Hay agua. La carretera desde Elche (la CV-860, que comunica esta con San Fulgencio, pero también Benijófar o Torrevieja, y que enlaza con la CV-855, que llega a Dolores) transcurre un buen trecho escoltada por cañaverales, especialmente al lado izquierdo. Y abundan árboles, frutales y de sombra. Hasta palmeras. Incluso le plantan un apunte de relativa espectacularidad con la compuerta de la acequia a Guardamar del Segura. El río pasa, a la vez, relativamente lejos pero convenientemente cerca. Eso sí, el término municipal (19,75 km², 1.075 hectáreas) linda al sureste con la desembocadura del Segura. San Fulgencio, así, se ha acostumbrado al agua.
Feraces son sus huertas, donde nacen afamados melones verdes, más otras muchas clases de hortalizas, como pimientos o tomates. Y frutas varias, cítricos. Además de, en el escaso secano, olivos o cereales. Los datos presentados por la Diputación de Alicante en 2009 hablaban de 598 hectáreas (5,98 km²) dedicadas a cultivos herbáceos (cereales en grano, 152; legumbres en grano, ocho; tubérculos para consumo humano, otros ocho; cultivos forrajeros, 39; hortalizas, 143) y 120 (1,2 km²) a cultivos leñosos (cítricos, 93; frutales, dos; olivos, tres).
El mar huertano
Existe, con muy abundante clientela, síndicos todos, incluso un Sindicato de las Aguas de San Fulgencio (“al servicio de nuestros regantes”), regido por unas reales ordenanzas fechadas el 28 de julio de 1875. En estas se habla de que por esta zona “extendíase a principios del siglo último una dilatada comarca como de 5.500 hectáreas próximamente, convertida entonces en un páramo erial, pantanoso e insalubre por la corrupción de sus aguas, procedentes de las avenidas y vertientes próximas, sin salida fácil hacia el mar, a causa de la maleza, de la declinación sensible apenas del terreno, y del desnivel consiguiente”. Se aprovechó bien.
Acequias con nombres como Dulce, Gatos, Isidro, Membrilleros, Mosquitos, conforman un nutritivo entramado que vivifica el mar huertano en el que San Fulgencio vive inmerso. No ha de extrañar lo dicho: la actual San Fulgencio, como otras localidades del entorno, estuvo hace milenios bajo aguas salobres, marinas, en el área del extinto golfo de Elche o Sinus Ilicitanus. Un limo ya filtrado, donde el mar unió su siembra a las primeras y ya abundantes sedimentaciones del Holoceno (de las palabras griegas ‘holos’, todo, y ‘kainos’, reciente; la época posglacial o, según varios científicos, interglacial: desde hace unos 11.700 años hasta nuestros días).
Saludos con porche
La pequeña ciudad que saluda hoy con sus casas en varios colores terrosos, algunas fachadas y muros con pinturas murales, bastantes portales tunelados, como enlaces entre los acogedores interiores y las calles, y balconadas cubiertas (abundan los porches por aquí, y los jardincillos como saludos) parece tranquila (en 2022 solo atesoraba 9.091 habitantes) y suena a políglota (sobre todo, por residentes británicos, el 55,6%, y alemanes, el 12%). No hay mucha veteranía en las construcciones, quizá porque San Fulgencio, en el fondo, es relativamente joven.
Luis Antonio de Belluga (1662-1743), el cardenal Belluga, a la búsqueda de financiar sus “pías fundaciones” en su natal Motril y en Málaga, auspició en el siglo XVIII varios municipios, como San Fulgencio (hacia 1729), llamada así en honor al cartagenero San Fulgencio de Astiqi (Écija, de donde fue obispo; vivió entre el 566 y el 632), sobre el pantanal que habían dejado los flecos del Sinus (del que el parque natural del Hondo es hoy gran resto), en lo que se llamó el marjal oriolano. Las fértiles tierras se iban a explotar por censo enfiteútico (arrendamiento de larga duración).
Sí, los trabajos de arqueólogos como la sueca Solveig Nordström (1923-2021), el gaditano de origen, Lorenzo Abad Casal, nacido en 1948, y la alteana Feliciana Sale Sellés, de 1963, han destapado un pasado íbero en los yacimientos salfungentinos de El Oral (en la sierra de El Molar, fechado entre los siglos VI al IV a.C.) y La Escuera (en una ladera del barranco de las Cueras, entre V al III a.C., posible continuación vivencial del anterior). Pero San Fulgencio arrancó con Belluga, el religioso motrileño.
Como dos ciudades
Aunque le ha dado tiempo a mucho. Desde uno de los núcleos ciudadanos, la plaza de la Constitución, la de un pletórico Museo Arqueológico en casa con solera, y la de un ayuntamiento aplicado a la eco-sostenibilidad, para coordinar la red de canales que constituyen el sistema circulatorio de la huerta sanfulgentina, o la eco-movilidad (buena parte del municipio posee carriles-bici), podemos recrearnos en las sobrias pero elegantes hechuras neoclásicas de la fachada de la iglesia parroquial con campanario, cuyas primeras piedras sembraban entre 1740 y 1762, aunque lo que vemos es una sucesiva puesta al día.
Desde allí, en lo que fue templo principal de la población que durante la Guerra Civil (1936-1939) se llamó Ucrania del Segura, tenemos fiestas en honor a la patrona, la Virgen del Remedio (en octubre); al patrón, San Fulgencio; al co-patrón, San Antonio Abad (en enero); y al patrón de los agricultores, San Isidro (en mayo). Buen momento para disfrutar de buenos platos (arroz con conejo o con costra, cocido con pelotas, olla viuda), rubricados con dulces de boniato y mistela, torrijas o unos enredos (aceite de oliva, azúcar, canela, corteza de limón, harina, huevos y leche).
Y de paso, nos despedimos de la zona clásica, ya de por sí, lo dijimos, bastante moderna, para marchar a otra aún más reciente (desde finales de los ochenta del pasado siglo, tras las inundaciones de 1987): La Marina-El Oasis, carne de chalets y pareados, de centros comerciales, avenidas que son de Alicante, Madrid o Bruselas (o de Moscú y luego de Londres) y ofertas en la lengua de Shakespeare. También tenemos iglesia futurista: Nuestra Señora de la Paz, iniciada su construcción en 2002.
A las afueras del núcleo urbano original, en el fondo entre ambas poblaciones (unidas por la CV-860), el Polideportivo, que adjunta bar con piscina, incluye una iniciativa conjunta entre ayuntamiento e Hidraqua: el agua regenerada de la depuradora originó un espacio de ocio y esparcimiento: el parque del centro deportivo. A su alrededor, huerta, cañaveral. El ambiente lacustre sigue presente. Hay agua.