Presten mucha atención a la historia de Rubén Arnal (València, 8-julio-1979), el único valenciano que ha estado en los 195 países de la ONU (o al menos que así lo ha publicado). Su vida comenzó a cambiar con la crisis inmobiliaria de 2008: pidió una excedencia en el banco en el que trabajaba y se trasladó a Perú, donde ejerció de voluntario.
Regresó a España, a su puesto de trabajo, pero algo dentro él había cambiado y no tardó en dar un nuevo giro, queriendo conocer todo el planeta. Desde entonces han sido muchos los viajes, las experiencias y las anécdotas que le han sucedido, algunas incluso peligrosas, reflejadas en su libro ‘Cinco años en la carretera’.
Ha vivido, por ejemplo, en lugares de África donde no tenían agua corriente ni electricidad, o en zonas donde era complicado comunicarse -véase China o Japón-, pero eso no le ha impedido continuar conociendo nuevos lugares. Su próximo proyecto: recorrer Europa con su nueva furgoneta.
Sin duda, la crisis de 2008 fue un punto de inflexión.
El 2009 lo pasé completo viviendo en Perú, como voluntario, y ese fue el germen de mi pasión por los viajes, conociendo a mochileros y a otras personas que iban de país en país. Me planteé entonces otras prioridades y, en cuanto pude, dejé mi trabajo en el banco para vivir por el mundo.
Te das cuenta que nuestros problemas son menores cuando ves cómo el primer objetivo de muchas personas es poder comer una vez al día.
Tu primer gran viaje duró nueve meses.
Sí, con una excedencia de cinco años en mi trabajo, en 2012 me fui primero tres meses a Latinoamérica, a visitar a mis amigos de Perú y a los niños. Después estuve en Brasil, Venezuela y Bolivia, antes de recorrer lo que más ganas tenía: China, el sudeste asiático, Japón, India, Nepal y Australia.
Comprendí cómo me gustaba esa forma de vivir viajando. En total, si sumamos todos mis destinos, llevaré ocho años fuera de España.
«El 2009 lo pasé en Perú, trabajando como voluntario, y fue el germen de mi pasión por los viajes»
¿Cómo has podido recorrer tantos países?
Hay destinos, como Sudamérica, India o el sudeste asiático, donde viajar es mucho más barato que Europa o Estados Unidos. En cada país buscaba el truco: en lugares caros, como por ejemplo el Caribe, he utilizado mucho ‘CouchSufing’, una web en la que duermes gratis en las casas de la gente.
Otras veces dormía en autobuses o en la playa. Son aspectos que he ido aprendiendo y que escribí en mi libro.
¿Qué dificultades te has encontrado?
En ocasiones idiomáticas, como en China, donde se bloquean cuando les dices algo que no se esperan. En Japón es todo lo contrario: aunque no te comprendan, hacen todo lo posible por ayudarte.
La tecnología ahora ayuda mucho, al tener un traductor en el móvil o poder moverte gracias a Google Maps. También puedes encontrar alojamiento o dónde comer.
Dormir gratis, ¿pero comer?
En muchos lugares del mundo puedes comer muy barato en los mercados más humildes, gastándote dos o tres euros cada día. En otros, como los países musulmanes, son sumamente hospitalarios y me han invitado a comer.
¿Sufriste un ataque en Indonesia?
Me robaron la cartera en un descuido, con la tarjeta de crédito dentro. Conseguí desactivarla y que mis padres me enviaran una nueva a Nepal.
Otra anécdota fue en Borneo: mientras hacía una ruta senderista, me rodearon unos monos muy agresivos. Pero la gente no debe tener miedo a salir, porque te puede suceder cualquier cosa en cualquier parte.
«Aprendes trucos en cada país: una web muy válida es ‘CouchSurfing’, que te permite dormir gratis en casas»
¿Te ha cambiado la forma de actuar?
Aprendes mucho al salir de tu entorno, de tu país. Descubres cómo piensan otras personas, las necesidades que tienen: ahora tengo amigos por todo el mundo y te afecta mucho más saber de sus penurias. Me he hecho más solidario, me he quitado muchos prejuicios y tengo más valores, porque viajando conoces nuevas culturas, pero sobre todo te abre la mente.
¿Viajar solo tiene una magia diferente?
Lo recomiendo encarecidamente como experiencia vital. Cuando te pasas seis meses viajando solo, el concepto es totalmente diferente. La sensación de libertad no tiene precio, interactúas mucho más con la gente y te abre todavía más la mente.
¿Los que menos tienen son los más generosos?
Normalmente, sí. En África descubrí cómo funciona la familia, de un modo más tribal, en el que todos se protegen y se cuidan, y por ejemplo llaman papá a más de una persona. Deberíamos aprender del tercer mundo.