La familia toma tranquilamente un helado en un restaurante. De pronto, un olor como a huevos podridos inunda el ambiente. Bajo sus pies, la tierra se mueve, y las mascotas o todo aquello que camine o pasee casi a ras del suelo se desploma. Uno de los cónyuges consigue salir y contempla, hechizado, cómo la calzada se abre en canal vomitando lava ardiente.
Una escena apocalíptica, la del nacimiento de un volcán en plena calle, que en principio advertimos como improbable, aunque ¿realmente es así? ¿Hasta qué punto podría darse ese momento o no? Quizá lo primero sea investigar por ahí si quedan vestigios de anteriores erupciones volcánicas. Bueno, en principio tenemos con que sí abundan, que buena parte de nuestros suelos presentan rocas ígneas.
En tiempos remotos
Rebobinemos el carrete del tiempo y situémonos entre unos 251 millones y 66 millones de años, cuando acontecía la era Mesozoica y el asunto se presentaba realmente alborotado, tanto como para asistir al nacimiento de dos cordilleras: la que une Cádiz con Alicante y, ya sumergida, a ambos con la Tramontana balear. O sea, la cordillera Prebética, uno de tres ramajes de las cordilleras Béticas (los otros serían la Subbética y la Penibética).
La otra es la ibérica, nacida hoy en la burgalesa La Bureba y asomada casi al mar por entre las provincias de València y Castellón. Pensemos en las poderosas fuerzas que agitaron entonces la hoy Comunitat Valenciana. Esa lucha contra el Mediterráneo, arrugando el mantel peninsular, empujando, empujando más. Venía de lejos: de hace unos 575 millones de años, tenemos más movimiento aún, en pleno Precámbrico (entre 5.000 millones y 570 millones de años).
Quedaron multitud de rocas ígneas formadas al enfriarse la lava
Un puñado de rocas
Son épocas de intensa actividad volcánica, y en el Precámbrico, además, tenemos la aparición de los primeros pespuntes de la vida. Bien, pues no acaba aquí la cosa. Acerquémonos más a la era Mesozoica y delimitemos un período de entre 251 millones y 201 millones de años. Bienvenidos al Triásico. Desde entonces nos quedamos en estas tierras con multitud de ofitas.
Estas son rocas ígneas formadas al enfriarse la lava en la superficie o a escasa profundidad (allí la llamamos magma). Las podemos encontrar en Montanejos (Alto Mijares), Altura, Soneja o Torás (Alto Palancia), Nàquera (Camp de Túria), Llombai (Ribera Alta), Quesa (Canal de Navarrés), Llocnou d’En Fenollet (La Costera), Callosa d’en Sarrià (Marina Baixa), la isla Tabarca (l’Alacantí), el Fondó dels Frares (Vinalopó Medio) u Orihuela (Vega Baja). ¿Pero existen rescoldos más evidentes?
Hay huellas evidentes en las Columbretes, Cofrentes, Altea o Picassent
Vestigios muy evidentes
Pues sí se dan huellas más manifiestas de tan tumultuoso pasado en nuestras tierras. Algunas de ellas bastante indiscutibles, como las del archipiélago formado por los veinticuatro islotes de las Columbretes, al este del cabo de Oropesa (Plana Alta). La Illa Grossa (isla grande), en forma de herradura, evoca ampliamente la pared de un cono volcánico, o sea, lo que en parte fue.
También la actividad geotermal de Cofrentes (Valle de Ayora), con afloramientos volcánicos en los cerros de Agrás, del Fraile y del Castillo de Cofrentes; el afloramiento volcánico y la ‘playa fósil’ de la cala del Soio, en el Cap Negret de Altea (Marina Baixa), declarados monumento natural desde 13 de noviembre de 2020; o los materiales eruptivos hallados en Picassent (l’Horta Sud).
Los movimientos de las placas tectónicas nos dan para terremotos varios
Derrumbemos mitos
Los dos volcanes más claros del breve listado anterior son los de las Columbretes, cuya última erupción pudo tener lugar hace entre unos 300.000 y un millón de años, y el de Cofrentes, entre uno y 2,6 millones de años. Bien, todos ellos escupieron fuego y lava, pero es obvio que en todos los casos se trata de cráteres, cuando los hubo, que cesaron su actividad hace más de 10.000 años.
Así que, aunque técnicamente estemos hablando de volcanes ‘apagados’, porque en geología nunca se le da el finiquito a una manifestación telúrica de tal cariz, la realidad es que resulta bastante improbable una ‘resurrección’. Lo que en principio desmentiría la imagen con la que comenzamos el artículo. Esto nos elimina también algunos mitos, como el de que, pese a su fuente de aguas calientes, la sierra de Fontcalent, junto a Alicante ciudad, sea volcán.
Sin posibilidad real
El vulcanismo queda así, al menos de momento, arrumbado del panorama geológico contemporáneo en la Comunitat Valenciana, porque no parece que se den, por ahora, las condiciones para el renacimiento de estos. Básicamente, aquellos que den por resultado la producción de magma. Y después, un movimiento tectónico que ayudase al ascenso de este a la superficie, en forma de lava.
Los movimientos de las placas tectónicas euroasiática y africana, que realmente afectan a nuestras tierras, dan para, eso sí, terremotos varios, más cuando por estos lares contamos con varias fallas capaces de mover nuestros suelos (como ya se vio en ‘Cuando la Comunitat Valenciana tiembla’, noviembre de 2023). Bueno, a lo mejor sí podrían volver los volcanes, que la Tierra es como es. Solo hay que tener paciencia y esperar un poco, quizá unos millones de años.