Entrevista > Vicent Pastor / Actor (València, 7-octubre-1975)
Algunos podrían pensar que Vicent Pastor llegó al sector actoral tarde, aunque también deberíamos remarcar que lo hizo con una fuerza voraz, la que demuestra en cada una de sus múltiples y variadas interpretaciones. “Me encanta probar cosas, tirarme a la piscina”, nos apunta, sin dudarlo.
Disfruta principalmente de todo del proceso de preparación de una obra, esas semanas o meses en los que puedes ‘jugar’ en el escenario, durante los ensayos, junto a los compañeros, “a los que acabas denominando familia”. ¿Qué otro trabajo te da eso?, se pregunta a menudo. Ninguno, como la capacidad de desarrollar o vivir otras vidas, tantas como funciones o papeles en televisión realices. Por eso, pese a reconocer que se trata de un trabajo vocacional, con altibajos emocionales y económicos, no lo cambiaría por nada.
Deslumbró ya en su debut, con ‘El miracle de Anna Sullivan’, “al lado de actores a los que admiraba”. Más recientemente nos maravilló en el brillante monólogo ‘Professor Lazhar’, “un reto que llevaba muchos años persiguiendo”, y también en ‘Consciència’, producción que iniciará una gira en los próximos meses.
«Durante mucho tiempo quise ser dibujante de cómics, pero me apunté a una escuela de teatro y me fascinó»
¿Siempre quisiste ser actor?
No, en absoluto. De pequeño quería dedicarme a la medicina y, después, a lo largo de muchos años quise ser dibujante de cómics, un medio que me interesa especialmente y que en cierta manera tiene mucho que ver con la actuación, sobre todo con el cine, donde mediante una serie de planos cuentan una historia.
Al acabar el bachillerato empecé a estudiar Artes y Oficios porque dibujaba muy bien. Paralelamente me apunté a una escuela municipal de teatro, en Xirivella, y me empezó a gustar, muchísimo.
¿Qué edad tenías?
Sobre diecinueve o veinte. Se puede decir que el gusanillo del teatro me llegó tarde, porque tenía tan claro que quería dibujar cómics… Después, cuando supe que deseaba ser actor, entré en la Escuela Superior de Arte Dramático, con la fortuna de comenzar a trabajar nada más acabar mi formación.
¿Tenías algún actor en el que te fijabas especialmente?
Iba bastante al teatro, incluso de pequeño; siempre he sido muy cinéfilo. No sabría decir ningún actor valenciano en concreto, pero sí una obra que me marcó, ‘Estimada Anuchka’, de Albena Teatre, dirigida por Carles Alberola.
Estaba en la escuela municipal, como indicaba, y de repente vi encima de ese escenario a ¡esos personajes en esa escenografía y contando esa historia! No dejaba de pensar “¡quiero estar ahí!”; deseaba hacerlo, contar historias, como ellos. Tiempo después tuve la suerte de trabajar con Alberola y se lo confesé, que me dedico a esta profesión por esa función.
«Soy actor por ‘Estimada Anuchka’; vi sobre el escenario esos personajes, esa escenografía…»
Pese a haber hecho mucho audiovisual, ¿te consideras más un actor teatral?
Me muevo mucho más en el teatro, pese a finalizar hace poco una película (‘La invasió dels bàrbars’) y ser un medio en el que me gustaría desarrollarme un poco más. Sin embargo, el teatro te permite tener mucho más tiempo para ‘jugar’ y probar cosas.
Soy muy ‘juguetón’ en los ensayos, mientras en el audiovisual tienes el tiempo muy justo para todo, debido a que va mucho más rápido: te envían la separata y de inmediato interpretas el papel. A veces, al acabar, dices ahora es cuando empiezo a disfrutarlo.
En teatro puedes trabajarlo más.
Sin duda; dispones de dos meses de ensayos, de divertirte, de modo que llegas al estreno -en muchas ocasiones muy justos de tiempo, sinceramente- con la posibilidad de probar muchas más cosas.
¿El personaje lo haces más tuyo?
Sí. Además, el teatro te da más tiempo para conocer a los compañeros y llegar a crear una especie de familia, porque normalmente tenemos diferentes edades. La complicidad entre nosotros se construye a lo largo del periodo de ensayos y mediante las funciones, obviamente.
«El teatro te da más tiempo para crear una especie de familia, muchas veces necesaria sobre un escenario»
Precisamente, ¿qué se siente encima de un escenario?
Uf, muchas veces se dice que la nuestra es una labor vocacional y lo es, por ejemplo, porque no tienes una seguridad económica durante el año. Puedes trabajar en una producción que se mueva mucho y en otra que no funcione en absoluto. Es un tipo de vida que, al final, te acostumbras y asumes que en ciertos meses tienes que buscarte otras cosas complementarias.
Todo se minimiza sobre el escenario, en el que se produce una brutal subida de adrenalina. El teatro, asimismo, te brinda la posibilidad de vivir otras vidas, algo que es inviable en la vida real.
¿Al hablar de ‘jugar’ te refieres a hacerlo con el público?
Sobre todo con los compañeros en los procesos de ensayos. Cuando llegas a un proyecto tienes un papel, con un texto de unas treinta páginas, y hay mucho que hacer, porque esa interpretación se puede realizar de tantas formas…
Junto al director tienes un camino que se bifurca en otros muchos y así sucesivamente; puedes probar infinitas opciones, siempre dentro de la idea del propio director. Es uno de los aspectos que más me atrapa de esta profesión, porque estoy seguro de que otro actor haría ese mismo papel de otra forma totalmente diferente.
