Nos podemos poner míticos, con aquello de Filis, princesa de Tracia (en la península de los Balcanes, entre Bulgaria, Grecia y Turquía), quien murió de pena esperando a Demofonte. La guerrera diosa Atenea la convirtió en un almendro que floreció ante la llegada del amado. También bíblicos; así, en el ‘Libro de Eclesiastés’ o ‘del Predicador’, 12:5, donde el florecer del almendro se convierte en clásica metáfora de la vejez.
Más pragmáticos, digamos que, en la producción de almendra, España, según varios indicadores, ocupaba en 2023 el segundo lugar a nivel mundial, tras Estados Unidos y por delante de Australia, Irán, Marruecos e Italia. En este año, además, la Comunitat Valenciana conseguía un importante sexto puesto nacional, tras Andalucía, Aragón, Castilla-La Mancha, Cataluña y Extremadura. Los almendros, pues, suponen un tesoro biológico, agrícola, antropológico y económico para estas tierras.
De remotos orígenes
Aunque hoy ya los asumimos como propios, casi de toda la vida, y hasta les asociamos un presumible pasado árabe, básicamente por motivos gastronómicos, que ya degustaremos, lo cierto es que realmente el almendro nos iba a llegar desde mucho más lejos. En concreto, de las montañas de Asia Central (Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán). Se tiene a los griegos, por cierto, como los primeros responsables del inicio de su difusión.
No obstante, los almendros, cuyos primeros planteles ibéricos podrían ser de hace unos dos mil años, llegaron aquí al menos en dos posibles oleadas: los fenicios (en el 1100 a.C. fundaban Gadir, la actual Cádiz) y los romanos (hacia el siglo III a.C.). Al menos, según rezan las crónicas y estudios que acompañan al almendro (‘Prunus dulcis’ o ‘amygdalus’), árbol de la nutrida familia de las rosáceas.
España es el segundo productor mundial de almendra
Variedades autóctonas
De esta forma, este vegetal emparentado con cerezos, ciruelos o melocotoneros, nísperos, perales o zarzamoras, y por supuesto rosales, comenzó una panspermia (de ‘pan’, todo, y ‘esperma’, semilla) que lo ha llevado a prácticamente todas las zonas templadas del planeta, desde Europa (almendras de cáscara dura), donde ha arraigado sobre todo en el litoral mediterráneo, hasta Estados Unidos (de cáscara blanda), o desde Australia a Sudáfrica.
Por estos lares aposentó con fuerza e incluso se desarrollaron variedades autóctonas, en concreto la marcona (podríamos decir que la reina de todas, dulce y redondeada, más aceitosa, alma de turrones jijonencos o mazapanes toledanos), la largueta y la planeta. Y alguna que otra subvariedad, como las comunas o valencias y las mallorcas. Al cabo, en Europa se concentra el 39 por cien de la superficie mundial dedicada a los almendros, del cual un 84 por cien le toca a España.
Se tiene a los griegos como los primeros responsables de su difusión
Gustos golosos
La almendra, eso sí, evolucionó bastante durante su expansión. Así, los seres humanos, mediando mil y un cruces, consiguieron que aquellas primitivas almendras amargas (aún usadas para crear aceites industriales y cosméticos, y también en licores y repostería) transmutaran en los dulces frutos. Y ahí sí que entraron los árabes, de gustos golosos, que desembarcaban por estas orillas desde el 711, y nos dejaron su legado gastronómico.
Aparte de los jijonencos turrones (l’Alacantí), tales como el blando o de Jijona y el duro o de Alicante, no nos olvidemos del arnadís, ese pastel elaborado con calabaza (más boniato, sobre todo por La Safor) y, también, almendra molida, azúcar, canela, huevo, pimienta negra y ralladura de limón, aparte de almendras y piñones tostados en la decoración. Tampoco, claro, del muy navideño almendrado.
La Comunitat Valenciana ocupa el sexto puesto nacional
Postres y cifras
El menú almendrero aún se nos hace más extenso si seguimos recorriendo la Comunitat Valenciana, y solo en el apartado de los dulces, con otras ofertas como la ‘sopà’ o sopada de Aldaia (l’Horta), también llamada ‘fanget de cel’ (migaja de cielo), que mixtura almendra molida (preferentemente marcona), aparte de agua, azúcar, bizcochos caseros, canela en rama, corteza de limón y harina de arroz. Y las tortadas o ‘cocas’ de almendra.
O el alajuz de Ademuz (Rincón de Ademuz), que prensa entre dos obleas una masa de almendras, especias, miel y pan rallado y tostado. Se entienden así cifras oficiales como las 8.705 toneladas de este fruto cosechadas en 2023 en la Comunidad Valenciana (precedida por las 33.135 andaluzas, las 20.712 aragonesas, las 33.205 castellano-manchegas, las 9.283 catalanas y las 8.571 extremeñas).
Otras utilidades
Enmarquemos esto entre las 120.633 toneladas aproximadas solo en España (la producción mundial alcanzó sobre los 1,5 millones, 1,2 estadounidenses). Y hablamos únicamente del uso de la almendra en sí, de la semilla o grano. De su cáscara, por ejemplo, desde 1994 (aunque los primeros tanteos son de 1980) se produce, gracias al ingeniero químico catalán, de Reus, Silio Cardona (1950), un material para crear muebles y material ligero de construcción, el maderón.
De esta forma, este vegetal autógamo (de ‘auto’, por sí mismo, y ‘gamos’, unión, matrimonio), que se autopoliniza, puro árbol de secano, tiene, aunque no falten enemigos naturales (las plagas, como la de la avispilla del almendro o ‘Eurytoma amygdali’) y otros más sofisticados, como los económicos, mucho que ofrecer. Para empezar, desde nuestras mismas mesas.