El arranque de la valenciana ruta Destroy, del Bacalao o Bakalao, en los ochenta, aunque ya había despuntado mucho antes, iba a generar un reguero de discotecas por buena parte de la orografía española. Desde el mismo corazón o pulmón acuoso de la Vega Baja alicantina, o sea, desde Almoradí y Bigastro, iba a irradiarse una contundente ruta, llamémosla house, por darle nombre, aunque resultó, al menos al principio, bastante ecléctica.
En su siembra, hubo hasta rock duro, para a continuación confluir todos los locales en el sonido electrónico, el techno, el house. No ha gozado de la fama de la germinada por tierras valencianas, pero, pese a su decadencia a finales del pasado siglo y los renqueos al comenzar este, aún se conserva en parte, y llegó a extenderse por casi toda la zona sur provincial.
Breves historias
Recordemos el nacimiento del techno, aquel plantío de la música barroca (desde el nacimiento de la ópera, hacia el 1600, hasta fallecer Johann Sebastian Bach, 1685-1750), que aportó composiciones tonales con uso de acordes y escalas relacionadas entre sí, proponiendo simultáneamente unos acordes y un bajo, punteando y reforzando la escala superior. La base de prácticamente toda la música actual, de John Williams a C. Tangana.
Rememoremos cómo varios autores jugaron con la atonalidad en algunas composiciones, como Richard Wagner (1813-1883) o Franz Liszt (1811-1886), hasta el gran experimentador, dodecafonista (doce tonos), Arnold Schönberg (1874-1951). Y cómo los ‘tonalistas’ absorbieron las aportaciones ‘atonalistas’, utilizando además inventos como el theremín (1928), el órgano Hammond (1935) o el vocoder o vocóder (‘voice coder’, sintetizador de voz, años treinta).
Desde Bigastro y Almoradí se iba a generar todo
De Alemania al Segura
En los setenta desde Alemania, bandas como Kraftwerk (‘planta de energía’, 1969) sentaron las bases para que desde los ochenta, en la automovilística Detroit, afectada por las crisis del petróleo de 1973 y 1979, naciera el techno, el sonido electrónico, transmutando su minimalismo ambiental en el comercialismo bien entendido del house, surgido desde Chicago, en el mítico local The Warehouse (literalmente, ‘el almacén’, 1977-1982, a partir del US Studio, 1976).
¿Y cuántos sonidos house hay? Bueno, para los entendidos, el funky house (de ‘funky’, divertido); el hard (‘duro’, frenético); minimal (experimental, se acerca al techno más innovador); progressive (‘progresivo’, más melódico); tribal (percusión a tope, pum-pum, a lo selva hollywoodense) y el tech house, a mitad de camino del techno más puro y de cualquier otro de los ‘houses’ descritos. Nuestra ruta vegabajense lo recorrería todo.
Aprovechó la interconexión entre el Segura y el Vinalopó para expandirse
La fundación
Dos discotecas aún en activo, la bigastreña Metro Dance Club, de 1987, y la almoradidense Central Rock (1989), ambas en sendos polígonos industriales, percutían el pistoletazo de salida al asunto, según crónicas y recuerdos. La segunda, por cierto, amaneció guitarrera, aunque ha ido cambiando de música un tanto al espejo de lo que se ‘clubeaba’ en el ambiente.
No han sido los únicos ‘templos’ de la música electrónica. Si bien continúan detentando liderazgo en fama y calidad, el panorama se llenaría, extendiéndose en el espacio, el alma y el tiempo. La en principio indefinida ruta iba a aprovecharse de la interconexión entre los valles del Bajo Segura y del Vinalopó para expandir sus jaraneos desde Orihuela a Santa Pola, como quien dice, aunque fuera vegabajense el epicentro chunda-chunda.
Desaparecieron ‘extensiones’ como la sala santapolera Camelot
Gogós y salones
En realidad, a la joven muchedumbre en todas las ‘rutas’ mundiales esto les quitaba el sueño, sí, pero no por lo histórico. Se trataba de pasárselo bien, y estas cadencias sonoras, entonces despreciadas por la crítica y hoy, las escogidas, elevadas al altar de la historia de la música, distendían un montón, de discoteca en discoteca, muchas aún activas. Como la aún viva y torrevejense KKO, de 1992, luciendo sus bailarinas-gogó enjauladas; o la redovanense Thamesis, de 1986.
Esta última, adelantada a las ‘fundacionales’ de esta ruta house, comenzó en 1988 una trasmutación paralela en salones de celebraciones y fiesta, más restaurante. Es una manera de persistir. Nuestra ruta no disfrutó de entidad en la mitología nacional de la marcha nocturna, pero sí tuvo una contundente realidad física, que alcanzó a otros públicos, que por el camino igual tomaban champán en algún chalet-pub elegantón a los sones del ‘Adagio en sol menor’ de Albinoni (1671-1751).
Tres adagios
Bueno, por los noventa se puso tan de moda como los dj Steve Aoki (1977) o Mad Dog (1980). Y al comienzo de este siglo, tanto como el ‘Adagio for strings’ (adagio para cuerdas) en su versión original de Samuel Barber (1910-1981) o en la de dj Tiësto (1969). Se escuchaba y se escucha, puesto que esta ruta aún late. Como vemos, siguen, más o menos a lo suyo, los locales que lo generaron todo.
Desaparecieron, eso sí, muchas ‘extensiones’, como la santapolera (Vinalopó Bajo) Camelot (1989-2014), en forma de castillo. Y otras vegabajenses, como la guardamarenca Sakkara (1993-1997), decorada a lo Egipto peliculero. Los líos internos debieron hacer lo suyo, pero la ruta, ya reducida a poco más que los padres fundadores, aún continúa. La fuerza del río Chicago transportada al Segura.