Esteras, papeles, ‘espardenyes’ (alpargatas). También cestas. Es increíble la cantidad de cosas que se pueden fabricar con paciencia, habilidad y unas fibras de esparto, o sea, las de esta planta gramínea, también conocida como atocha (‘Macrochloa tenacissima’). Bueno, también se usa el albardín o esparto basto o de Aragón (‘Lygeum spartum’). Pero hoy aquellos usos y costumbres económicamente fundamentales se han convertido en residuales.
Quedan ejemplos museabilizados, como la reproducción de la cueva-museo de Antonio Pérez y Matilde Maciá, en el IES Macià Abela, por donde el polideportivo municipal, que incluye un proyecto educativo: el centro, el trabajo del esparto. Un pequeño y jugoso reflejo de la manufactura que en la década de 1920 se transformaría oficialmente en la actual industria alfombrera. Bueno, no ocurrió de la noche a la mañana, hubo un proceso.
Fibras lacustres
Quien dice esparto, añade, en estas tierras, junco. Esto da claves: el uso artesanal del trenzado de tallos de vegetales del género junco o juncácea (‘Juncus’, de ‘jungere’, ‘para unir o vincular’) viene asociado a humedales, y el del esparto a secarral. En Crevillent había donde escoger: desde la sierra hasta el Parque Natural (desde el 12 de diciembre de 1988) El Fondo.
Este complejo lagunar salado no deja de ser un gran eco (2.387 hectáreas, o sea, 23,87 kilómetros cuadrados) de aquel Sinus Ilicitanus o Golfo de Elche que comenzara a formarse entre el 4.000 y el 3.000 a.C. y prácticamente terminó de convertirse en El Fondo allá por el siglo XIX, un momento álgido para una industria manufacturera, la de los productos trenzados, que había comenzado en serio allá por el XVI.
Quedan ejemplos museabilizados, como la cueva-museo de Antonio y Matilde
Pretéritos manufactureros
En realidad, el asunto, en un plano incluso doméstico, venía de muy lejos: de los tiempos antediluvianos, que se decía antes. Así, aparecen vestigios en el rico yacimiento arqueológico de Les Moreres, en plena sierra crevillentina, fechados hace unos 4.000 años. Se trata de la evidencia del uso, para cerámica, de cestas fabricadas con esparto. Se sabe también hoy que se usaban esteras fabricadas con material del ‘campus espartarius’ (campo del esparto) desde tiempos romanos.
Pero, como señalábamos, la confección de productos a partir de entrelazados vegetales iba a arrancar con fuerza más tarde, cuando dio incluso lugar a la apertura de establecimientos para su venta y el florecimiento de una incipiente burguesía que después se hará textil. Existen bastantes referencias al respecto en la prensa, como el siguiente recorte atesorado desde el IES Macià Abela.
Había donde escoger material: desde la sierra hasta El Fondo
Producto universal
Procede del diario liberal ‘El constitucional’, del número 2.845, publicado en 1877, y, bajo el título ‘La industria espartera en Crevillente’, nos cuenta, entre otras cosas, esto: “dedicada desde muy antiguo a la fabricación de la industria esterera, son considerables los beneficios que ha obtenido y sigue actualmente teniendo, siendo como consecuencia de ello uno de los pueblos opulentos y ricos que se conocen”.
Y más adelante se añade que Crevillent “abastece en la industria a que está dedicado a toda nuestra nación y principales capitales del extranjero”. Por ello, “en la corte, en las ciudades, en los pueblos, en las aldeas, en las estaciones férreas, en todas partes donde se vaya, se tropieza con géneros de espartería, todos sacados de las fábricas de Crevillente”.
El trenzado del XVI generó hasta unas cuarenta tiendas
Aumentos demográficos
Se comprende también, visto hoy y al leer entrecomillados como los incluidos, con todo lo de hipérbole que puedan tener, la rápida penetración en el mercado de la posterior industria alfombrera. En todo caso, no hablamos de algo surgido ayer mismo. El perfeccionamiento de una técnica semillada en la misma prehistoria iba a cobrar más importancia a partir, como se dijo, del XVI, provocando un aumento demográfico por estas tierras, hasta llegar a los 1.800 en 1609.
Por supuesto, se trata de cifras aproximadas. Habrá que esperar al primer censo oficial, entre 1785 y 1787, para tener datos aproximados. En todo caso, tras la expulsión de los moriscos (musulmanes forzosamente convertidos al cristianismo), ese mismo 1609, Crevillent, Elche, Elda, Monòver y Novelda resultarán especialmente afectadas; aquí solo quedó una cuarta parte de la población. El tirón del esparto repobló: en 1739 llegaban a los 3.600 habitantes y en 1794 a los 8.100.
Las transmutaciones
La manufactura del trenzado, que en aquel seminal, en lo industrioso, siglo XVI, llegó a germinar en hasta unos cuarenta establecimientos dedicados a este producto, no iba a poder hacer frente a la llegada de los telares mecánicos. El primero de esos artilugios había sido diseñado en 1784 por el clérigo e inventor británico Edmund Cartwright (1743-1823), pero no arribarán en serio a Crevillent hasta principios del XX.
Las transmutaciones se sucederían pronto: las alpargatas se convirtieron en zapatillas, zapatos y otros calzados, y las esterillas, tan importantes para los romanos, iban a derivar en la actual e internacional industria de la alfombra. Al contrario de otras poblaciones, como Gata de Gorgos (Marina Alta), donde la cestería aún sigue, Crevillent sustituyó espartos y juncos por hilaturas varias, pero estas no hubieran llegado si no hubieran existido aquellos.