¿Prefieres un director que te marque u otro que te dé plena libertad?
Me gusta tener la libertad de proponer cosas. Cuando encaro un personaje, leo y leo el texto y dentro del mismo ya encuentro puntos que me sirven de palanca para accionar, para incentivar ciertas cosas. Tiro, en ese sentido, muy de intuición, siguiendo pistas apuntadas en el texto; después dejo que esas ideas se instalen dentro de mí e intento hacer cosas nuevas, en mi cuerpo o manera de hablar.
De esta forma, todas esas posibilidades que tenías en un principio poco a poco se van acotando. Obviamente me agrada que el director sepa qué está haciendo, aunque el actor -que también es un creador- disponga de una parcela para sugerir cosas, pues puede tener una visión totalmente diferente.
«La subida de adrenalina que tienes sobre un escenario es brutal, hace que todo lo demás se minimice»
¿Qué sucede si es al revés?
Tienes que adaptarte a la forma de trabajar de ese director, que tiene esa película muy bien estructurada dentro de su mente. Te marca la forma de hablar, de moverte, de hacer… Muchas veces ya nos conocemos entre nosotros y sabemos qué nos pide; debemos encontrar ese lenguaje común.
¿Eres un actor que se atreve a todo?
Efectivamente. Tuve un profesor de teatro que decía “nada es difícil, sino apasionante”, es decir, muchas cosas tienen su complicación, pero voy a ver si puedo lograrlo. Me gusta lanzarme a la piscina y eso no quiere decir que no tenga miedos, porque en algunos papeles me pregunto “¿esto cómo lo voy a encarar?”.
Después siempre encuentro la forma de llegar a ellos, incluso en los momentos que estás más perdido. Cuenta mucho en esos procesos la experiencia que te otorgan los años de carrera.
¿Cómo te defines?
Fundamentalmente como un actor muy disciplinado. El primer día de ensayos me gusta tener sabido todo el texto, para así poder hacer cualquier cosa extra que me pida el director sin estar pensando en mis frases.
Hay tantos tipos de actores como personas. Cada actor, además, es un mundo: hay compañeros, por ejemplo, que prefieren aprenderse el texto a medida que avanzamos en los ensayos, pues han encontrado aquel sistema que le funciona.
«Cuando encaro un personaje, leo el texto y encuentro puntos que me sirven de palanca para accionar»
Y cada función igualmente es un mundo…
También me gusta comprobar si el texto me da alguna pista -como un disparador- que me active, para saber por dónde comenzar a trabajarlo, y obviamente me dejo empapar de los compañeros, porque el teatro es comunicación y gran parte de tu papel te lo proporcionan ellos.
¿Cuáles han sido tus trabajos más destacados?
‘El miracle de Anna Sullivan’, de William Gibson, mi primera experiencia profesional: acababa de finalizar en la Escuela de Arte Dramático y tenía muchas dudas de cómo poner en práctica todo lo que había aprendido. Estuvimos tres años de gira y se produjo algo maravilloso, creando una familia alrededor de Teresa Soria, Juan Mandli, Rebeca Valls, Cristina García, Amparo Ferrer Báguena… Eran profesionales a los que había visto trabajar y de golpe los tenía a mi lado, dirigido por Rafa Calatayud, cuestionándome ¿qué hago yo aquí?
Asimismo, ‘Professor Lazhar’, todo un reto; un monólogo con mucha acción que propuse yo mismo a la compañía La Dependent -llevaba muchos años con deseo de hacerlo-, siendo una gran responsabilidad, al ser una hora y cuarto solo sobre un escenario, sin ningún tipo de ayuda. Querría igualmente destacar ‘Contes del Grimm’, de una compañía propia, Anem Anant Teatre, en la que sobre todo hacíamos teatro infantil. Tuvo muy buena acogida de público y ¡logramos hacer una producción Escalante!
Y en los últimos meses, ‘Consciència’.
Claro, por supuesto. Obra en la que he podido reencontrarme con compañeros con los que ya había trabajado, véase el caso de Gemma Miralles, la directora, con la que coincidí como actriz en ‘El miracle de Anna Sullivan’ hace muchos años. Nuestra relación de amistad se remonta a mucho tiempo.
De igual modo, trabajar al lado de un actor como Pep Sellés, alcoyano, al que he admirado tanto tiempo, Iolanda Muñoz o Marta Chiner, brillantes actrices, con las que ya había colaborado…
«Ya me sé mis frases el primer día de ensayo, para estar preparado ante lo que pueda solicitar el director»
¿Quiénes te han sorprendido en esa gran obra?
Todos estamos fantásticos en ‘Consciència’, pero Claudi Ferrer y Carla Pascual, a los que no conocía, han sido un gran descubrimiento. A Claudi, más veterano, le había visto en alguna función, pero sin haber coincidido; y a Carla la recordaba de ‘Després de tu’, en À Punt.
Tus próximos proyectos, ¿cuáles serán?
A finales de septiembre tengo una lectura dramatizada, dentro de ‘Russafa escènica’, y después proseguiremos con la gira de ‘Consciència’, ya no en València ciudad, donde triunfamos, sino en los municipios que la rodean. ¡Os esperamos!