Lagos, riachuelo, verdor, árboles, monte. ¿Acaso nos hallamos en plena montaña, o en un municipio, Algorfa (entre cuarenta o cincuenta minutos por carretera, con buen tráfico, de la capital provincial, y a poco más de veinte de Torrevieja), a solo 26 metros de media sobre el nivel del mar? Eso sí, los 214 metros del cerro de la Escotera, que sirven de telón al horizonte algorfeño, más las suaves elevaciones y descensos del núcleo poblacional titular, se suman a esa ilusión que nos alejan el lugar de lo que imaginamos para un municipio de la Vega Baja.
Situada a la margen derecha del Segura, limitada al norte por Almoradí, al oeste por esta, Benejúzar y Orihuela, al este por la casi conurbación entre Benijófar y Rojales, y al sur por Los Montesinos, Algorfa entra en simbiosis con el entorno. Todo ello vigilado por el paraje natural de las Escoteras, virando poco a poco de una aún existente agricultura de regadío (alcachofas, cítricos) a una economía asentada en el turismo y el sector servicios, siempre a la vera del ciclotímico caudal.
¿Y el supuesto Shangri-La, la ‘frankcapriana’ ciudad mágica antes descrita? Responde al nombre de La Finca Golf, complejo de 18 hoyos par 72 (recorrido de juego estándar: 18 partes del campo que completar, que podrían recorrerse en 72 golpes) nacido en agosto de 2002, bajo diseño del mítico Pepe Gancedo (1938-2016), y que abriga también al parejo ‘green’ Villamartín, inaugurado en 1972 y cuyas líneas debemos a John Puttman.
Alturas algorfeñas
Esto nos trae, aparte del deporte (hay instalaciones para practicar otros muchos), el hotel, la restauración y demás, la existencia de un creciente borboteo chaletero: pareados, viviendas independientes pero rodeadas de paisanaje, alguna recuperación. Como ocurre en estos casos, el sitio se convierte casi, o sin él, en una pedanía de la población original. Es posible que aquí vivan bastantes de los 3.635 habitantes censados en 2023, la mayoría de ellos de origen británico.
Bancales, algunos en formato invernadero, más solares rústicos, matorral mediterráneo y pino bajo conforman el paisaje a disfrutar por las riberas exteriores de la mega urbanización. Es la vista, por ejemplo, observable desde el centro comercial bordeado por la avenida dedicada al empresario textil oriolano Antonio Pedrera Soler (1925-2013), impulsor del Villamartín, y asomado a la CV-935 (Almoradí-Los Montesinos, también consignada como Almoradí-San Miguel de Salinas).
Hay más sorpresas en esta Algorfa un tanto más elevada, incluido un castillo del siglo XVIII, el de Montemar, de aires afrancesados (al estilo del juego Exín Castillos) y levantado sobre el ánima de una desterronada alcazaba árabe. No se trata de ninguna fortificación militar, sino una residencia privada, aún hoy, de carácter especialmente veraniego posiblemente fundada por el primer conde de Casa Rojas, José de Rojas y Recaño de la Torre (1702-1794). Ahora preside visualmente la urbanización Montemar. No muy lejos, desde la calle Manuel de Falla, nuestros pasos nos introducirán en las boscosidades que rodean el barranco de Calderón, inicio de la ruta senderista PR-CV 442. Volveremos.
Casas con jardín
Nos toca población principal. Y ésta se encuentra allá abajo. Tiremos más al interior: la CV-935 nos viene bien porque cruza el cacho oriental de la pequeña ciudad. El vial discurre entre un mar de agricultura jalonado por zonas residenciales y el polígono industrial sector IX, a mano derecha, más el camposanto, a la izquierda, respaldado por una lámina de agua.
La urbanización Fontana, a la izquierda (portón de acceso al polideportivo, sede también de famosa cita gastronómica), frente a la partida o pedanía El Raiguero, a la derecha de la carretera, marca los límites de las alturas constructivas (tres, cuatro) y nos introduce en un remanso de viviendas de una o dos alturas, muchas con jardín a la puerta, alguna convertida también en templo del buen comer.
Porque por aquí estamos en tierras de buenos arroces (interiores, como el de conejo, o con sabor a mar, como el abanda), de cocido con pelotas, gazpacho manchego o migas con ajos, coronados con almendrados, almojábanas, mantecados, paparajotes, toñas, tortadas de almendras. Aparte del mercadillo de los miércoles, la conexión del lugar con su huerta aparece hasta en el nombre: una algorfa (del árabe ‘alḡúrfa’) es una cámara alta para recoger y conservar granos.
Nació inspirada por el privilegio alfonsino (de Alfonso IV, 1299-1336) en 1328 a los propietarios de fincas rústicas con una condición: habían de constituir al menos quince viviendas para otras tantas familias. Aquí se concretó el asunto el 26 de junio de 1790, cuando consiguió plena municipalidad.
Final senderista
También cruza la población la CV-920, que a su vez saja la CV-935 por el septentrión algorfeño, aportando pinceladas ligeramente urbanitas. A su paso por la miniurbe la llaman avenida de María del Mar Rodríguez y nos deja a tiro de piedra, cogiendo las calles de la Huerta, Mayor o del Doctor Fleming, de la plaza de España, epicentro vivencial con un aire a ciudad costera.
Allí, donde el ayuntamiento y los centros social o Infodona, se combinan los diseños galácticos con el sobrio aspecto fabril de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, con espadaña rectangular (a un costado de la fachada), que acogió su primera misa el 24 de diciembre de 1965, aun construyéndose el edificio. La otra propuesta religiosa, la ermita de la Virgen del Carmen, se encuentra fuera del núcleo poblacional, en la CV-920 hacia Benejúzar, a mano izquierda, sobre una ligera elevación del terreno.
El edificio, con espadaña central, rosetón y decoración exterior de piedras en tonos rosas y blancos procedentes de canteras autóctonas, resulta más espectacular, carne y alma de fiestas y romerías. Ambos templos rebosan fe y alegría en torno al 16 de julio.
Pero dijimos que volveríamos a la urbanización Montemar. Hagámoslo: sendereemos por el circuito de la Caldera del Gigante, que abarca Algorfa, Almoradí, Benejúzar y Rojales para disfrutar, en un lugar visitable aunque de titularidad privada, de un reencuentro con el agua natural, la que surca, como alargada poza entre rocas, el paraje natural protegido (desde 1994) del Hoyo Serrano. Alma de municipios, un ejemplo más de la relación entre las ciudades y el agua.