre bastarda.
Sí se sabe que frecuentaba València, que es donde suele anotársele el natalicio a Elinor o Leonor, o sea, Isabel. Puesto que cronistas hay que aseguran que sí conoció lo que debían haber sido sus territorios, y que incluso desconocemos quién fue la madre de esta hija, al menos con total seguridad, convengamos en que un posible nacimiento en Villena no resulta descartable.
Como abadesa dinamizó tanto la comunidad como su labor social
La vida religiosa
La muchacha demostró, como su padre, pronta afición al saber, pero su bastardía no dejaba de ser un problema que, dadas las conexiones sanguíneas y políticas de su padre, alcanzaban a las mismas casas reales castellana y aragonesa. Así que todos respiraron cuando entre los 14 a 16 años elegía ser religiosa y entrar en el convento en el que iba a llegar a ser abadesa.
La indefinición con la edad venía por la propia de su verdadera fe de bautismo. Pero está registrado que fue la primera en recibir el hábito de las jóvenes que en febrero de 1945 arriban a esta comunidad religiosa que acaba literalmente de aposentarse en el edificio (el año anterior) por decisión de María de Castilla (1401-1458, en realidad, reina de Aragón), quien desea poseer retiro espiritual en el ‘cap i casal’.
El legado
Isabel supo ganarse pronto el cariño alrededor, incluso de la propia reina. Ni siquiera su ilegitimidad natal supuso un problema, gracias a una dispensa papal de 1465 que acalló malas voces. Algo debió de quedársele de su padre, con lo que la propia abadesa tenía un tanto de augur clásica, de oráculo, interrumpiéndose su vida de recogimiento ante las consultas y peticiones de oración que recibía.
Si esto fuera una película, para el público sor Isabel sería el reverso positivo de su padre. Gobernando el complejo religioso, dinamizó la comunidad, el edificio y su labor social. Además, legó este libro, ‘Vita Christi’, el primero en valenciano (hasta 1562 no se publicó, póstumamente, el primer recopilatorio de Ausiàs March, 1397-1459), pero más importante aún su espíritu. Hubo que esperar mucho para que, mejor o peor, tuviese continuidad.