Mitad monjes, mitad soldados. Haciendo bueno el refrán popular de “a Dios rogando y con el mazo dando”, los caballeros templarios han pasado con esa imagen a la historia, y no solo la académica. Desde entonces, en novelas, historietas y películas, los templarios, que también desfilan en las múltiples celebraciones de los Moros y Cristianos en la Comunitat Valenciana, pueden ser los entregados buenos o los pérfidos malvados.
Aunque, como ya vimos en estas páginas, tuvieron mucho que ver en estas tierras hoy herederas del Reino de Valencia (1239-1707). Pero no fue la única orden militar con la que tuvimos contacto. Aunque esta, junto a los Hospitalarios y a la de Montesa, es la que copa los titulares del periódico de la historia. Quizá porque la leyenda (y las películas de Hollywood) atribuye al Temple la custodia del Santo Grial, el de la Catedral, la Seu.
Ayuda con los mandobles
Todo ello, cómo no, había comenzado con el ultrarreligioso Jaume I (1208-1276) y su campaña para conquistar la España musulmana llevándola al lado cristiano. De paso, iba a hacer crecer la Corona de Aragón (1164-1707), que abarcó, además del reino titular, varios señoríos occitanos, reinos como Cerdeña, Córcega, Mallorca, Nápoles, Sicilia y València, ducados como Atenas y Neopatria (la griega Tesalia) y el condado de Barcelona.
El monarca de origen montpellerino (de Montpellier, en plena Occitania) necesitaba ayuda, buenos brazos para lo del mandoblazo por aquí, descabello por acá. A los Templarios se les iban a sumar los Hospitalarios. Que el nombre no engañe, suponiéndolo un diminutivo: la Orden de San Juan de Jerusalén, o de los Hermanos o Caballeros Hospitalarios, creada en 1084 por unos mercaderes amalfitanos, italianos, que construyeron un hospital para peregrinos junto a la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén.
San Juan de Jerusalén la creaban en 1084 unos mercaderes italianos
Fortalezas como regalo
A Jaume I debió de gustarle la labor desempeñada por estos, porque en 1240 les hizo un regalo excepcional: el mismísimo castillo de Cullera (Ribera Baixa), de origen muslime, del siglo X. El caso es que los unos y los Templarios, nacidos como orden en 1118 en Jerusalén, a iniciativa del exreligioso y militar francés Hugo de Payns (1070-1136), acabaron muy imbricados en la crónica valenciana.
Y también muy relacionados entre sí. Cuando la orden templaria fue obligada a echar la persiana, en 1312, debido a que el poder que habían adquirido inquietó a monarcas y señores europeos (en especial desde Francia, que también temían el poder de los occitanos, cada vez más un país dentro de países), los Hospitalarios pasaron a ser los herederos ‘espirituales’ de los anteriores, aunque, eso sí, la parte terrena, los bienes, serían administrados por otra orden.
El monarca les obsequió con el mismísimo castillo de Cullera
Fusiones y adquisiciones
La Orden de Santa María de Montesa, creada en 1317 por el monarca Jaime II de Aragón (1267-1327), quien por cierto había estado del lado de los Templarios, acabó por ser la encargada de la labor fagocitadora. ¿Y por qué los caballeros del Temple poseían tantos bienes? Las órdenes militares, con Templarios y Hospitalarios a la cabeza, habían sido la primera línea en las Cruzadas, lo que también conllevó cuantiosos gastos.
Por cierto que aquella comunidad, la de Montesa, acabaría por fusionarse, en 1400, con la de San Jorge de Alfama, sembrada en 1201 por Pedro II de Aragón (1178-1213). Pero en esta ensalada de monjes-soldado aún quedaba otra orden, que iba a tener un desarrollo singular, aunque en cierta manera marcaba los destinos de todas las anteriores.
Los Mercedarios dejaron lo militar y se volvieron religiosos mendicantes
Con ánima sacra
¿La orden? La Real y Militar de Nuestra Señora de la Merced y la Redención de los Cautivos u Ordo beatae Mariae Virginis de Mercede, popularmente la Orden de la Merced, los Mercedarios, fundada en 1218 por el religioso occitano (de la población y comuna francesa Mas-Saintes-Puelles) Pedro Nolasco (1180-1256), quien tuvo amistad, desde la infancia de este, con Jaume I.
Durante la madrugada del 1 al 2 de agosto de 1218, se le apareció la Virgen para pedirle que fundara la congregación, destinada a redimir a los cautivos. El caso es que también se le apareció al tiempo al monarca y al futuro santo catalán Raimundo de Peñafort (1175-1275), consejero y confesor del rey. La orden de los Mercedarios, finalmente, optó por abandonar las armas y transformarse en una orden mendicante, basada en la limosna.
Expansión espiritual
En su faceta de religiosos, no tardaron en expandirse por territorios de la actual Comunitat Valenciana: València en 1238; El Puig (l’Horta Nord, 1240); Xàtiva (La Costera, 1245); Algar de Palancia (Camp de Morvedre, 1251); Orihuela (Vega Baja, 1377); Sollana (Ribera Baixa, 1603); Utiel (Requena-Utiel, 1660) o Segorbe (Alto Palancia, 1672).
Y así estos religiosos, los de todas las órdenes, dispuestos a luchar en nombre de su divinidad y educados en la frugalidad, la sencillez vital, la vida en comunidad y la estricta obediencia, acabaron por dejar una notable huella, y no solo física, en el vivir de nuestros antepasados. Y con esta, transmitida, en la más pura actualidad. Y eran mitad monjes, mitad soldados.