Mira que son difíciles, las orquídeas, a la hora de cultivarlas; de que se reproduzcan, se conserven. Poseen tales ultraespecializaciones que los ejemplares, los que pueden observarse en cualquier cita museabilizada sobre ellas en la Comunitat Valenciana, como la exposición anual en el Jardín Botánico de València o el recinto visitable en el Jardín de Santos, en Penàguila (l’Alcoià), adquieren los más diversos aspectos, olores o texturas.
Triquiñuelas naturales preparadas, en un laborioso proceso adaptativo de una familia vegetal de incierto origen y distribución mundial, para ser fecundadas por los más diversos insectos. Existen entre 25.000 y 30.000 especies de orquídeas en el mundo, más las que aún queden sin descubrir en selvas perdidas y los cerca de 60.000 híbridos producidos por las personas practicantes de la floricultura, de forma profesional o aficionada. Y eso que no es fácil.
Especialización máxima
Las orquídeas, en general, no soportan con facilidad los intentos de reproducción ‘asistida’: sus especializaciones dificultaron durante siglos dicha tarea, lo que no casaba bien con la notable demanda de las orquídeas, de sus variadísimas versiones. Prácticamente hasta el pasado siglo no se pudo comenzar a reproducirlas mediante semillas en un entorno artificial (de manera aceptable para su comercialización, se entiende).
Esta especialización por, y valga la redundancia, especie, por otra parte, es lo que ha permitido que, por ejemplo, no exista un olor específico a orquídea. Las ‘tretas’ de las flores ‘Orchidaceae’ para conseguir su polinización las ha llevado a desarrollar, por especie, repetimos, los más dispares aromas, como el de cítricos de la orquídea limoncillo (‘Eucheline karwinskii’). Y eso sin olvidarse de que las vainas de vainilla surgen precisamente de una orquídea, la ‘Vainilla planifolia’.
Hay una exposición anual en València y otra permanente en Penàguila
Temibles aromas
En ocasiones, eso sí, para atraer a los insectos que han de ayudar de manera importante a su reproducción, polinizándolas (transportando en sus extremidades el polen de una planta a otra), el olor toma tintes nauseabundos. Es el caso de la ‘Bulbophyllum beccarii’, que crece en los bosques pantanosos de Borneo, cuya inflorescencia colgante (racimo de pequeñas flores) huele poco menos que a demonios… directamente podridos.
La mitología exploradora, con respecto a esta especie, alude siempre al naturalista que, queriendo dibujarla, perdió el sentido repetidas veces. Pero no nos olvidemos tampoco de las mil y una formas, siempre adaptadas, como los colores y los olores, a potenciar su reproducción, o su alimentación. Para lo primero, las flores disponen de las más variadas argucias.
Se han catalogado hasta 69 especies endémicas por estas tierras
Trucos para fertilizar
Una determinada especie de orquídea puede oler a las feromonas de la hembra de un específico tipo de insecto (generalmente, son los machos los polinizadores), puede incluso semejarse en forma a dicha hembra. O disponer de una suerte de pétalos trampolín que llevan al insecto sí o sí a donde haga falta para iniciar o completar el proceso, u ofrecerse convirtiendo parte de la flor en un cuenco…
Por alimentación, pueden ser epífitas (de las palabras griegas ‘epi’, arriba, y ‘phyton’, planta), que necesitan de otra planta para enraizar, aunque los nutrientes los obtienen del humus (capa superior del suelo con actividad orgánica), el agua de lluvia, la humedad; terrestres, que se alimentan directamente del suelo por raíces; o litófitas (también del griego, ‘lithos’, piedra, y ‘phyllon’, hoja) o semiterrestres, que enraízan sobre rocas. Las primeras y las terceras, además, pueden ser trepadoras.
La normativa comunitaria las defiende desde antes de Maastricht
Ejemplos locales
De todo esto, ¿qué nos toca a nosotros? Según datos de la Generalitat Valenciana, por estos pagos existen de forma silvestre 69 especies, más 21 híbridos. Aparte, 59 están registradas como propias, endémicas (del latín, ‘en’, dentro; ‘demos’, pueblo; e ‘ico’, relativo a). En algunas especies, el endemismo ilustra bien las especificidades de las ‘Orchidaceae’, como la ‘Ophrys lucentina’, que solo se da al norte de la provincia alicantina y al sur de la valenciana.
En este caso, el insecto polinizador es la abeja que zumba por estos pagos. Otras son adaptaciones locales de especies costeras mediterráneas, como nuestra aclimatación de la orquídea gigante (‘Himantoglossum robertianum’), bautizada literalmente como ‘mosques grosses’ (moscas grandes). Según el libro colectivo ‘Orquídeas silvestres en la Comunidad Valenciana’ (2001), “las orquídeas valencianas aparecen desde el nivel del mar hasta los macizos más elevados”.
Protegidas del comercio indiscriminado
Para disfrutarlas, queda la opción didáctica, ayudada en general mediante abundante cartelería, como en los casos antes citados de València y Penàguila. O hacerse con la mochila y el calzado adecuado y marchar a los bosques, los que aún no han sido vandalizados por pirómanos, finiquitando de paso unas ricas floras y faunas rebosantes de endemismos, para encontrarse con las orquídeas en plena naturaleza.
Pero nada de arrancarlas. Las orquídeas poseen el máximo rango europeo de protección frente al comercio, ya desde la misma directiva 92/43/CEE, antes de entrar en vigor (el 1 de noviembre de 1993) el Tratado de Maastricht o Mastrique, el conjunto normativo por el que se rige la Unión Europea. Si no se posee autorización administrativa, mejor mirar y, en todo caso, dejarse atrapar por el embrujo de las orquídeas.