El palacio del príncipe de Campofiorito o Campoflorido, o sea, Luigi o Luis Reggio Branciforte o de Riccio (1677-1757), a la sazón capitán general del Reino de Valencia (cargo que polémicamente ostentó más que detentó), aparece referenciado en muchas crónicas como introductor de la ópera en València. Fue en 1728, aunque, como veremos, ya hubo precedentes (incluso en la hoy Comunitat Valenciana, con representaciones en 1662 en Alicante).
Para el 25 de octubre de 1728 se produjo un curioso espectáculo en los salones del palacio del Real o de ‘las 300 llaves’, demolido en 1808 en plena Guerra de la Independencia (1808-1814) para impedir que los franceses se hicieran fuertes allí (las ruinas pueden verse en los jardines del Real o Viveros). Aunque en el cuadernillo editado sobre el acto no citaban la palabra ópera.
Entretenimiento veneciano
El fascículo, impreso aquí por Antonio Bordazar (1672-1744), quien, por cierto, fue también astrónomo, físico y matemático, miembro de los pre-ilustrados Novatores, anuncia, bien claro (y conservo la ortografía original), una “Folla Real que en celebridad de los años de magestad de la Reina Isabela nuestra Señora, Mandò executar” el príncipe en cuestión “en sumptuoso salón de su palacio”. Lo de “folla real”, pese a la fama del noble, no es más que un espectáculo de salón.
Música, quizá bailes, puede que teatro. Lo llamaban también “entretenimientos”, y, sí, poseían tan peculiar nombre aunque hoy se haya perdido el verdadero porqué. El folleto contenía un libreto en castellano e italiano debido, se sabe hoy, al también médico y poeta toscano Antonio Salvi (1664-1724). La música, aquí tampoco acreditada, la puso el veneciano Francesco Coradigni, Coradini o Corradini (1700-1769). El asunto, se ve, sonaba muy italiano.
Nació en 1580 para ser representada en las cortes florentinas
Cánticos cortesanos
Oficialmente, la ópera nació en 1580 para ser representada en las cortes florentinas, pero lo cierto es que la obra de este estilo más antigua según las crónicas, al menos si nos atenemos a lo que hoy consideramos una ópera, fue una creación del cantante y compositor romano Jacobo Peri (1561-1633), ‘La Dafne’ (1597), con libreto del poeta y cortesano florentino Ottavio Rinuccini (1562-1621).
El hecho de que el ejemplo más antiguo conservado sea otra composición de este autor nacido en agosto (el 20) y fallecido en otro agosto (el 12), ‘Eurídice’ (1600), de nuevo con textos de Rinuccini, nos permite comprender por qué a Peri se le considera como el ‘inventor’ de la ópera (dejando fuera de esto, injustamente, al poeta). ‘La Dafne’ se representaba, en plenos carnavales de Florencia, en 1598, en el Palazzo Corsi (desde principios del XX, el Museo Horne), y esto nos marca ya una línea: la ópera nace cortesana.
En 1728 se registra la primera representación en el palacio del Real
Primeras referencias
La alta sociedad valenciana de la época, aglutinada bajo la égida, protección, del reinado, desde 1621 hasta su muerte, del absolutista Felipe IV (1605-1665), preparaba el campo con la programación, en sus villas y palacios, de diversos oratorios (composiciones musicales dramáticas para coros o voces solistas, en ocasiones con orquesta, a veces con narrador, pero carentes de decorados o puesta en escena).
La primera referencia, al margen de la de Campoflorido, a una representación operística en València se data en 1649, cuando se supone que se representa ‘Orfeo el divino’, quizá una versión de ‘L’Orfeo’ (1607), con música del también cantante, director de coro e instrumentista (de viola) cremonés Claudio Monteverdi (1567-1643) y libreto del poeta mantuano Alessandro Striggio II (1573-1630). Se supone que en 1710 se repetía aquel título, enriquecido con ‘L’Andromeda’ (1637).
Hubo precedentes, como la representación en 1662 en Alicante
Escenarios pioneros
Esta última obra estaba compuesta por el tiburtini (de Tívoli) Francesco Mannelli (1594-1667), con libreto de Benedetto Ferrari (1603-1681), de Reggio nell’Emilia. Pero sí es cierto que al príncipe de Campoflorido le debemos la institucionalización del espectáculo lírico, dándole continuidad a lo que en las capitales de la hoy Comunitat no fueron más que representaciones anecdóticas. El palacio del Real se convirtió ya en escenario habitual operístico.
Compartió, eso sí, actividad con un proscenio más popular, el Corral de la Olivera, sembrado en 1582 más o menos por donde las actuales calles de la Tertulia y del Vestuario, cerca de la Biblioteca Histórica de la Universitat de València. Se mantuvieron hasta que la Iglesia española, ante lo que consideraba competencia, reaccionó agresivamente contra cualquier representación teatral.
Despedida y retorno
Aquí, el arzobispo zamorano Andrés Mayoral Alonso de Mella (1685-1769), en dicho cargo desde 1737, supo compaginar las directrices eclesiales, que incluían el combatir al racionalismo de la Ilustración francesa y, por supuesto, el legado predecesor de los Novatores, con un dinámico cariz benefactor, fundando bibliotecas y colegios, o el Museo Diocesano (1761). Pero finiquitó teatro y ópera.
Cuando pudo retornar el espectáculo operístico, necesitado de fuertes inversiones artísticas y escénicas, encontró graves dificultades para volver. Con todo, este tipo de funciones siguieron. En el XIX, con la apertura del Principal, en 1831, y toda la ristra de escenarios que le siguieron, la ópera retornaba al ‘cap i casal’. Pero quizá eso ya sean otros cantares.