Ubicado en las estribaciones orientales de la sierra de la Torreta, el yacimiento arqueológico El Monastil es uno de los elementos más representativos del patrimonio histórico de nuestra ciudad. Hoy Bien de Interés Cultural, cuenta con una extensión de unas tres hectáreas y media.
Su origen se remonta al siglo V a. C., cuando se constituyó como una de las poblaciones contestanas del levante español. Anteriormente, ya en la Edad de Bronce, existían asentamientos humanos en la zona.
El poblado se situó al abrigo de climas complicados, cerca del río Vinalopó, junto a recursos hídricos y abundantes en caza menor. Se estima que El Monastil debió tener una población estable de entre 150 y 200 individuos, que fueron creciendo según se extendió a la llanura.
Respecto al comercio con el resto de poblaciones íberas fue constante, así como con otras zonas del Mediterráneo controladas por griegos, fenicios, cartagineses y romanos.
Su historia
La ocupación de este asentamiento se data entre finales del tercer milenio a. C. (Calcolítico) y la época almohade (siglo XIII), con un especial desarrollo entre el periodo ibérico y el altomedieval.
La mayor parte de los vestigios del yacimiento se sitúan en la parte alta -donde, hasta el momento, se conocen más de setenta departamentos excavados-, y en las cuatro terrazas de su ladera sur.
Sobresalen los restos de un almacén de época ibérica (siglos V-IV a. C.) y de una muralla que fortificó el acceso a la urbe (siglos III-II a. C.). Desde finales del siglo II hasta el cambio de era tuvo su actividad el taller del ‘maestro del Monastil’, manufacturando cerámicas ibéricas pintadas en estilo Elche-Archena.
Debió tener una población de entre 150 y 200 personas, creciendo según se extendió a la llanura
Vestigios de alfarería
Destaca también la existencia de vestigios de alfarería de la época romana tardorrepublicana e inicios del período imperial (siglos I a. C.-I d. C.), así como una iglesia cristiana de los períodos bizantino y visigodo (siglos VI-VII d. C.).
Esta iglesia fue posiblemente reconvertida en un monasterio, que a su vez pudo ser utilizado, en época islámica, como al-munastir, denominación que derivó en el nombre del actual yacimiento.
El lugar fue un sitio estratégico para controlar el principal paso natural del valle de Elda, camino entre la Meseta, Andalucía oriental y la costa mediterránea, zona de tránsito de ejércitos, comerciantes, viajeros, artesanos, además de culturas y tradiciones.
Destacan los restos de un almacén de la época ibérica y de una muralla que fortificó el acceso
Los tres hornos
En el área extramuros, al sur del poblado, se han identificado significativos testimonios de una relevante actividad artesanal, a doscientos metros del río Vinalopó. Entre ellos, tres hornos cerámicos romanos.
El horno uno, de mayores dimensiones, muestra una planta de tendencia cuadrangular, mientras que los hornos dos y tres, de menor capacidad, poseen un perfil circular.
Los tres formaron parte de una alfarería que estuvo en funcionamiento durante varias décadas, entre el tercer cuarto del siglo I a. C. y el primer cuarto del siglo I d. C., período que coincidió con el final de las guerras civiles y la República en Roma, y el inicio del Imperio.
Fue un sitio estratégico para controlar el paso del valle de Elda, entre la Meseta, Andalucía y el Mediterráneo
Funcionamiento
Estos hornos cerámicos romanos de El Monastil muestran las características habituales de este tipo de infraestructura alfarera. Son hornos de convección y tiro vertical directo, compuestos por una boca de alimentación del combustible (praefurnium), que comunica con la cámara de combustión (hypocaustum), excavada en el largo proceso de cocción.
Su combustión generaba el calor suficiente para calentar a altas temperaturas el hypocaustum, que trasladaba gases calientes y calor a la cámara de cocción mediante la parrilla, cociendo las piezas de la carga u hornada. Una vez enfriado el horno, se retiraban las piezas y se almacenaban por lotes para su distribución.
Arquitectura de la tierra
Los materiales usados para la construcción de los hornos formaban parte de la llamada arquitectura de la tierra, es decir, adobes, tapial, ladrillos, tierra y restos cerámicos. La cubierta de la cámara de cocción, a base de materiales ligeros, podía ser fija, efímera o inexistente.
Tras su elaboración en el taller, los trabajadores de la alfarería se encargaban de la colocación de las piezas cerámicas en la cámara de cocción del horno. Del mismo modo, el acceso al praefurnium se realizaba a través de la fosa de trabajo, un espacio semisubterráneo que facilitaba la alimentación del combustible.
Obviamente, la agricultura era la base de su economía, gracias al cultivo de trigo, cebada, vid y hortalizas, junto a la explotación de recursos forestales y la caza. El poblado mantuvo una alta producción, mientras sus excedentes sirvieron para el comercio, como señalábamos anteriormente.
Al contrario de otras zonas contestanas, la actividad metalúrgica fue casi inexistente.