Ocurría en la noche del 30 de noviembre de 2022 en el Auditorio de Música de Alicante (ADDA, donde antes hubo un muy concurrido zoco y cerca del coso taurino), cuando la Diputación alicantina decidía concederle, a título póstumo, a la soprano eldense Ana María Sánchez (1959-2022) la distinción como embajadora de la provincia. Esta tiple de alcance internacional, licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad de Alicante, había fallecido justo en septiembre de aquel año.
Este homenaje también servía implícitamente, por cierto, como reconocimiento a la actividad lírica desarrollada en la Comunitat Valenciana, donde en estos momentos despuntan artistas como la biarense (Alto Vinalopó) Teresa Albero, quien por cierto se ha formado en el Conservatori Superior de Música Joaquín Rodrigo de València (CSMV), que abría sus puertas en 1879 (hasta 1991 no iba a adoptar el nombre del compositor saguntino nacido en 1901 y fallecido en 1999).
Voces actuales
Podemos traer aún más referencias, como el crevillentino José Sempere, las valencianas Gloria Flabuel y Maite Alberola, el manisero Francisco Valls. Y ello sin contar las nuevas generaciones que comienzan a aflorar en el panorama profesional desde los conservatorios. La existencia de cantantes de ópera autóctonos no se queda, pues, en una entelequia, en algo citado, pero no visto.
De hecho, ahora existen portales (como La Factoría del Show), para contrataciones, en los que poder constatar que no hay precisamente sequía. Y ello para un género que, si bien ya peina canas, porque que se le supone nacido en 1580 para ser representado en cortes florentinas, no hace relativamente tanto tiempo que aterrizó por los escenarios de la hoy Comunitat Valenciana.
Un género nacido en 1580, aunque relativamente joven aquí
Los orígenes
Las primeras representaciones operísticas por la Comunitat Valenciana se anotan en 1662 en Alicante (en la primera ‘casa de comedias’, por donde hoy la concatedral de San Nicolás) y en 1728 en València (en un entorno particular, el palacio del príncipe de Campofiorito o Campoflorido, o sea, Luigi o Luis Reggio Branciforte o de Riccio, 1677-1757), pero el espectáculo en sí tardará en arraigar.
No obstante, irían abriéndose nuevos teatros para albergarla: el Principal de València (1881, con preapertura en 1832), el Principal alicantino (1847), el Principal castellonense (1890), el Calderón alcoyano (1902), el Atanasio Día Marín oriolano (Vega Baja, 1908), el Olympia valenciano (1914), el Serrano de Gandía (La Safor, 1921), el Gran Teatro ilicitano (Bajo Vinalopó, 1920), el Talía del ‘cap i casal’ (1921).
Matilde Salvador llegó a estrenar en el Liceo barcelonés
Primeros pespuntes
La ópera resultaba cara, algo elitista (pese a que, a decir de las crónicas, gozaría de gran fascinación para el público de la época), pero acabó por cuajar. Pronto, una vez iniciada la reata de edificios capaces de albergar sus representaciones, iba a surgir material autóctono. Reseñemos, en este apartado, las obras compuestas por pioneros como la castellonense Matilde Salvador (1918-2007), quien llegó a estrenar (la obra ‘Vinatea’, el 19 de enero de 1974) en el Liceo barcelonés.
Otro fue el alicantino Óscar Esplá (1886-1976). O antes que ambos, el valenciano Vicente o Vicent Martín (1754-1806). Pues teníamos dónde, y también qué. Pero, en lo que será el gran despegue de la ópera desde nuestra tierra, sobre todo desde comienzos del XX, necesitábamos trufar el asunto de voces propias, un parnaso muy nuestro y, al tiempo, notablemente internacional.
Todos los clásicos acabaron cruzando el océano; algunos vivieron allí
Cantantes de siempre
Hablamos, ya que nos ponemos clásicos, del alcoyano Adolfo Sirvent (1894-1974) o del valenciano Andrés Perelló de Segurola (1874-1953), el dianense Antonio Cortis (1891-1952), la valenciana Consuelo Mayendía (1888-1959), la villamarchantera Cora Raga (1893-1980), la castellonense Elena Sanz (1844-1898, quien fuera amante del rey Alfonso XII, 1874-1885), el benicarlando Juan Voyer (1901-1976, triunfó como Giovanni Voyer), el godellense Lamberto Alonso (1863-1929) o la valenciana Lucrecia Bori (1887-1960).
O también podemos referirnos al aspense Luis Almodóvar (1888-1961) o a la alicantina Luisa Fons (1867-1925), la crevillentina (aunque nacida en Tuéjar, hija de familia itinerante) Luisa Vela (1884-1938), el valenciano Manuel Izquierdo (1875-1951), la valenciana María Llácer (1888-1962) o el también valenciano Vicente Ballester (1887-1927). Son los nombres clásicos, los que prendieron, subidos a un escenario a golpe de trino y, si toca, gorgorito, la mecha de la ópera cantada desde proscenios de la hoy Comunitat.
Los aprendizajes
Es cierto que prácticamente todos los citados acabaron cruzando el charco (algunos hasta acabaron establecidos por tan lejanas tierras). Internacionalizaciones con todos los efectos. En casi todos estos casos había entonces un capital económico familiar que permitía cuanto menos apoyar la vocación del retoño correspondiente, que debía alojarse sobre todo en las capitales, cuando no marchar a Madrid o Barcelona, para estudiar.
Instituciones como el citado CSMV, más el alicantino Conservatorio Superior de Música Óscar Esplá (el CSMA, fundado en 1958, como Instituto de la Música del Sureste) o el castellonense Salvador Seguí (de 1998, en honor al compositor, folclorista, pedagogo y músico masanasero, 1939-2004), aparte de un ramillete de escuelas públicas y privadas de música y danza desperdigadas por todo el territorio, nos permiten abrigar la esperanza de que queda ‘bel canto’ autóctono para mucho.